Recientemente se han formulado afirmaciones muy polémicas referidas al marxismo-leninismo, que nos invitan a un debate necesario. Entre otras cosas, se ha dicho que el marxismo es un dogma, lo cual no escuchamos por primera vez y, con toda seguridad, tampoco por última.
Para comenzar, quisiéramos puntualizar que un dogma es una doctrina, cuyo contenido se considera incuestionable, una doctrina compuesta por verdades absolutas, libres de cualquier examen. La religión es un dogma por antonomasia.
Ahora bien, se puede llegar a aplicar este epíteto al marxismo (y cuando hablamos de marxismo, nos referimos también a los valiosísimos aportes teóricos de Lenin y del resto de los grandes pensadores marxistas), cuando se le asume, erróneamente, como un conjunto de enunciados inmutables. Aquí, una visión dogmática de lo que, a juicio de su detractor, es el marxismo, desemboca en esta afirmación. También se pueden generalizar críticas de conductas dogmáticas, de quienes la profesan como un catecismo, concluyendo que el marxismo es un dogma.
¿Pero es el marxismo realmente un dogma? En una breve definición podríamos decir que el marxismo es la doctrina científica que explica los procesos sociales a partir de la actuación de leyes del desarrollo de la sociedad, sobre la base de un conjunto de relaciones sociales, económicas y políticas; y fundamenta la necesidad de sustituir el capitalismo por el socialismo y, posteriormente, por el comunismo, la sociedad sin clases sociales.
Sin pretensiones de agotar la esencia del marxismo, entre sus enunciado más importantes podemos destacar: que las condiciones económicas y materiales de la sociedad determinan la conciencia de los hombres; que los hombres se agrupan en clases sociales a partir de las relaciones que guardan con la propiedad sobre los medios de producción,; que a partir de estas relaciones (y otras derivadas de ellas) se desprenden intereses particulares de diversa naturaleza que dan pie a conflictos sociales, definidos como lucha de clases entre los explotadores y los explotados; que estas luchas de clases se han convertido en el motor fundamental de la historia, en el sentido de que sin ellas sería imposible entender las razones y fuerzas motrices de los cambios sociales; que sobre la base económica de la sociedad se erige una superestructura, donde destaca el Estado (comprendido como instrumento de dominación de la clase explotadora que sirve de sustentación de las relaciones imperantes), entre los cuales se desarrolla una compleja interrelación dialéctica; que el capitalismo es un régimen de injusticias basada en la explotación del hombre por el hombre que deriva en una tremenda polarización social; y, por último que en el capitalismo la lucha de clases conducirá a la clase obrera a la supresión revolucionaria de ese sistema y el establecimiento del socialismo.
Esta doctrina es científica no sólo porque dispone de un método científico, el materialismo dialéctico, que explica el proceso social desde sus contradicciones y sus cambios, desde el proceso de acumulación de condiciones que preparan las grandes transformaciones cualitativas, desde el nacimiento de lo nuevo a partir y en dura lucha con lo viejo, desde una perspectiva histórica... Además, el marxismo es una doctrina científica porque se ha verificado rigurosamente en la práctica. Esta es una diferencia sustancial entre el dogma y la ciencia. La primera no requiere una evaluación a la luz de los hechos, en tanto que la segunda debe contrastarse permanentemente con la realidad, está obligada a demostrar la veracidad de sus enunciados.
Aquí vale preguntarse, si alguno de los enunciados mencionados anteriormente no se ha confirmado con caprichosa rigurosidad, en general, a lo largo de la historia y, en particular, en el capitalismo. ¿Son los hombres y sus formas de pensar el resultados de sus épocas o no lo son?; ¿guardan alguna relación el desarrollo productivo, tecnológico y económico en general con las formas de organización de la sociedad a lo largo de la historia o no hay ninguna relación?; ¿es o no es el Estado un aparato al servicio de las clases dominantes para garantizar el orden establecido?; ¿es o no es la propiedad privada sobre los medios de producción la fuente originaria del poder, la riqueza y los conflictos sociales?; ¿hay o no hay lucha de clases en el capitalismo actual?; ¿es el capitalismo un sistema de injusticias o no lo es?; ¿está superada la tesis de reformar “mansamente” al capitalismo? No hay forma científica de darle respuesta negativa a estas interrogantes.
