Durante los últimos días, la dinámica de los acontecimientos políticos del país ha dado un giro impensable. Por un lado, las manifestaciones en rechazo a la gestión de gobierno se han multiplicado e intensificado, después de un largo letargo. El escenario se redimensionó con La autoproclamación del Presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó. Se han generado nuevas expectativas en Venezuela y el mundo. Por otro lado, la respuesta del gobierno ha sido consistente. Las declaraciones de los altos funcionarios, incluyendo al presidente, reafirman que seguirán en el control del poder, más decididos que nunca.
Desde la óptica de los que manejan la nación venezolana, no habrá ningún cambio en Venezuela, nada alterará el plan establecido por el ejecutivo nacional. En esta compleja coyuntura, el gobierno mantiene el discurso de la falta de alimentos y medicinas solo atribuibles al bloqueo económico impuesto por los Estados Unidos, desde el año pasado. Y que la pretendida ayuda humanitaria es una excusa para justificar la intervención extranjera. Se pretenden eludir, con estos repetitivos argumentos, su responsabilidad en la quiebra de la producción en Venezuela. Pero los detalles de nuestra realidad están plasmados en las terribles condiciones de vida de la mayoría de los venezolanos. Nos han obligado a convivir con la miseria, en todos los sentidos.
El disfrute de la salud, alimentación nutritiva, balanceada y oportuna, transporte, seguridad, educación, recreación, calidad de los servicios públicos, entre otros, ahora solo forman parte de un buen recuerdo. Los trabajadores ven con impotencia, el deterioro abismal de sus condiciones de vida, mientras una diáspora de venezolanos se aventura fuera de las fronteras, en la búsqueda de oportunidades que no encuentran en el país. Sin duda, una triste realidad que además de afectar la integración familiar, atenta contra las posibilidades de desarrollo en Venezuela, pues mayoritariamente son los jóvenes profesionales quienes se van. Los niveles de depauperación del venezolano promedio, no tienen precedentes, y por ello, se hace necesario un cambio que definitivamente conduzca hacia la recuperación económica.
En Venezuela debe plantearse, de manera impostergable, una salida política del actual modelo social y económico. La ambición por el poder y la terquedad de no querer admitir el fracaso del modelo social implantado, pudiese conducir a un enfrentamiento civil y militar. Este sería el peor de los desenlaces, el más temible e indeseable. Ignorar el panorama incierto del país, es conducirlo a un profundo y peligroso abismo, de consecuencias impredecibles.
Las autoridades deben flexibilizar sus posiciones y establecer el camino institucional como recurso valedero y conveniente a una solución honorable. La institucionalidad del país se rompió desde hace largo rato, y la anarquía convive entre nosotros. Es hora de llegar a acuerdos, de fumar la pipa de la paz o de lo contrario, la metralla se impondrá sobre la diplomacia y esa situación sería la peor respuesta a la crisis en Venezuela.
En este complejo contexto, llama la atención la retórica del gobierno. Un discurso en permanente disonancia con la dramática situación que nos afecta como venezolanos. El presidente y sus principales voceros, hablan como si estuviesen estrenando gobierno, como si las calamidades actuales del ciudadano común surgieron en una administración distinta a la presidencia de Nicolás Maduro. La verdad está clarita, la inmensa mayoría de la población venezolana quiere salir de este gobierno. Una larga cadena de evidentes razones así lo justifica. No obstante, podemos simplificarla. Empobreció al país y dilapidó sus recursos.
Estamos frente a la gran destrucción del país, se arruinó la reserva moral del ciudadano, se desplomaron las esperanzas de tener una Venezuela desarrollada y soberana. Se hace necesario recuperar la alternancia política-electoral. Los poderes deben reasumir su relevante papel en la conducción de nación. La gente clama vehementemente una solución, y el más conveniente es el llamado a elecciones totales, con un CNE distinto. Un organismo electoral conformado paritariamente entre los dos bloques opuestos y con un presidente designado por la ONU. Tal como lo propuso el expresidente de Uruguay, José "pepe" Mujíca.
Es preocupante que los miembros del ejecutivo nacional, desconozcan que hay un nuevo panorama político y que la opinión internacional está a favor de una solución electoral. Es absurdo ignorar que la oposición está movilizada en la calle. El gobierno debe reconocer la necesidad de establecer un mecanismo inmediato para desenredar los extremos del nudo del conflicto y evitar que la espada de la confrontación lo corte de un tajo.