Comandante, caído del cielo al cieno, pero conservando sus alas místicas

—“Fue necesario arrancarlo como por violencia a las entrañas de la madre tierra, en las cuales parecía haberse fabricado ya una tumba. Cuando tocó la tierra, aquel ser nacido para volar por lo infinito, como si la tierra le quemara”.

Hay un ser que puede dulcificar todos estos dolores, que puede destruir todas estas tristes asperezas, la Mama Rosa. Dios la ha dado para poner una gota de miel con sus puros besos en el acíbar de la vida. Dios la ha enviado junto a la cuna, para que al abrir los ojos, oculten las alas de su amor toda la oscuridad del horizonte en que vamos a batallar para conquistarnos la muerte. Dios ha querido que sus manos plieguen nuestras manos, para las primeras oraciones, y que su sonrisa sea la aurora de lo infinito para la esperanza. Ella es la virtud, la caridad, la parte tierna del corazón, la nota melancólica del alma del alma, el fondo inmortal de inocencia, que siempre queda hasta bajo los pliegues y repliegues del más cruel carácter. Cuando sintáis un buen impulso en el corazón, el deseo de enjugar una lágrima, de socorrer una desgracia, de partir vuestro pan con el hambriento, de lanzaros a la muerte por salvar la vida del prójimo, volveos, y encontrareis a vuestro lado, como el ángel de la guardia que nos inspira el pensamiento del bien, la sombra querida de la Mama Rosa. La razón, los libros, las escuelas, el padre, nos dan las ideas; los sentimientos siempre los dan las madres: el carácter, siempre las madres lo forman.

Este grande pueblo, independiente por carácter, original por su genio, educado en el libre seno de la madre naturaleza, iba a encontrarse en bien temprana edad, metido en la jaula de una de esa burguesía que templan las enérgicas nativas fuerzas de su libertad con el rigor de las costumbres. En donde quiera que la libertad es grande, la costumbre es imperiosa. Donde falta el freno de la ley escrita, pone el tácito asentimiento de todos, el freno de sus leyes convencionales. El descuido nuestro, la facilidad con que suprimimos todo ceremonial, la ligereza con que salvamos todas las distancias, la familiaridad de nuestra conversación y de nuestras maneras no se conocen aquí, en Venezuela. Y no creáis un tantico de nuestras costumbres niveladoras e igualitarias, a cambio de otro tanto de la libertad, que jamás he visto practicada en España. Yo amo igualmente la libertad y la igualdad no las concibo divididas; las creo, no condiciones, esencias de la justicia. Pero separadlas y dadme a elegir una de las dos: yo opto por la libertad. No conozco un monstruo más terrible que un gobierno arbitrario. Un tigre puede rasgarme las carnes; el despotismo desgarra la conciencia. Pero es necesario comprender que la libertad no es un don gratuito y un objeto de juego y de lujo: se obtiene con una grande madurez de juicio, y se condolida con una grande severidad de costumbres. Los pequeños sacrificios que pueda exigir al pueblo, se compensan sobradamente con esa dignidad tan necesaria y tan satisfactoria como la voz de la conciencia tranquila y virtuosa para los individuos. Así, las libertades hallan su contrapeso natural en la rigidez de las costumbres, que se impone sin necesidad de leyes, ni autoridades, por la fuerza social. Es dificilísimo explicar esta idea a los hombres y mujeres habituados a vivir en el despotismo.

—El orador eleva su vida a las alturas de su conciencia y se consagra a una causa, a una reforma. Para esto necesita concertar sus fuerzas, disciplinar su carácter, reunir sus ideas en torno de un pensamiento capital, y tener la lógica, la consecuencia inflexible, no solo en los discursos, sino en la vida.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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