"La tesis que encuentra méritos en la acción rapaz de los filibusteros, es secuela de la leyenda negra con que el inmortal imperialismo: Los piratas fueron portadores de consignas de libertad la podrían defender los mercaderes del imperialismo anglo-sajón que querían para sí el imperio absoluto de Nuestra America, con la misma licitud con que los actuales piratas del industrialismo se empeñan en convertirnos a la esclavitud de sus consignas absolutistas. ¿Podría sostener alguien que ingleses, franceses y holandeses vinieron a defender los derechos soberanos de soberanía del aborigen? De lo contrario, se empeñaron en llenar al nuevo mundo con una nueva masa esclava: banderas inglesas trajeron a nuestro suelo, aherrojadas de cadenas, a masas de negros africanos. Inglaterra, era convertido en asiento del mercado negrero".
Son muchos los ámbitos que hacen estas dos lógicas incompatibles: valores de uso frente a valores de cambio; el ritmo expansivo del capital frente a la condición finita del planeta; la finitud del ser humano y su falsa multiplicación, gracias a la publicidad, al mutarnos en consumidores; la rapidez del consumo de la energía frente a los siglos necesarios para su creación —pensemos en el petróleo, con millones de años de formación para firmar su agotamiento en penas 200 años—; la fragmentación individual frente a la complejidad global; la racionalidad industrial frente a la racionalidad a largo plazo; el ciclo del capital frente al ciclo de la Tierra; la acumulación privada frente al interés colectivo. Bastaría que creáramos índices verdes que trasladaran a precios todas estas externalidades negativas para que replanteáramos todo el modelo (en una lógica similar a la remuneración de los trabajos de cuidados y reproducción de los que se han se hecho cargo las mujeres y toca remunerar)…
Lejos de vanguardias y doctrinarismos, la izquierda del siglo XXI tendrá que defender las reformas y ralentizar en ocasiones su paso; tendrá que orientarse por la revolución y acelerar la marcha cuando el hielo quebradizo obligue a marchar más deprisa, tendrá que entenderse rebelde cuando las frases hechas de la vieja gramática política frenen la emancipación. No se trata de eclecticismo: se trata de dialéctica. ¿No es el reformismo el enemigo de la revolución? ¿Y no es la revolución el enemigo de la rebeldía libertaria? El socialismo del siglo XX estuvo lleno de etiquetas que impidieron la discusión. Cuantos más adjetivos, menos discurso. La correlación de fuerzas, el grado de consciencia popular, la situación internacional pueden invitar a gestionar algunos ámbitos sociales desde el reformismo. Además de que la revolución, cuando triunfa, debe luego gestionarse (la antigua revolución se hará reformista y surgirán nuevas revoluciones). La rebeldía alerta frente a la esclerotización de la burocracia. Es un soplo de aire fresco que rompe la placidez de la burocracia con su discurso libertario pero que ayuda a que la política no esté regid a por estatuas. La revolución es el ánimo esperanzado convencido de que con cambios radicales la vida pueden cobrar otra perspectiva. Pero nadie tiene el monopolio de lo que significa revolución, rebeldía ni reformismo. Por eso, en definitiva, la construcción del socialismo es un diálogo permanente, día –logos, que significa el entendimiento a través de los demás. Una definición de lo que debe ser la izquierda que tiene que volver a respetarse a sí misma reinventándose sin dejar que los nombres cambien ni el dolor de las tristezas ni la alegría de los logros.
"Puede y debe decirse en voz alta: la mayor parte de logros sociales son conquistas de la izquierda. Incluso cuando la burguesía, en su lucha contra las monarquías absolutas, hizo un logro civilizatorio de la división de poderes, de los pesos y contrapasos, de los derechos civiles, fue posteriormente la izquierda quien los convirtió en derechos para las mayorías".
¡La Lucha sigue!"