Clemente de la Cerda estrenó en 1976 su película Soy un delincuente, cuyo guión también es de su autoría. La sinópsis de aquella cinta que fue exhibida exitosaemente en nuestras salas de cine, describe que "un niño indígena venezolano tiene una pequeña oportunidad para escapar del crimen y pobreza que conforman su mundo". En fin, un tema común al ámbito delictivo que genera la sociedad capitalista, especialmente en lo que esa misma sociedad llama el Tercer mundo y del que difícilmente escapan quienes se atreven a soñar.
También yo soy un delincuente, aunque no exactamente al calco de la película de mi admirado realizador cinematógrafico aquí mencionado. El mismo año del estreno de la obra citada, el Estado venezolano -en manos de la IV República y de los gobiernos "democráticos" del puntofijismo- me empezó a considerar su enemigo y me llevó a prisión por nueve años bajo la calificación de "Rebelión Militar", que era como se denominaban los "delitos políticos de entonces".
En paralelo, otros aparatos ideológicos de Estado (como los llamó Louis Althusser) como la familia, la iglesia y la organización política en la que yo militaba entonces, reafirmaron esa condición que juzga a los verdaderos desposeídos, a los sin nada. Cuando uno es pobre, carente de medios de producción, de capitales o de "padrinos" y otros privilegios, el pecado de soñar le conduce a la prisión, al ostracismo y a otras sanciones reproductoras de la dominación y la hegemonía del capital.
Pienso en el tema y recuerdo a Chávez diciéndonos que "las leyes deben ser elaboradas en función de las necesidades de un pueblo" y recordándonos que las mismas "no son invariables". Lo que sí son es exprsión del contexto de clase en el que ellas se generan. El Derecho que conocemos y padecemos hasta el presnte, es burgués. No hay otro. Es decir un derecho que enuncia, defiende e intenta perpetuar una "igualdad" inexistente en el plano de lo real histórico, pero que en el papel insiste en que "todos somos iguales ante la ley".
Salir de esa herencia sociohistórica es parte de la tarea revolucionaria. Por eso, acabar con el Estado es un deber aparejado con el derrumbe del capitalismo. Cuando Chávez se lo propuso fue calificado de subversivo, perseguido y llevado a prisión. Más tarde se convertiría en Presidente de la República -exactamente hace 20 años, el 6 de diciembre de 1998- pero eso no le impediría continuar siendo "el mismo subversivo" como aparece registrado en el libro con entrevistas concedidas a José Vicente Rangel, en diversas oportunidades: desde la cárcel de Yare y hasta casi al momento final de sus días.
A las revolucionarias y a los revolucionarios, consecuentes con el proceso unificador logrado por el Comandante Chávez, a partir de su aparición pública en febrero de 1992 y para siempre, e identificados con la construcción de la Patria socialista, seguir siendo un delincuente no es ni puede ser un estigma. Frente al Estado conservador, liberal y capitalista que aún padecemos, estamos llamados a delinquir con la frente en alto. El viejo Estado se niega a morir, mientras el nuevo pugna por nacer. Esta es una enseñanza con autoridad histórica, que nos invita a ofrecer el debido acompañamiento a nuestro camarada presidente Nicolás Maduro, quien comprende lo que esto realmente significa, de cara al porvenir... de cara a la vida.