Desde los años setenta, el neoliberalismo el diagnóstico de la imposibilidad de universalización del modelo Keynesiano y, al tiempo, ofertó su terapia: la reducción del gasto social, la apertura de fronteras al capital y las mercancías, la desregulación laboral y financiera, la primacía de las magnitudes monetarias, junto a todo un conjunto de variables antropológicas, políticas, biológicas, jurídicas o filosóficas articuladas en tres ideas: los mercados no son naturales y necesitan el apoyo estatal; la superiodad moral de lo privado sobre lo público (y, por tanto, la aceptación moral de las desigualdades); y la primacía dada a los derechos civiles sobre los políticos y, sociales. Estos principios básicos del neoliberalismo tenían como objetivo central conseguir la derrota de la clase del pueblo, que era la de quienes impedían "el reino de la libertad". Pero cuidado: una derrota sin su desaparición. Decía Lukács que la realización de la clase obrera era su desaparición como clase en una sociedad sin clases. Mientras que para el liberalismo, el objetivo era que desapareciera la conciencia obreras en una sociedad de clases, de lo contrario, ¿quién iba a trabajar para los pudientes?
En tiempos de autoexplotación, el sueño neoliberal es que todos seamos autónomos o falsos autónomos. Siendo así, ¿quién va a enfadarse con los explotadores? No tener trabajo es peor que estar explotado, de manera que cualquier causa que explique la falta de trabajo—los gobiernos, los sindicatos, los que quieren regular el mercado, los que quieren que las empresas paguen impuestos— va a estar más demonizada que el obrero que pugnan por volver a jornadas de diez horas a cambio de sueldos que no alcanzan ni para pagar el alimento de cada día. Si cada vez más obreros no es rentable ni como productora ni como consumidora, solo queda morirse en el anonimato o inventar una realidad virtual. Creemos que podemos escoger todo, pero la realidad es que nos falta el dinero para hacerlo. La aspiración al éxito nos aleja de cualquier reflexión de clase y la cambiamos por "estilos de vida" (los empresarios son, en la trampa de la diversidad, "emprendedores" cuya intención no es vender nada, sino "ofrecernos un servicio"). Basta que alguien de comunidad de golpeados entre en las filas de las elites para que nos contentemos. No se volverán a acordar de nosotros, pero les daremos un "me gusta" en las redes. Como el pan de cada vez más escaso y el circo es cada vez más malo, tenemos que comer identidad. Las mujeres de #meto o fueron acosadas y violadas, no lo olvidemos, por ser trabajadoras además mujeres. Todo lo tenía que ver con cuestiones laborales quedó oculto por el brillo de los focos de gringolandia. Como si en la "meca del cine" nadie trabajara.
Podemos afirmar, que el pueblo vino marcado en el siglo XIX por el derecho al trabajo; luego, en el XX, por el derecho al consumo; y finalmente, en el paso del siglo XX al siglo XXI, por el "deseo de consumo". Las dificultades de luchar contra un deseo explican parte de las dificultades de la teoría y la práctica alternativa para armar a una disyuntiva atractiva que permita sustituir la oferta neoliberal de un consumo infinito.
La pérdida de los marcadores hace referencia a la pérdida de capacidad de cohesión de aquellas referencias sociales que acompañaban y guiaban la vida en común durante los siglos previos. Se hacen cierta la advertencia de Gramsci de que los tiempos de crisis son tiempos donde lo viejo no termina de marcharse y lo nuevo no termina de llegar, espacios ideales para la profusión de situaciones mórbidas. Esto es, allí donde surgen los monstruos. Ayer del fascismo; hoy del neoliberalismo y del integrismo.
La lista de factores que alimentan el miedo encarnado como incertidumbre es extensa. La muerte de Dios, expresada como crecimiento de la secularización y el enfriamiento de los compromisos morales al no tener las leyes ese contenido "divino" que tenía la ley Teológica; la quiebra del mundo del trabajo como otorgador del "lugar en el mundo" con el desarrollo tecnológico, la flexibilidad, la deslocalización y la derrota moral de los sindicatos; al fin de monopolio de la familia tradicional. Igualmente, la remercantilización y mercantilización creciente de espacios sociales que se resistían a caer sujetos de la ley de la oferta y la demanda, tales como la noche, la amistad, la solidaridad, la ecología, la religión, el deporte amateur, el saber colectivo, la precarización laboral, pues por vez primera en la historia el desarrollo tecnológico destruye empleo de los salarios en el PIB desciende desde tres décadas, que se agravado la brecha entre el Norte y el Sur y entre hombres y mujeres manera neta.
¡La Lucha sigue!