Cuando el personaje engulle al auto: El ‘caso Piñera’ se suma a otros… la diferencia es que esos otros no gobernaban Chile

Cuando leí esa magnífica obra – "Seis personajes en busca de un autor"- era yo un simplón adolescente que cursaba la enseñanza media en el liceo Arturo Alessandri Palma, en Santiago. En aquella época me pareció una "obrita más" del tipo de teatro que, precisamente, menos me motivaba. Hubo de transcurrir mucho tiempo y experimentar suficientes porrazos (bautizados como ‘experiencia’) para aquilatar la magnificencia del escrito de Luigi Pirandello, el cual habla de seis personajes nacidos de la mente de un escritor pero sin lograr un espacio, un lugar en la realidad, pues el creador no los colocó en una hoja. Carecen, por lo tanto, de existencia concreta y por ello procuran ser instalados en alguna obra.

Cuando alguien, con ayuda de sus interesados incondicionales, construye una imagen falsa de sí mismo, una imagen que sobrepasa la frontera del ridículo invadiendo terrenos de la insania mental, debe estar advertido que le será más que posible experimentar los daños de una avalancha que deberá enfrentar sin más ayuda que la propia, pues sus seguidores (otrora fieles a nivel religioso durante los ‘tiempos mejores’) le esquivarán el bulto a la vergüenza dejándole en descampado y carente de apoyo.

Cuántas veces hemos constatado que el "personaje" se come con zapatos y todo al ser humano que lo había estructurado con el propósito de lograr un determinado objetivo. Así fue el caso del actor húngaro Bela Lugosi, fagocitado por el personaje que encarnó en el cine de la década del 30, con tal enjundia que terminó convertido precisamente en su propia creación. Drácula. Nada menos. ¿Y Charles Chaplin con su personaje ‘Charlot’? ¿Y Elvis?

Incluso nuestro querido y admirado Manuel Rodríguez Erdoíza hubo de experimentar al amargo sabor de la decepción y de la soledad, ya que terminó aplastado por aquel guerrillero que interpretó bravíamente durante cuatro años, el cual superó con creces al abogado que le había dado vida. Lo dicho, no es ofensa ni ataque a valor patrio alguno. José Zapiola, ese artista de fuste (músico y poeta) que vivió intensamente y en carne propia la lucha independentista, en uno de sus escritos que legó a la posteridad y a la Historia, aseguró: "no todos los jóvenes se entusiasmaron con la revolución libertaria (…) algunos de los revolucionarios, como Manuel Rodríguez, nos dieron el modelo de los politiqueros y bochincheros de más tarde. Rodríguez fue un admirable guerrillero cuando las guerrillas servían un ideal. Pasado su tiempo, el guerrillero se convirtió en peligro público".

En política ocurre algo similar. Winston Churchill tampoco pudo librarse de la imagen de bulldog con habano que puso en escena para hacerse con el cargo de Primer Ministro durante la Segunda Guerra Mundial y enfrentar a la wermacht nazi. Terminado el conflicto bélico, los tiempos cambiaron, y Churchill ‘persona’ también… pero el insoportable ultra derechista y egocéntrico personaje siguió al mando… hasta la muerte de ambos.

Más próximo a nuestros días el ejemplo del personaje que, tal vez, sea el más detestado por la mayoría de los chilenos, Augusto Pinochet Ugarte, viene a refrendar lo dicho en estas líneas, pues, durante toda su carrera militar estuvo al cobijo de personas que lo superaban con largueza en capacidad y decisión, sin embargo, los acontecimientos acaecidos a mediados del año 1973 lo colocaron ante una disyuntiva que le aterraba: pasar a retiro como un oscuro personaje menor, o unirse al grupo de sediciosos y golpistas que deseaban derribar esa misma Constitución Política del Estado que él, supuestamente, había defendido bajo la guía del general Carlos Prats y del presidente Salvador Allende.

La elección ya la conocemos. Empujado por sus propias cobardías, por sus limitaciones intelectuales y por la ambición enfermiza de su esposa, construyó un personaje diametralmente opuesto a su propia esencia íntima… un personaje sanguinario, totalitario, amoral, de traiciones variopintas, delictual. Murió finalmente aferrado a esa construcción extraída de la literatura política del terror, donde los ejemplos más recurrentes tenían apellidos conocidos: Franco, Somoza, Batista, Stroessner, Marco...

Si Luigi Pirandello hubiese conocido a individuos como Pinochet, por cierto su obra habría ampliado el espectro de personajes en busca de autor. De ello poca duda cabe, además, si centramos la mirada en el presente, resulta difícil sustraerse a la probabilidad que Sebastián Piñera forme parte también del grupo que escapó de las fantasías literarias de Pirandello.

Don Sebastián aparece hoy disfrazado de derechista intrínsecamente neoliberal, defensor a ultranza de la depredación de recursos naturales en beneficio exclusivo de la ganancia económica y de la pésima distribución de los ingresos. Sin embargo, muchos se atreverían a apostar que durante la mayor parte de su existencia -previamente a la llegada a La Moneda el año 2010-, fue más democristiano que ultra derechista. Su propio hermano, José (el de las AFP’s y de la Ley Reservada del Cobre), así lo definía en aquellos años.

Pero, Tatán cayó luego en cuenta que a través del partido de su padre (la Falange) poco y nada adelantarían sus sueños de grandeza. En esa tienda se encontraba enfrentado a competidores mejores que él. Debía procurar un espacio en una arista de la política donde pudiese crecer como la espuma, rápida y mediáticamente, utilizando para esos efectos su capacidad financiera a todo dar.

Lo encontró en un sector de la derecha criolla, y comenzó a deconstruir la persona que había sido hasta ese momento, a la vez que edificó el Piñera que requería para alcanzar la cima de sus pretensiones sociales y económicas. En un abrir y cerrar de ojos, delineó el personaje bufonesco, trepador, mitómano, boquiflojo y anti izquierdista que fue recibido con algarabía por una derecha chilena carente de liderazgos, fuesen ellos reales o sólo mediáticos.

Hoy, don Sebastián está atrapado en la maraña tartufesca que tejió. No es él, pero lo es. Hace lo que hace porque necesita consolidar una posición que sabe débil, ya que algunos sectores de esa misma derecha que un día le aplaudió porque defendía sus intereses, ha comenzado a cuestionarle –porque no le cree, porque duda- su dizque esencia neoliberal y nacionalista.

Entre la espada y la pared, opta porque el personaje que parió continúe devorándolo aún a riesgo de incrementar su inestabilidad emocional...y dejarle en la inanición política. Pero, ya logró que la Historia lo mencione en sus futuros textos.

Era su máximo anhelo, encontrar una obra donde cupiese su personaje.

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Arturo Alejandro Muñoz


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