Sin lugar a dudas, la persuasión, como estrategia del Estado venezolano ha sido exitosa. Si, poderosamente efectiva en lo que respecta al control y manipulación de las "masas". Un gran porcentaje de la población ha internalizado el discurso de quienes detentan el poder político. La exaltación del nacionalismo, la patria, el legado de El libertador y de Chávez, el intervencionismo y la guerra económica, ha funcionado como herramienta de dominio y como detonante de una profunda identificación emocional. Pero, estos venezolanos no solo han adoptado parte de la retórica lingüística gubernamental, también se sienten héroes que imaginariamente actúan en la defensa del territorio. Ellos se autoproclaman protagonistas, paladines de las víctimas, de los débiles, de la justicia.
Y en verdad se creen el cuento. Se sienten ya con un fusil al hombro dentro del campo de batalla, al estilo de los años de la independencia. Se visualizan con una boina de estrellas y una carabina, caminando entre las montañas como en las guerrillas de los años de 1960. Están convencidos de que su paraíso terrenal va a ser destruido por una oleada de demonios sangrientos con colmillos afilados.
Es una amalgama de imágenes producidas por el manejo de la simbología histórica, remarcada de leyendas inmaculadas. Una especie de imaginario idealista de la revolución, que concentró todos los males de la nación en causas externas, llámese intervención extranjera, oligarquía rancia, paranoia conspirativa, oposición apátrida, terrorismo mediático, que descalifica a todo aquel que manifieste su desacuerdo con este desastre, acusándolos de traidores, pro imperialistas, capitalistas y otras expresiones no tan decorosas.
Pero resulta real. Hay cantidades, miles de personas que ya caminan creyéndose que van uniformados de botones amarillos y charreteras, con bayonetas caladas y un saquito de pólvora para recargar su arma larga. Así discurre la psicología de una convincente arenga transmitida en cadena de radio y televisión. Son 20 años utilizando a nuestros libertadores, indígenas y mestizos, para incidir en una ciudadanía atónita, impactada por una historia creada y contada por sus propios gobernantes. Se olvidó la Escuela porque remarcaron que allí, los maestros nos ocultaron la verdad de los hechos. Condenan el sistema educativo anterior porque no dijeron que Páez fue traidor. O tal vez dejaron de lado a Pedro Camejo, porque ese negro merecía estar "de primerito" recibiendo los plomazos. Pero entonces, ¿para qué sirvió esa escuela?, ¿Qué decir de la generación de jóvenes que con escasos recursos económicos pudo formarse en esa Escuela? ¿Qué hay de los hijos de la vendedora de arepas o dulces que se graduaron en alguna de las universidades del país, y como profesionales dejaron en alto el nombre de Venezuela en diferentes campos del saber? ¿Ellos no tienen valor?
Los héroes fantasmas se quedaron en un mito insondable y paralizante. Ven a los que gobiernan Venezuela, como sus comandantes dando órdenes en campo abierto. No se dan cuenta que cuando la sociedad estalle, sus enemigos y sus objetivos de guerra serán sus vecinos, amigos y familiares que se atreven a discrepar del gobierno. No van a tener tiempo de quitarse la venda y los va a arrollar la insurrección popular que romperá el libreto de los héroes fantasmas. Sus comandantes los abandonarán y estarán en sus paradisiacos lugares disfrutando de lo que arrebataron y saquearon durante 20 años a la patria.