Entre la vida y la tarea grande

"Oh, vieja maldición de los políticos que se quejan cuando deberían edificar República, que siempre juzgan a su sentimiento en vez de formarlo; que sigue creyendo que lo que es triste en ellos o alegre debían o podían lamentarlo o celebrarlo en el discurso. Como los enfermos. Así reclama de cada cual que se resuelva por una actitud única, que se decida o para la obra perdurable o para la vida en el tiempo".

Esta es la nueva y heroicamente exigida misión del Comandante Chávez: transformarse, disolverse totalmente en la figura extraña, no unirse ya a ella con los vínculos de la simpatía; y esta consigna de formar y nada más que formar ha venido a ser obra y milagro.

El incansable buscador logró, así, ligar el mundo ambiguo en un orden nuevo, insospechado; y como cada pueblo, cada ser humano, cada fenómeno de la existencia en su propia figura. Alcanzó en pocos años una arista vertiginosa y solitariamente elevada de la perfección y con ella un molde de fundición en que hubiera podido formar durante toda una vida y sin esfuerzo alguno al país entero, forma tras forma; pero, nuevamente, ese espíritu creador no quiso proseguir su obra repitiéndose a sí mismo, sino que anhelaba —según su magnífico decir— "ser el profundamente vencido por algo cada vez mayor".

Su insaciable voluntad creadora quería explicar en esas obras lo inexpresado, lo negado hasta entonces a la palabra; quería presentar la imagen de lo que es sólo conceptual, una metafórica de lo que ya no es visible. Para alcanzar semejante extremo, el leguaje debía tenderse más allá de su propio borde, debía inclinarse sobre sus abismos más profundos, debía salirse de lo concebible hacia lo inconcebible y ya casi indecible. Apenas si entonces lográbamos captar, asombrados, el sentido que encerraban aquellos últimos mensajes, y sólo ahora comprendemos, con dolor, que ya no procuraba dirigidir entonces la palabra a los vivos sino que dialogaba con lo otro, con el más allá de las cosas y del sentimiento. Ya fue el diálogo con el infinito el que allí se inició, fraternal conversación con la muerte, su propia muerte, preparada de larga mano y que entonces maduraba, elevando su mirada, exigente, desde la oscuridad hacia el investigador.

Su obra crecía en el silencio, taciturna, como acaece con todo lo grande, se formó a solas, como todo lo perfecto. El espíritu intuitivo de los que han sido llamados enseña a ese hombre singular que lo decisivo nunca puede realizarse sino mediante un gran renunciamiento simultaneo. Siempre que el revolucionario se dispone a cumplir con pureza una obra perdurable, toda unión con el pueblo.

Ese fue su último ascenso, y difícilmente podremos medir el ventisquero que alcanzó solitario en su postrer camino. Esa perfección era ya como un fin, y él mismo tuvo deseos de descansar. Aficionado hasta el postrer instante a lo arduo y lo casi irrealizable, eligió por descanso, ese esfuerzo excesivo que seguramente no habría pasado de mera pausa predecesora de una nueva ascensión hacia lo eterno.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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