No hago una revelación inédita cuando señalo que los venezolanos estamos poco acostumbrados a la disciplina. Nuestras instituciones funcionan, cuando lo hacen, en medio de una barahúnda caótica que sólo las mafias burocráticas son capaces de sortear. El desorden impera en los poderes del Estado, empezando por el Judicial y, de manera más perniciosa, está enquistado en todos los órganos y niveles del Poder Ejecutivo: ministerios, institutos autónomos y corporaciones.
La llamada "cuarta república" se encuentra intacta en la estructura gubernamental. Los jerarcas de la conchupancia se las ingeniaron para privatizar empresas públicas tras copar sus nóminas con la clientela partidista. Luego crearon leyes de carrera administrativa y decretos de inamovilidad laboral. Dejaron a los suyos enchufados en el aparato, dispuestos a medrar mediante operaciones morrocoy, saboteos y todo lo necesario para que cualquier gobierno fracase hasta el retorno de la guanábana o de un combo similar.
Ante esta realidad perversa ha privado la timidez del actual equipo, que, para destituir a los conspiradores de la empresa petrolera, esperó que la destrozaran desde adentro, haciéndole perder miles de millones de dólares y provocando largos meses de inoperancia todavía más dañina.
Estamos inmersos en el experimento maravilloso de hacer una revolución sin necesidad de paredones ni campos de concentración, tolerando incluso a quienes recurren a la conspiración mediática, propalando falsedades y desinformación.
Hay quienes buscan el Socialismo del Siglo XXI en las tradiciones tribales de nuestros aborígenes, lo cual parece ingenuo o fantasioso. Habrá otros que pretendan importar o imponer experiencias foráneas, sin considerar que la realidad venezolana es distinta y única.
En todo caso se trata de darle poder al pueblo, crear estructuras sociales de base e impedir que sean secuestradas o desvirtuadas por intermediarios y oportunistas. La empresa es riesgosa, pero sería más peligroso no agotar todos los esfuerzos para que la justicia social prevalezca.
Pudiéramos decir con el poeta Antonio Machado ¡caminante, no hay camino, se hace camino al andar!
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