Desde fines del siglo pasado, analistas y gente del común coinciden en la necesidad de impulsar un cambio en la forma de organizarnos para garantizar la condiciones de existencia de la vida. Así como, en atribuir a la actitud hegemónica de EEUU gran parte de la responsabilidad de los males que nos afectan. Pero, curiosamente, no comparten la necesidad de plantear un modelo viable alternativo al capitalista.
Desde distintas perspectivas, destacan que las élites del imperio norteño, pese a estar utilizando todo el aparataje institucional internacional y la infraestructura propia para defender su dominio global, no van a poder seguir imponiendo sus criterios y reglas al resto del mundo. Entre otras cosas, porque la desaparición de las condiciones que facilitaron su crecimiento económico acelerado -monopolios productivos apoyados por el Estado operando sin competencia debido a la destrucción de infraestructura de sus aliados europeos y de Japón- redujo significativamente el ritmo y la tasa de su acumulación de capital. Efecto del cual no se han podido recuperar pese al desmembramiento de la URSS, a la imposición del dólar como moneda de cuenta, al abandono del patrón oro, a la transnacionalización de sus capitales, a la financiarización, a la globalización y expansión y uso indiscriminado de su capacidad tecnológica, sus servicios de información/inteligencia y su poder militar, etc.
Sin embargo, el reconocimiento de la merma de la hegemonía económica estadounidense no ha ido aparejado con un cuestionamiento contundente del destructivo sistema capitalista, vigente bajo diversas modalidades en la inmensa mayoría de las naciones de la Tierra, incluidas China y Rusia. Lo cual resulta sorprendente si se toma en cuenta que el desarrollo y la hegemonía estadounidenses son producto del sistema y que la mayoría de los problemas que enfrenta la humanidad provienen de su lógica autodestructiva, Pruebas de ello: la insostenible concentración del
capital mundial en manos del 1% de la población y la conversión de una importante porción del otro 99% en población "sobrante", debido fundamentalmente al proceso de robotización que recién comienza.
Pareciera que solo el 1% está trabajando orgánicamente para librarse de esa lógica. Tratando de resetear el mundo, están ideando un nuevo modelo de organización social que respete sus intereses y privilegios sin conducir a puntos muertos como el capitalista. Mientras que los progresistas, los partidos de izquierda y los movimientos populares o reivindicativos de distinta índole -sin la referencia de la URSS, desconcertados ante el complejo modelo mixto chino e imbuidos de la cultura anglo dominante- no logran trabajar unidos en torno a un modelo que convoque el potencial revolucionario de la mayoría.
Creo, que en la coyuntura en que nos encontramos, este tema debería ser tratado tanto por la Central Bolivariana Socialista de Trabajadores en pleno debate para su "rearme ideológico" como por el V Congreso del PSUV marcado por las 3R.com