"La burguesía ha sometido el campo a la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado prodigiosamente la población de las ciudades en comparación con la del campo, substrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente".
La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en un pequeño número de manos. La secuela obligada de ello ha sido la centralización política. Los pueblos independientes, ligados entre sí casi únicamente por lazos federales, teniendo intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes, han sido reunidos en una sola nación, bajo un solo Gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola tarifa aduanera.
La burguesía, con su dominio de clase, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más colosales que todas las generaciones pasadas en su conjunto. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, poblaciones enteras surgiendo de la tierra como por encanto, ¿qué siglo anterior habría podido sospechar que semejantes fuerzas productivas durmieran en el seno del trabajo social?
Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio, sobre cuya base se ha formado la burguesía, fueron creados dentro de la sociedad feudal. A un cierto grado de desarrollo de estos medios de producción y de cambio, las condiciones en que la sociedad feudal producía y cambiaba, toda la organización feudal de la agricultura y de la industria manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas, y se rompieron.
Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, en forma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos ya elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido una paradoja, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de barbarie momentánea; diríase que el hambre, que una guerra de exterminio la priva de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados.
Pero el precio del trabajo, como el de toda mercancía, es igual a su coste de producción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, la cantidad de trabajo se acrecienta con el desenvolvimiento del maquinismo y de la subdivisión del trabajo, bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del rendimiento de trabajo exigido en un tiempo dado o la aceleración del movimiento de las máquinas, etc.
¡La Lucha sigue!