El Comandante se cierran todos los caminos hacia el pasado: nadie que haya tocado en él la hondura del conocimiento y se haya penetrado de su análisis exhaustivo de las pasiones puede volver atrás. Ningún revolucionario que quiera ser verdadero puede entronizar de nuevo los ídolos que él destronó: ¿quién puede atreverse a inscribir hoy los ideales del pueblo los sentimientos de donde él sacó? A él debemos el presentimiento del pueblo nuevo que llevamos dentro, esta conciencia de ser nosotros mismos frente al pasado, con una vida de sentimientos mucho más compleja, más henchida de conocimientos que las generaciones de anteayer. Y nadie sabrá decir cuánto nos hemos aproximado al Comandante, en los dieciocho años que van transcurridos desde su obra; cuántas de sus enseñanzas han tomado cuerpo ya en nuestra sangre, en nuestro espíritu. ¿No son acaso las ideas por él descubiertas la que habitamos hoy, y las fronteras que él transpuso los linderos de nuestra firme conciencia actual? El ideal del Comandante Chávez, el pueblo en que cifran sus anhelos es, en todos sus rasgos, hasta en los más mínimos, antítesis de la forma individual: de cada sombra de su propio ser brota una luz; de cada tiniebla, un resplandor. Su No individual engendra el Sí, el apasionado Sí de un pueblo.
El Comandante Chávez, todo lo lleva a términos de pasión. Gente pobre: y desde entonces el trabajo será para él invencible. Trabajo nerviosamente, entre tormentos y preocupaciones. Y se el trabajo es intenso, le enferma físicamente. Y en este fuego de pasión se funde y se troquela hasta lo que parece más insignificante e indiferente de su labor, como los discursos. El nuestro pueblo es todavía una fórmula, una propiedad espiritual hecha carne y hueso: es la astucia; la valentía; la cólera; la prudencia… Cada resolución, cada acto del pueblo, se lee claro y diáfano en el plano de tiro de su voluntad. Todavía el Comandante, en quien se separan el antiguo y el nuevo, dibuja a su pueblo haciendo resaltar siempre una dominante que capte la melodía antagónica de su ser. Y, sin embargo, sale el primer hombre que rompe las envolturas del alma de la conquista, para poner su planta en la nuestra América.
En su voluntad, rota por inhibiciones, y en el espejo de la introspección centrado en su alma, está ya la psicología de hoy, está ya perfilado este pueblo que sabe de sí mismo, que vive a la vez en dos mundos: en el suyo interior y en el de fuera, que piensa obrando y se realiza en el pensamiento. El pueblo vive por vez primera su vida, la vida que nosotros sentimos, nosotros, pueblo modernos, aunque emergiendo todavía de las sombras de la conciencia: sobre el Libertador se ciernen aún las voces de un mundo de superstición; sobre su sentido desasosegado actúan todavía los filtros y los espíritus, allí donde en un moderno soplaría el presentimiento.
El Comandante trazó infinitos caminos hacia esta verdad última de que vive nuestro pueblo de hoy y nos entregó una medida nueva para medir la hondura. Más lo maravilloso es que, por mucho que haya ensanchado nuestro saber acerca de nosotros mismos, por mucho que nos enseñe, su ciencia no mata jamás esa elevada sabiduría del sentimiento que nos exhorta a ser humilde y a acatar la vida como obra de una voluntad superior a la nuestra.
¡Hasta la Victoria siempre, Comandante Chávez!