La Subordinación

Cuando los continentes comenzaron a interactuar, hace aproximadamente cinco siglos, comenzó a formarse, lentamente, lo que hoy denominamos "sistema internacional". En un intento por romper el cerco islámico –que amenazaba con estrangular estratégicamente a los pequeños y divididos reinos cristianos de Europa, Portugal y Castilla–, se lanzaron a navegar el Atlántico para llegar al Asia bordeando el poder musulmán. En Eurasia, tribus, reinos e imperios, a través de la guerra y el comercio, estaban desde hacía siglos en un contacto más o menos intenso, influenciándose de alguna manera unos a otros. Sin embargo, hasta 1521, en un caso, y 1533, en el otro, dos grandes Imperios: el azteca y el inca –que en el continente americano habían unificado, por la fuerza, múltiples pueblos y variadas lenguas–, no habían sufrido jamás la influencia de Eurasia. Aztecas e incas no sabían de la existencia de Roma, Constantinopla, Damasco, La Meca, o Pekín, y no sufrían influencia alguna de los centros de poder euroasiáticos. Solo a partir de la llegada de Cortés a México y de Pizarro a Perú puede afirmarse que todas las grandes unidades políticas del mundo integran un mismo sistema, el "sistema mundo" y que, por lo tanto, las acciones de una unidad política influyen siempre, directa o indirectamente, sobre las otras unidades políticas de manera más o menos intensa, dependiendo del grado de vulnerabilidad que posea cada una.

Los Estados existen como sujetos activos del sistema internacional en tanto y en cuanto poseen poder; solo los que poseen poder son capaces de construir su propio destino. Aquellos sin poder suficiente para resistir la imposición de la voluntad de otro Estado resultan objeto de la historia porque son incapaces de dirigir su propio destino. Por la propia naturaleza del sistema internacional –donde en cierta forma una situación se asemeja al estado de naturaleza–, los Estados con poder tienden a constituirse en Estados líderes o a transformarse en subordinantes y, por lógica consecuencia, los desprovistos de los atributos del poder suficiente para mantener su autonomía tienden a devenir en vasallos o subordinados, más allá de que logren conservar los aspectos formales de la soberanía. En esos Estados, cuando son democráticos, las grandes decisiones se toman de espaldas a la mayoría de su población y, casi siempre, fuera de su territorio. Los Estados democráticos subordinados poseen una democracia de baja intensidad. Lógicamente, existen grados en la relación de subordinación, que es una relación dinámica y no estática. Es importante no confundir el concepto de interdependencia económica con el concepto de subordinación. Estados Unidos depende del petróleo saudí, pero no está subordinado a Arabia Saudí. En cambio Arabia Saudí, de la cual Estados Unidos depende en gran medida para su abastecimiento de petróleo, está subordinada a Estados Unidos al punto tal que, a pesar de que la monarquía saudí es guardiana de los lugares santos del islam, se vio obligada, cuando Estados Unidos lo requirió, a permitir en sagrado suelo islámico –vedado por mandato religioso a todo ejército extranjero– la presencia masiva del ejército norteamericano. La interdependencia económica no altera la división fundamental del sistema internacional en Estados subordinantes y Estados subordinados.

El poder ha sido y es la condición necesaria para atemperar, neutralizar o evitar la subordinación política y la explotación económica. Para toda unidad política, desde las ciudades-estados griegas hasta los Estados nacionales del mundo moderno, el poder es la condición sine qua non para garantizar la seguridad y neutralizar la codicia. La riqueza de los Estados que no tienen poder es siempre transitoria, tiende a ser efímera porque la riqueza de algunas naciones suele despertar en otras el deseo vehemente de poseer los bienes ajenos; deseo que lleva al robo, al hurto y a la estafa. Es decir, a sufrir la subordinación militar, la subordinación económica o la subordinación ideológica-cultural, que constituye la forma más perfecta para avasallar a un Estado porque se trata de una estafa ideológica, de un engaño o ardid –construido a través de la ideología– para obtener sus riquezas y su subordinación política pacífica sin que se percate de tal situación.

En su Fenomenología del Espíritu, Hegel describe cómo nacen el señor y el siervo. Los hombres quieren ser libres, no estar constreñidos a vivir según las imposiciones de otros. Por eso se confrontan entre sí, en una lucha mortal. Mortal, literalmente, porque vence solamente aquel que está dispuesto a morir por la libertad. Quien tiene miedo y busca asegurarse la supervivencia física se retira y deja el campo de batalla a merced del "otro", que deviene, de este modo, en el "señor", y él en su "siervo".

El razonamiento hegeliano puede ser aplicado, por analogía, al escenario internacional aunque, ciertamente, deba ser matizado dado que el enfrentamiento mortal solo se produce en una limitada serie de instantes decisivos de la historia. En el escenario internacional existen señores y siervos: Estados subordinantes y Estados subordinados; y para el ejercicio de su dominio los subordinantes utilizan tanto el poder militar, como el económico y el cultural. A modo de ejemplo, digamos que la guerra por la independencia, protagonizada por las trece colonias contra Inglaterra, fue uno de esos instante decisivos de la historia donde la sentencia de Hegel resulta inapelable, donde se ve claramente que solo aquellos sujetos (hombres o Estados) que están dispuestos a morir por su libertad pueden ser libres. Sin embargo, esa libertad que las trece colonias conquistaron en el campo de batalla tuvieron que afianzarla tanto económica como culturalmente.



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Adrián Ávila

Profesor universitario

 adrian7379@gmail.com

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