A ninguno otro más que a la fuerza misma, a la fuerza misma, a la fuerza absoluta, sea donde sea que se encuentre; tras las aspiraciones del pueblo, tras la prosperidad nacional, expansiones imperiales; y aunque el ejercicio de la fuerza se justifique falsamente por medio de ideales filosóficos o patrióticos, no debemos dejarnos engañar por eso. Aun en sus formas más sublimizadas, la fuerza es siempre, en vez de algo que favorezca la fraternidad del pueblo, por esa misma razón, eterniza la desigualdad en el país. Todo poder significa posesión, tener, querer tener más; por eso, toda la desigualdad comienza en la propiedad.
La propiedad es la raíz de todo mal, de todos los dolores, y siempre hay peligro de choques entre los que gozan de superabundancia y los que nada tienen. Pues, para sostenerse, la propiedad ha de estar permanentemente a la defensiva y, muy a menudo, se ha de convertir en agresiva. La fuerza es necesaria para conquistar la propiedad, para aumentarla y para defenderla; así que es la propiedad de la crea el Estado para su defensa y para su afirmación. Por otra parte, las formas del poder; El ejército, la Justicia, todo el sistema de fuerza, sirven sólo para proteger la propiedad, y quien reconoce el Estado y se encaja dentro de su organización, ha de acatar este sistema de fuerza. Sin adivinarlo, hasta los espíritus independientes en apariencia, los modernos hombres de espíritu, sirven tan sólo en el Estado para la protección de la propiedad de algunos pocos, y hasta la Iglesia de Cristo, que en su verdadera significación era abolicionista del Estado, se aparta con falsas doctrinas de sus deberes más propios, bendice las armas, argumenta a favor de la injusticia social que existe en el mundo, y, por eso, se anquilosa en puras fórmulas, en un hábito, en un convencionalismo.
Por otro lado, los intelectuales, los espíritus libres, los defensores de los derechos del pueblo, se encierran en su torre de marfil y "adormecen su conciencia". Los revolucionarios son los únicos que quieren destruir todo orden social. El Estado descasa sobre la base del poder, de la fuerza, que no se apoya en la fraternidad; por eso, está condenado infaliblemente a derrumbarse y todos los remiendos sociales o liberales sólo sirven para prolongar su agonía.
¡El Evangelio de la no resistencia; una sumisión espiritual! No avisa y exhorta a que evitemos el creciente conflicto de la desigualdad de las clases sociales iniciando la revolución voluntariamente desde arriba, interiormente, dejando de ejercer la fuerza a cambio de una dulzura esencialmente cristiana y evitando así que la revolución se haga desde abajo.
Marx: "Todo debe ser transformado". Así como Juan Jacobo, con sus escritos, fué abriendo la mina que, al fin, permitió que la Revolución Francesa hiciera saltar a pedazos todo el reino, así también podemos decir que un hay ningún Revolucionario que haya sacudido con más fuerza los fundamentos del orden capitalista y los haya dejado más agrietados contra esos poderes, al parecer inconmovibles, que se asentaban la Iglesia, la burguesía y la propiedad. Desde que este Hombre genial descubrió la falla de los cimientos de nuestra civilación, es decir, que todo nuestro orden social no descansa en la fraternidad, el dominio de unos hombres sobre los otros, dirigió en seguida todo su furor dialéctico, toda su enorme potencia ética, en redoblados ataques, contra el orden social, fuerza destructora: fue dinamita social.