Cada una de las Victorias que en su haber lleva el proceso revolucionario venezolano representan un valor estratégico de urgencia histórica. Sobre todo porque en su propio fuero lleva el impostergable requerimiento de los tiempos. La convicción de que si se detiene o aminora pierde, por tanto cada vez que obtiene una no existe tiempo para celebraciones, de inmediato se origina el impulso y la necesidad por alcanzar la siguiente
Buscar cuál de ellas ha sido la más importante y significativa podría tornarse un ejercicio emotivo en la que muchos seguramente tendríamos particulares inclinaciones. Lo que si es cierto que ninguna de ellas han sido fáciles ni mucho menos regaladas. Por haber nacido amenazados nuestros depredadores han estado en permanente acecho de nuestros más mínimos errores en éste, nuestro sobrado afán y lucha por la sobrevivencia y la autodeterminación.
Pero resulta indiscutible que la más asombrosa sería aquella hazaña, que solo ahora podemos dimensionar en su justa grandesa, obtenida por aquel que de todos los candidatos de aquella época fue el que menos tiempo había permanecido en la "arena" política y también el que menos fue reseñado por los medios de comunicación del país, y que a pesar de todas las trabas y conspiraciones, resultó quien como el Mio Cid ahora después de muerto aún continúa cosechando nuevas y más memorables victorias.
Aquel comandante que en el 98 insurgió de la propia esperanza y necesidad de un pueblo que hasta el sol de hoy lo mantiene vivo en sus corazones y en la presidencia de la República. Aquel soldado cuya espontaneidad y carisma resultó incluso desafío y alumbramiento de una nueva época en tiempos en que la hegemonía de la primera potencia del planeta era total y sanguinaria, cuyo poder era tanto incriticable como suicida enfrentarlo.
Bajo su atenta responsabilidad e ingenio todo un pueblo fue adquiriendo y alcanzando una capacidad de organización, movilización y determinación que bien hoy podría salirse de los cálculos a todo quien busque "jurunguearle" la paciencia y asumirlo como objetivo.
La Victoria del pueblo venezolano este 20M bajo la conducción del presidente Maduro jamás podrá ser entendida ni dimensionada por aquellos gobiernos que aún manteniendo menos votos y concurrencia electoral que la que sacó el proceso bolivariano, han hecho de la historia de sus países una obra de publicistas y cineastas, cuyas condecoraciones y glorias han sido tan falsas como compradas.
El presidente Maduro, en las pasadas elecciones, tuvo como adversario único el poder corrompido de nada menos que quienes se pretenden ser los amos del mundo, y que utilizó todos los medios a su disposición para a fuerza de hambre doblegar la estirpe del pueblo venezolano.
Cuántas amenazas profirió la bestia en su vano afán por atemorizar y provocar no tanto la abstención, sino desmembrar al pueblo venezolano. A sus arrogantes planes de intervención salieron más de cinco millones de venezolanos que podrían convertir en ACV el permanente dolor de cabeza que le origina la revolución bolivariana.
No solo subestimaron al presidente Maduro sino a todo un pueblo. Tan difícil les resulta entender que sus viejas fórmulas de "guerra de baja intensidad", de tanto aplicarlas alrededor del mundo, han quedado meridianamente al descubierto.
Gran parte de estos más que cinco millones de venezolanos están claros de quienes son los verdaderos responsables de todas las penurias que están viviendo, además de que diariamente lo comprueban, y que son aquellos que a nombre de la justicia y la libertad están detrás de todos los genocidios y hambrunas en el mundo, y que en Venezuela buscan reeditar idéntico horror.
Que en la diaria y aberrante podredumbre de su razonamiento no nos reconocen la Victoria, que nos puede atemorizar ni importar si comprensible nos resulta que en el reino de los imbéciles, los más imbéciles suelen ser los más inteligentes.