Distingo entre oposición y oposicionismo, donde éste es una deformación de aquélla.
El oposicionista se opone a todo. Por eso es previsible y fácilmente manipulable por sus adversarios. Si el gobierno dice A, el oposicionismo dice X; si el gobierno dice B, el oposicionismo dice Z. El opositor democrático se opone al proyecto autoritario, estatista y populista del chavismo-madurismo, pero no teme, en determinadas circunstancias, coincidir con él cuando convenga al pueblo y al país.
El oposicionista cree que mientras peor estén las cosas mejor, pues así el régimen se derrumbará por su propio peso. Su tesis es que el nuevo país se levantará sobre las cenizas del pasado. El opositor democrático procura no agravar la catástrofe que padecemos y no pierde ocasión de sugerir caminos para mejorar las cosas, aún con sus adversarios en el poder. Quiere recibir por herencia algo más que una ruina.
El oposicionismo piensa primero en sus intereses, luego en los del país. La oposición democrática aspira a ser una oposición de Estado que ponga al país por sobre ella misma.
El oposicionista cree que por gritar más alto e insultar con mayor procacidad, es más opositor que otros. El opositor democrático procura un lenguaje respetuoso con el adversario porque sabe que lo cortés no quita lo valiente.
El oposicionista cree que todo opositor que hable con el gobierno es un traidor. El opositor democrático habla con todos.
El oposicionista critica y exagera, y al hacerlo miente, no importa si así pierde credibilidad. El opositor democrático critica pero sabe que la realidad es suficientemente grave como para tener que exagerarla.
El oposicionista cree que el aventurerismo irresponsable es una forma de valentía política. El opositor democrático sabe que la verdadera valentía está en la prudencia y la moderación.
El oposicionista dinamita los puentes de comunicación con el gobierno. El opositor democrático los construye.
El oposicionista es extremista, esto es, maximalista y esencialista: quiere todo y ya, no espera a cambio sino la rendición incondicional del adversario, juzga al régimen por su esencia dictatorialista, y cree que vale todo para llegar al poder, incluso la violencia y la intervención militar o económica de potencias externas contra nuestro país. El opositor democrático sabe que al poder se accede a través de un proceso progresivo de fuerzas, para lo que ocupa espacios aquí y allá, comprende que cualquier salida democrática debe incluir y no excluir a sus adversarios, valora las manifestaciones diversas dentro del chavismo-madurismo y busca en él interlocutores democráticos, y cree en el voto, el diálogo y la negociación para llegar al poder y no acepta para ello poner en riesgo la soberanía de la patria.
El oposicionista cree que el fin justifica los medios. El opositor democrático sabe que el fin se prefigura en los medios, de modo que si el fin es democrático, para que lo sea, los medios deben ser democráticos.
El oposicionista a veces vota y a veces no. El opositor democrático vota siempre.
El oposicionista inventa fraudes donde no los hay. El opositor democrático sabe que si se audita por azar el 52 % del voto manual contra las actas electrónicas de las máquinas y si sus testigos están presentes (como en 2015) en la mayoría de las mesas electorales, el fraude no es posible.
El oposicionismo dialoga hoy, mañana quién sabe. El opositor democrático dialoga siempre.
El oposicionista tolera las protestas violentas y añora una fractura militar que ocasione una disputa armada por el poder, aunque el costo sea de miles de vidas humanas. El opositor democrático promueve protestas sólo pacíficas y se relaciona con la Fuerza Armada en su conjunto, reconociendo sus realidades políticas internas, y aspira tener con ella una relación de respeto institucional, dentro del marco de la Constitución.
El oposicionista es obsecuente con el imperio de los Estados Unidos y acepta su tutelaje. El opositor democrático procura la solidaridad del mundo con las luchas democráticas del pueblo venezolano pero reclama para sí el derecho soberano de decidir sin injerencia alguna sus estrategias y sus políticas.
Oposicionismo es el que tuvimos el 11A, durante el paro 2002/2003, con ocasión de la abstención 2005, y a partir de 2016 hasta hoy, luego que el revocatorio fuese bloqueado: su resulta final ha sido siempre cárcel, inhabilitaciones, exilios, muerte, derrota y fracaso. Oposición democrática es lo que tuvimos de 2006 a mediados de 2016: cuando se reagruparon las fuerzas en las presidenciales de 2006, se le ganó un referendo al más poderoso Chávez en 2007, se ganaron las principales gobernaciones y alcaldías en 2008 y 2009 respectivamente, se obtuvo más votos que el PSUV en 2010, casi resultó victoriosa en las presidenciales de 2013, se ganó la AN en 2015 y se impulsó un revocatorio en 2016, bloqueado el cual, debió haber pasado la página con presteza y concentrarse en negociar elecciones regionales en diciembre 2016, como correspondía constitucionalmente, y seguir la ruta democrática hasta las presidenciales de 2018 (cuando, de haber participado, habría ganado 50/30, que este último de 30 puntos fue el porcentaje con que, gracias a la abstención oposicionista, ganó Maduro).
¿Cuál será la oposición que hegemonizará de aquí a 2024 al pueblo que mayoritariamente rechaza al gobierno? De la respuesta a esta pregunta dependerá el destino de la nación por las próximas décadas.