—"La proeza del Comandante Chávez, ha probado por los tiempos que una idea, alada por genio, resulta más fuerte que todos los elementos de la naturaleza cuando la pasión la lleva decididamente adelante; y lo que incontables personeros juzgaban improbable, ha sido transformadora en una verdad eterna por obra de un solo hombre y su pequeña vida perecedera".
La certeza absoluta, completa, de que la muerte es un completo y definitivo e irrevocable anonadamiento de la conciencia personal, o la certeza absoluta, completa, de que nuestra conciencia personal se prolonga más allá de la muerte en éstas o las otras condiciones, haciendo sobre todo entrar en ello la extraña y adventicia añadidura del premio o del castigo eternos, ambas certezas nos harían igualmente imposible la vida. En un escondrijo, el más recóndito del espíritu, sin saberlo acaso el mismo que cree estar convencido de que con la muerte acaba para siempre su conciencia personal, su memoria, en aquel escondrijo le queda una sombra, una vaga sombra, una sombra de incertidumbre.
Es siempre la muerte la que revela el último misterio vital de una figura; sólo en el momento en que se cumple victoriosamente su Idea, se evidencia la tragedia de ese hombre, al que siempre sólo le ha sido dado cargar con el fardo de su misión y que nunca ha podido celebrar su éxito final. El destino había elegido a este hombre, entre la multitud de millones de hombres, para que realice la hazaña por la que estaba dispuesto, inflexiblemente, a sacrificar todo cuanto poseía en este mundo, y quien, además, estaba presto para dar su vida por su idea. Nada más. El destino no lo llamó sino para el trabajo personal, no le concedió la gracia de gozar su alegría y lo despachó, sin gratitud ni merced. Otros cosechan la gloria de su obra, otros embolsan la ganancia, otros celebran las fiestas, pues el destino quería ser contra ese soldado duro, tan severo como él mismo ha sido en todo y con todos. Solo le concede aquella única cosa que quiso con todas las fuerzas de su alma: encontrar la ruta que conduce al pueblo (a bien vivir) hacia la democracia-socialista. Pero ya le negó el favor de recorrerla hasta final. Sólo le permite mirar y tocar la corona de la "victoria", pero cuando quiere colocársela, pronuncia la fatalidad su "¡basta!", y abate la mano que se ha alzado ansiosa.
Sólo le es dado, únicamente, aquello, el hecho mismo, el triunfo y la gloria temporal. No hay nada más conmovedor, por lo mismo, que releer una vez más el testamento del Comandante en este momento en que tenía que realizarse su última voluntad. El regreso le veda todo lo que ha pedido en aquella hora de la partida. No le corresponde ni a él ni a los suyos nada de todo lo que ha impuesto, luchando, en aquella capitulación. Después de su muerte heroica no concede la vida a sus ministros ninguna —en el sentido estricto de la palabra: ninguna— de las disposiciones que con tanta previsión y cuidado ha ordenado en su última voluntad, y le niega despiadadamente aún el deseo más puro y más piadoso.
Pero en la Historia la utilidad temporal no determina jamás el valor moral de un acto. Sólo enriquece duraderamente a la humanidad aquel que aumenta su conocimiento propio y el que engrandece su conciencia productiva. En este sentido, la hazaña del Comandante supera a todas las proezas de su época. Que perdure, pues, inolvidado el hombre que ha osado llevar a cabo esta idea audacísima, elevando su sueño a la categoría de realidad, gracias a la misteriosa transformación de su energía en acción.
—Y todo el esfuerzo del hombre es dar finalidad humana a la Historia, finalidad sobrehumana, que diría Nietzsche, que fue el gran soñador del absurdo: el cristianismo social.
¡La Lucha sigue!