El comunismo apoya todo movimiento revolucionario contra el político existente

—"Lo primero es ser y llegar a ser lo que se quiere ser; ni la fraternidad con el pueblo, por medio del misterio de la compasión; ni acallamiento de la conciencia por la religiosidad, pueden sentirse, de pronto, en el fondo del pecho como si fuera un contacto eléctrico. Esa fuerza del espíritu es innata, invariable, es la belleza y fatalidad de todo el pueblo; es superior a la fuerza de voluntad y, por tanto más altas e impetuosas se levantan sus llamaradas, cuanto más amenazada se ve en su misteriosa misión de iluminar. Pues no se avanza ni una sola pulgada hacia la simplicidad por medio de un esfuerzo de voluntad".

Los comunistas consideran indigno ocultar sus conceptos y propósitos de la burguesía. En todos ponen en primer término la cuestión de la propiedad; abiertamente, que sus objetivos no pueden ser alcanzados sino por el derrumbamiento de todo el orden social existente. La abolición de la vieja sociedad burguesa, basada en los antagonismos de clase, y la creación de una sociedad nueva, sin clases ni propiedad privada.

En éste período capitalista, las causas principales de las guerras no son las diferencias religiosas o nacionales, sino los antagonismos económicos, a los cuales las clases dirigentes de los diversos países son empujados por el modo de producción. De igual manera que sacrifican sin cesar la vida y la salud de los pueblos sobre el campo de batalla del trabajo, no tienen ningún escrúpulo en hacer verter su sangre con vista a obtener nuevos beneficios por la conquista de nuevos mercados.

El pueblo de todos los países tiene, el deber de elevarse contra la opresión del imperialismo al mismo tiempo que contra todas las otras formas de explotación de que ella es víctima de parte de las clases poseedoras. Con este propósito debe conquistar la pujanza política para abolir el modo de producción capitalista y rechazar en todos los países, a los gobiernos instrumentos de la clase capitalista, los medios de mantener el orden de cosas actual.

Los ejércitos permanentes del imperialismo, cuyo entrenamiento agota y consume a las naciones en tiempos de paz y cuyos gastos son soportados por el pueblo, acrecienta el peligro de guerra entre las naciones y favorecen sobre todo la opresión siempre brutal de la clase obrera de cada país. Por esta razón el grito de ¡Abajo la guerra! no es más escuchado que los otros llamamientos a los sentimientos humanitarios de las clases capitalistas.

Mientras la burguesía quiere terminar la revolución rápidamente y después de haber logrado, la realización de las reivindicaciones aludidas, nuestro interés y nuestro deber son darle continuidad a la revolución hasta que todas las clases poseedoras hayan sido expulsadas del poder. Para nosotros no se trata de la transformación de la propiedad privada, sino únicamente de su desaparición; no se trata de camuflar los antagonismos de clases, sino de suprimir las clases; no de mejorar la sociedad, sino de fundar una nueva.

En el "librearbitrismo", el poder opresivo suple a la caída naturaleza; en el fatalismo representa a la ley externa del hado; cuando se ve, por el contrario, ley determinante de la voluntad, se fía en el capitalismo. Así es como el "dejad hacer, dejad pasar", brotó de la concepción optimista del "homo oeconomicus", que conoce siempre su verdadero interés, y de la fe en que éste se concilia con el colectivo; de un determinismo.

—"¡Libertad! Bien entendida, ¡hermosa palabra!... Un pueblo jamás se hace maduro ni prudente; siempre es niño, dice el duque de Alba en el Egmont, de Goethe. ¡Libertad bien entendida! Y para hacerla entender, ¡palo limpio y tente tieso! Y consuélese el sometido con que su voluntad es libre e inviolable el santuario de su conciencia". ¡Gran celestina la metafísica!

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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