Paraíso perdido de la izquierda

Antaño, la izquierda tenía un explosivo entre las manos: la revolución. Es éste el que se ha transformado en opio. No vemos, actualmente, dónde están los explosivos de calidad. Nos gustaría que los hombres de izquierda, que imitan la dialéctica de los comunistas, pero se detienen justamente antes de la conclusión, se expliquen de una vez sobre el acontecimiento que desean, sobre el socialismo que, de acuerdo con sus deseos, tendría que nacer de una explosión de las actuales estructuras de la economía.

En la Europa, cautivas de los restos de la ideología revolucionaria. Esta ideología tenía, en su origen, una motivación positiva: el presente era tan inaguantable que se necesitan una revolución para alumbrar el futuro. Insensiblemente, para los viejos militantes el sentido de esta frase se has invertido: la esperanza del mañana es tan consoladora que nos dispensa de cambiar el presente.

¿Cuántos hombres de izquierda dejan de mirar por encima del hombro para asegurarse de que el "Partido", censor moral, no los mira con ojos demasiado severos, o para probarse a sí mismos que son aún más fieles que aquél? Como el mito revolucionario tira de un lado, y las necesidades, de otro, el leguaje se desdobla y se confunde. El intelectual de izquierda se ve zarandeado entre la Tesis y la Hipótesis.

Según la Tesis, habría que socializar los medios de producción. Según la Hipótesis, vale más no hacer nada, para no romper los resortes mismos de la economía. De pronto, entramos en la lógica de la gestión reformadora. De pronto, salimos de ella por la invocación de los fines últimos, y se preconiza la "nacionalización urgentísima, al iniciarse la legislatura, de los grandes Bancos, de la siderurgia, del petróleo, de los astilleros, de la industria química". Esta confusión entre los objetivos y los medios, esta involuntaria duplicidad, esta duda sobre la propia legitimidad, contribuyen, todavía hoy, a reducir en gran manera la fuerza de arrastre de la izquierda y a impedirle alcanzar las fronteras naturales del "partido del Movimiento".

Un segundo factor perturba, en la izquierda, el sentido del futuro, y favorece, por el contrario, el despertar y el retoñar de la derecha: de ahora en adelante, el poder renueva, mientras que la oposición desgasta. Los conservadores llevados al poder, han aprovechado ampliamente esta coyuntura para modernizarse. Han vuelto a modelar sus estructuras políticas, encontrando hombres jóvenes y valiosos, y modificado sus actitudes ante los problemas. ¿Por qué?

En todas las profesiones se reconoce hoy como necesidad absoluta la continua puesta al día del saber y de las aptitudes. La profesión política no escapa a esta regla. Y escapa tanto menos a ella cuanto que es la profesión más difícil. Un buen político tiene que estar al corriente de innumerables hechos, mantener contacto con el pueblo, y poseer, o al menos conocer, técnicas extraordinariamente variadas, si no quiere perder su calificación. Ahora bien, el pueblo, estos hechos, estas técnicas, cambian como todo lo demás y a la misma velocidad. Los hombres que ocupan el poder encuentran en él un notable dispositivo de formación permanente, del que la oposición carece por completo. Todo el aparato de información, de análisis y de previsión del Estado se encuentra a su disposición. Y les permite, si no revisar sus dogmas, mantener al menos el contacto con las realidades, cada vez más complejas y móviles, con las que tienen que trabajar. Naturalmente, los hay que no saben aprovecharse de ello. Pero hay otros, muy numerosos, que no dejan de hacer progreso. El poder estimulas, en suma, la asimilación de ideas nuevas, cuya necesidad lo convierte en consumidor. Por esto algunos moderados se han inspirado grandemente en las sugerencias que ciertos grupos orientados a la izquierda pusieron en circulación durante los últimos años. Las emplean, ora para actuar, ora para adoptar únicamente un vocabulario moderno; pero no importas, pues lo cierto es que cambian.

Por el contrario, una gran parte de la izquierda se ha debilitado en una oposición excesivamente prolongada. Permaneciendo demasiado tiempo fuera del juego en un país que cambia tan de prisa, se corre el riesgo de perder el contacto con las realidades. Despojada de su mesianismo revolucionario, de su hostilidad al poder temporal de la Iglesia, de su nostalgia parlamentarista, ¿le quedaría algo?

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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