Los
bolivarianos –como un proceso con programa para el país-, aceptémoslo
sin ningún rasgo de sátira o de burla, pueden ser considerados como los
herederos históricos de los próceres independentistas, pero ¡ahora!
con una tarea concreta a ejecutar incomparablemente mucho más difícil y
decisiva que la de sus predecesores históricos. Nadie puede tener
elemento a la mano para negar que la ocupación y la distribución de
manera inmediata y directa de la tierra a los campesinos es una forma
muy rápida, simple y lapidaria para, por un lado, combatir a la gran
propiedad latifundista y, por el otro, vincular prontamente a los
campesinos al proceso revolucionario. Sin embargo, es necesario tener
presente y pelarle el ojo al reverso de la moneda, es decir, en que eso
no debe ser considerado como un factor de la economía socialista.
Un
período de transición entre el capitalismo y el socialismo requiere,
entre tantos elementos indispensables, para poder ir transformando las
relaciones de producción, nacionalizar la gran propiedad que está en
manos del latifundio como la manera de
concentrar técnicamente los medios de producción y los métodos de la
agricultura y ponerlos en función del progreso hacia la construcción de
la sociedad socialista. Esa política no significa, de manera alguna, el
despojamiento del pequeño propietario de su porción de tierra. A éste,
más bien, es necesario inyectarle recursos para que en libertad logre
decidirse, por convencimiento propio de las ventajas de la explotación
social, por la ligazón cooperativa –en primera instancia- y por la
explotación colectiva –en segunda instancia- de la economía socialista.
Esta necesita que se pase el derecho de propiedad de la tierra a la
nación, o mejor dicho, al Estado. Sin esa medida no es posible
garantizar la ejecución de una política de organización de la
producción agrícola sobre la visión socialista de la economía.
Eso
implica, al mismo tiempo, la vinculación entre el desarrollo de la
producción agrícola con el industrial. Sin esto ni siquiera vale la
pena hablar o escribir de socialismo. Además, hay que partir de
circunstancias o realidades concretas, porque al no depender el curso
de la historia de las voluntades del ser humano, por lo menos hasta
ahora, no deben elaborarse políticas tratando de saltar fases sin que
ninguna probabilidad real de éxito exista.
Los
bolivarianos, esto vale también para los revolucionarios de cualquier
tendencia social en el poder político, deben tener el cuidado de no
lanzar, ni a lo ligero ni a lo mero macho, ese género de consignas que
muestran la radicalidad de la voluntad pero no la compatibilidad con la
realidad. De allí, por ejemplo, ordenar <<¡Tomad y repartid la tierra!>>
sin haber entendido la objetividad de una situación global ni la
necesidad progresiva de un proceso revolucionario, puede conducir a la
oscuridad en vez de a la claridad.
Esa
consigna, hecha realidad, conduce al traspaso rápido pero anárquico de
la gran propiedad del latifundio de la tierra a la propiedad de los
campesinos en proporciones pequeñas. Eso no significa una propiedad
social, sino una nueva propiedad privada de los medios de producción,
es decir, el desmembramiento de una explotación relativamente de nivel
progresista a otras pequeñas de campesinos con técnica rudimentaria. Y
en honor a la verdad, queramos o no aceptarlo, eso acentúa las
diferencias de la propiedad de la tierra en vez de sustituirlas. De esa
manera un proceso revolucionario puede ir creando una enorme masa de
adversarios que defenderán a capa y espada sus propiedades contra toda
política revolucionaria de transformación de la economía capitalista en socialista.
Y si la revolución se descuida, los boicots del campo contra la ciudad
pueden resultar costosos y lamentables sucesos de violencia social.
Nadie debe olvidar, con el poder en manos de una revolución, que el
proletariado no lucha ni por la propiedad para una clase ni por la
propiedad individual de los medios de producción, sino para que la
propiedad sea social y por la desaparición de la privada. Esto es en sí la esencia de la economía socialista.
Es bueno, como ejemplo, siempre tener presente que el más fiel defensor
de la revolución burguesa –francesa, por ejemplo- fue el parcelero
campesino, y lo hizo no por la burguesía sino por su pequeña propiedad
de medios de producción.
Otra
cosa es que el Estado asumiendo la propiedad de la tierra organice a
los campesinos en cooperativas para la explotación social con técnica
avanzada, agregando un sistema de educación que vaya fortaleciendo el
avance del programa socialista de la economía. Es sólo una idea para la
reflexión.