Quizás, geográficamente, no sean las mismas planicies, selvas y montañas los campos de batalla en las que Venezuela, comandadas por el padre Bolívar, nació como nación, junto a un pueblo que dispuesto a morir, como buena parte lo hizo, aprendió a combatir derrotando y desalojando a nada menos que a la fuerza militar más poderosa de la época, aquella que presumía haber derrotado al mismísimo Napoleón.
Las que hoy se aprestan, luego de 200 años, asumir y enfrentar igual descomunal y desproporcionado reto. Como si la Historia, como de costumbre, le reclamase solo con sangre validar el merecimiento de heredar su majestuoso pasado. Hoy en día Venezuela significa y representa el último recurso de una Humanidad atormentada que solo en sus cojones y ovarios apuesta la última esperanza de mañana.
Tierra sagrada, volcán de hombres y mujeres indómitos, seres de verdad que tanto como ansían y veneran la paz resultan cementerio implacable para todo cuanto trasnochado tiranillo ancie reeditar fetiches delirios de grandeza. Aquellas lanzas aún coloradas goteando se encuentran con la misma deuda y la misma sed de saldar cuentas. Diana que seguramente encenderá nuevamente el infierno en el continente.
Imperioso resulta no desconocer la verdadera magnitud del compromiso que hoy en día encierra la guerra que nos encontramos librando. Demasiado horror ha venido desgarrando al mundo quien se encuentra desde hace tiempo conspirando para titubear y desconocer sus verdaderas intenciones, y sobre cuál sería nuestro merecido destino si lograra traspasar las líneas de nuestro histórico pundonor.
No ha sido poca cosa ni fácil llegar y resistir hasta dónde hemos llegado y nos encontramos. Por todos los medios y desde las más miserables formas han buscado minar nuestra moral. Muchos de aquellos confundidos también pronto volverán, abandonando y aislando aquellos que mueren todos los días por aquellas monedas, presos de la más miserable orfandad, sin patria y esclavos de un amo que los detesta.
Mientras los que debieron multiplicarse, por las ausencias, alcanzarán la vida a pesar de la muerte. Somos nacimiento de los que no se rindieron, y que solo por resistir se podrá estar a la altura de heredar a nuestros nietos los que nos heredaron nuestros bisabuelos. Ni siquiera las bestias tienen permitido traicionar la manada. La traición es anti natura como anti natura es rehuir de nuestra estirpe y pasado.
A los siete años de la partida sus palabras, eternamente comandando, retumban con mayor fuerza y compromiso en cada intersticio de nuestra conciencia, verdadero alistamiento para la batalla. Capitaneando las fuerzas y los misterios de la sabana, a los espíritus pasa revista preparando sedientos espantos guerreros, manera como combate y se procrea la Historia desde la gallardía de las causas justas.
"¡SABEN UNA COSA: BASTANTE PUEBLO HAY AQUÍ, Y BASTANTES COJONES HAY AQUÍ PARA DEFENDER ESTA TIERRA, PARA DEFENDER ESTA PATRIA DE CUALQUIER INTRUSO QUE PRETENDA VENIR A HUMILLAR LA DIGNIDAD DE ESTAS TIERRAS SAGRADAS DE LA VENEZUELA DE TODOS NOSOTROS!... ¡CARAJO!".