El ataque enemigo contra el pueblo venezolano nos ha convertido a todos y todas en millonarios.
No lo digo por ironía, sino en una constatación numérica como esas otras que hacen y nos enrostran los economistas, para hacernos creer las «verdades» que les piden divulgar desde el Imperio hegemónico donde las generan.
Lo más dramático es que esos mismos economistas (aunque se autodefinan marxistas) se las creen, a cuenta de que lo aprendieron en la Academia y una universidad les certificó ser, en adelante, profesionales de una ciencia económica y social. Es decir, les cuesta entender que el mismo Estado al que nos referimos, les «preparó» para ser verdugos de su propio pueblo y para convencerlos de que «la verdad es científica» y que ellos son una especie de infalibles sacerdotes, en esa religión que administra la Iglesia capitalista.
Así es como, entonces, esas mismas «verdades» del academicismo positivista, en boca de los «preparados» mediadores, sirven para enredar a la gente que, por las calles, hace alardes de erudición y exige a Maduro que arregle esta vaina.
No quiere decir que el presidente Nicolás Maduro no tenga la altísima responsabilidad de contribuir a resolver la inmensa crisis en la que se ha sumergido al pueblo venezolano, convirtiéndolo en víctima de la hiperinflación, del incremento desmedido y continuo de los precios en todos los productos y de la pretensión imperialista de matarnos de hambre y después venir a salvarnos con su mentada «ayuda humanitaria». Para eso Maduro es el presidente.
Pero nosotros no debemos olvidar que nuestros gobiernos democráticos, en los últimos 20 años, lo son de un Estado de nuevo tipo, de la V República, en una Patria que es soberana, antiimperialista y se quiere socialista. Por lo tanto enfrentamos hasta a la esencia del concepto mismo del Estado y su justificación dentro de todas las sociedades y sus formas de producción, hasta el presente.
La vaina es que aquí, quien «menos puja» caga una lección de economía que se suma a las de quienes apuestan hace rato por sacar al presidente Nicolas Maduro de la responsabilidad que el el pueblo venezolano le asignó en libres elecciones constitucionales de las que resultó ganador por decisión nuestra.
Olvidamos -o nos hacen olvidar- que el Estado es una estructura de gestión, a través de la represión o del consenso, por la cual los gobiernos se encargan de «administrar el descontento de los explotados» cuando estos contribuyen a esconder la lucha de clases: ya sea a palos o por ignorancia y alienación.
Es verdad que como parte del Estado, Maduro es el más responsable de entre nosotros. Pero tú y yo también somos corresponsables en la tarea de detener los apetitos de la burguesía, de las transnacionales del capital y de sus aparatos imperialistas desplegados por el mundo. Por eso es que nos asumimos como revolucionarios, como socialistas y como gestores de la sociedad de las y los iguales, de la sociedad auténticamente comunista.
En esta coyuntura que vivimos en Venezuela, la única diferencia que caracteriza al Estado venezolano en las últimas dos décadas, es que hemos contado con gobiernos (el de Hugo Chávez y ahora el de Nicolás Maduro) que son desobedientes al capital dominante y que no reciben órdenes del imperialismo yanqui, ni de ninguno de sus lacayos.
Es allí donde debemos acompañar al presidente Maduro. Y acompañarlo no es creerlo perfecto e infalible. No es aplaudir todo cuanto diga o imaginar que no pueda llegar a equivocarse. Es entender que la corresponsabilidad en democracia participativa y protagónica, nos hace a cada uno de nosotras y nosotros Gobierno. Críticos y autocríticos debemos serlo en todo momento, con firmeza y claridad, pero sobre todo con conciencia de clase, pues el enemigo a vencer tiene más de 500 años de explotación y opresión contra la humanidad y ésta es la hora de los pueblos y de su liberación definitiva.
Aquí todos somos millonarios, pero no porque estemos «buchones» sino porque somos la mayoría proletaria en cumplimiento de nuestra histórica tarea como clase.