Fukuyama llevó esa tesis a un nuevo y más audaz territorio al sostener que los mercados desregulados de la esfera económica, combinados con la democracia liberal de la esfera política, representaban "el punto final de la evolución ideología de la humanidad y la forma definitiva de gobierno humano". De ese modo, democracia y capitalismo radical no sólo habían quedado fundidos entre sí, sino también con la modernidad, el progreso y la reforma. Quienes se oponían a la fusión estaban, además de equivocados, "anclados aún en la historia", según expresión del propio Fukuyama, lo que equivalía a decir que se habían autodescartado para el Rapto divino, puesto que todos los demás ya habían trascendido a un plano celestial "poshistórico".
Muy en el estilo de la privatización y el "libre comercio" que el FMI había introducido a hurtadillas en Nuestramerica bajo la tapadera de los programas de "estabilización" de emergencia. Lo cierto, era que existía un consenso emergente e irreprimible en torno a la idea de que todas las personas tienen derechos a gobernarse a sí mismas democráticamente, pero sólo en las fantasías más alocadas del Departamento de Estado podía entenderse que ese deseo de democracia viniese acompañado de un clamor ciudadano por un sistema económico paralelo que eliminase las protecciones laborales y provocase despidos masivos.
Si en algo había verdadero consenso, era en que para las personas que dejaban atrás las dictaduras (tanto de derecha como de izquierda), la democracia significaba tener por fin voz en todas las decisiones importantes y no ver impuesta unilateralmente y por la fuerza la ideología de unos terceros. Dicho de otro modo, el principio universal "la soberanía del pueblo" incluía la soberanía de ese pueblo para elegir cómo distribuir la riqueza de su país y eso abarcaba tanto el destino de las empresas de propiedad estatal como las financiación de las escuelas y los hospitales. En todo el mundo, los ciudadanos estaban más que listos para ejercer sus poderes democráticos, que tanto esfuerzo les había costado conseguir, y para convertirse, al fin, en los autores de sus propios destinos nacionales.
Fukuyama aseguraba que las reformas democráticas y las "del libre mercado" eran procesos gemelos, imposible de desdoblar. Sin embargo, en China, el gobierno estaba haciendo precisamente eso, desligar ambos procesos; estaba realizando grandes esfuerzos para desregular los salarios y los precios y ampliar el ámbito de acción del mercado, pero, al mismo tiempo, estaba firmemente decidido a oponerse a toda reivindicación de elecciones democráticas o de reconocimiento de los derechos humanos.
Aun así, en los años siguientes, y al tiempo que decenas de países se esforzaban por hallar el modo de reformar sus economías, las huelgas, las derrotas electorales, los cambios radicales de política, fueron acallados hasta caer en el olvido. Pasó así a la historia como modelo, como prueba de que las transformaciones radicales hacia el libre mercado pueden producirse democrática y pacíficamente. Habrá que preguntarse si podría tener sentido concebir la provocación deliberada de una crisis para eliminar los obstáculos de carácter político se le pueden presentar a la reforma.
—Cada hermano tiene el deber fraternal de imponerse a sus hermanos, y cuando se siente superior a ellos, no debe decir: "¡Se acabó! Aquí voy a mandar yo", y tratar de imponerse su autoridad, aunque por tratar de imponerla le echen de casa.
¡La Lucha sigue!