El estallido

Aquellos días de febrero resonó una estruendosa campanada. No provenía de una campana de bronce. No era tañida por alguien que tensaba las cuerdas y guayas. Eran los ruidos ensordecedores de la pobreza, la miseria, marginalidad. Era el estrépito de una sociedad cansada de tantas promesas incumplidas, de tanta corrupción, de ver que su precaria calidad de vida amenazaba permanentemente su bienestar.

Y bajaron los cerros. Bajaron sin miedo a buscar lo que les negaban. Bajaron los cerros porque la situación era insostenible. Fue el reflejo de todo un país indignado. Cientos, miles, abarrotaron las calles y vaciaban los supermercados, carnicerías, mueblerías, licorerías, panaderías, tiendas de ropa y calzados… todo lo tomaron a la fuerza, desafiando a policías y guardias nacionales.

La cosa fue de repente y tomó por sorpresa a líderes de derecha e izquierda. Asombró al gobierno de turno presidido por Carlos Andrés Pérez, a las fuerzas armadas. Desde los diferentes negocios la gente salía cargando con reses, neveras, lavadoras, ropa, alimentos, licores, televisores. Fue como una película realizada en vivo, sin ensayos, ni pruebas, ni director. Así quedó en la pantalla y en el infeliz recuerdo de los venezolanos que vivimos el horror de ese momento,

En días precedentes, el presidente de la República Carlos Andrés Pérez había anunciado medidas económicas conocidas como el paquetazo, orientado por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Estas se dieron a conocer a través de una cadena presidencial por radio y tv. El anuncio del paquetazo desató el descontento de la gente. Fue la gota que derramó el vaso. La paciencia del venezolano alcanzó el límite y se produjo el estallido social en una ola de protestas y saqueos que fue reprimida por las fuerzas de seguridad del Estado.

El responsable de los ataques armados y asesinatos masivos fue el Ministro de la Defensa de ese momento, Italo Del Valle Alliegro. El ejército asedió y ametralló varios sectores de la ciudad de Caracas, entre ellos el 23 de enero, ocasionando la muerte de muchos venezolanos. De acuerdo con cifras oficiales, fueron 300 personas, extraoficialmente se contabilizan cinco mil.

El 27 y 28 de febrero de 1989 fue el escenario que inspiró a un grupo de oficiales, comandados por el teniente coronel Hugo Chávez, a desafiar al statu quo a través de un fallido golpe de Estado, tres años después. El impacto de estos acontecimientos fue magistralmente interpretado en un emotivo y certero discurso del Dr. Rafael Caldera, que allanó el camino para su reelección como presidente de la República en 1993. Transcurridos cinco años, caló profundo el discurso, el carisma y la promesa para impulsar los cambios sociales que a gritos pedía el pueblo venezolano, de Hugo Chávez. En 1998 lo hicimos presidente.

Veinte años después de confiar en las promesas de cambio, etos no han favorecido el desarrollo de la sociedad venezolana. Veinte años después, se puede decir que estamos en las peores circunstancias jamás vividas. La miseria, la anarquía, la improductividad, la corrupción, la falta de oportunidad, el éxodo, la muerte, la desesperanza han minado el futuro de un extraordinario país. Como nunca, los venezolanos estamos atrapados en una vida incierta, en un susto permanente. Estamos paralizados ante la ferocidad de un régimen que se muestra incompetente para buscar salidas a esta crisis insoportable. En la actualidad, Venezuela presenta condiciones económicas y sociales objetivas para un estallido social sin precedentes, aún peores que aquellas que causaron la revuelta popular del 27 y 28 de febrero de 1989.

 

 

 



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Orlando Balbás

Prof. en Ciencias Sociales. Magister en gerencia educativa. Jubilado del MPPE.

 orlandobalbas27@gmail.com      @orlandobalbas

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