De tal manera que los postulados fundamentales del marxismo están hoy más vigentes que nunca. Esto obedece al hecho de que en su condición de ciencia, el marxismo se encuentra en permanente desarrollo, se alimenta permanentemente de una realidad en constante cambio, no se estanca, no se conforma con la percepción de las apariencias, sino que penetra en la complejidad de la esencia de los fenómenos, explora sus fuerzas motrices sus contradicciones, procura anticipar su desenlace en forma objetiva. Decía Lenin:
"Nuestra doctrina no es un dogma, sino una guía para la acción, han dicho siempre Marx y Engels, burlándose con razón de los que aprenden de memoria y repiten mecánicamente las "fórmulas", que, en el mejor de los casos, sólo sirven para señalar las tareas generales, que se modifican necesariamente con la situación económica y política concreta de cada fase especial del proceso histórico... Es necesario asimilarse la verdad indiscutible de que el marxista debe tomar en cuenta la vida real, los hechos precisos de la realidad y no continuar aferrándose a la teoría del día anterior..."
Sin lugar a dudas, hay no pocas tesis formuladas en determinados momentos en el marco del marxismo, que han perdido vigencia en razón de los cambios acaecidos. La actualización de los postulados teóricos es una obligación del científico y del revolucionario. Y el marxismo ha cumplido con esa exigencia. Vale recordar tan sólo, que la tesis de la revolución proletaria de Marx y Engels establecía que la toma del poder político por parte de la clase obrera se daría con mayor probabilidad en los países desarrollados, y en forma simultanea. Ese planteamiento lo fueron modificando los creadores del socialismo científico, en forma progresiva, a la luz de los acontecimientos de la segunda mitad del siglo XIX. Pero fue Lenin quien planteó acertadamente la posibilidad de la revolución proletaria en el eslabón más débil del sistema imperialista a comienzos del siglo XX. También fue Lenin quien formuló los significativos cambios experimentados por el capitalismo en su fase imperialista, etc. Estas son muestras de la práctica de innovación teórica en el marco de la doctrina científica, sin perder el norte, atendiendo siempre a la esencia de la misma.
Por otra parte, es necesario precisar que el marxismo no trata solamente de interpretar la realidad, sino de transformarla. De allí su carácter revolucionario, que no obedece exclusivamente al hecho de haber propulsado el desarrollo de las ciencias sociales, sino de haberse convertido en un instrumento de fundamental importancia para la transformación de la sociedad, en guía para la acción revolucionaria. La unidad de teoría y práctica revolucionaria es un rasgo esencial del marxismo.
En ese sentido, es el marxismo la teoría revolucionaria de la clase obrera, porque fundamenta la supresión del capitalismo a partir de la actuación revolucionaria de las masas explotadas, dirigidas por la clase obrera. ¿Pero por qué precisamente de la clase obrera? Porque si el capitalismo es un sistema socioeconómico basado en la propiedad privada sobre los medios de producción y para su enriquecimiento se vale de la explotación de los obreros, quienes, además, no poseen propiedad sobre los medios de producción, son estos los únicos que, al suprimir la explotación capitalista, pueden establecer un régimen de organización social, donde la propiedad sobre las fuentes de riqueza pasan a manos de toda la sociedad. No están interesados en reproducir nuevas estructuras de explotación y dominación social. Esto no significa que sean sólo los trabajadores quienes luchan en contra del capitalismo y a favor del socialismo. A ellos se unen amplios sectores de la sociedad, pero para llegar al socialismo la lucha se fundamenta en los intereses objetivos de esta clase social.
Hay quienes afirman que esta tesis del marxismo está obsoleta. ¿Pero existe otra clase social en capacidad de asumir la misión de derribar el capitalismo y construir el socialismo? ¿Será la burguesía, la pequeña burguesía, los campesinos o sectores sociales como los estudiantes? ¿No se basa la esencia del sistema capitalista en la producción de plusvalía, en la apropiación del excedente generado por los trabajadores por parte del capitalista? ¿Quién estaría más interesado en erradicar ese mecanismo de explotación si no es el explotado y quien estaría interesado en crear una estructura libre de explotación si no es aquel que no explota a nadie?
Para los marxistas, esto no puede operar de otra manera que no sea desde la perspectiva de la clase obrera, lo cual, repetimos, no excluye la participación de otros sectores de la sociedad. Pero la vanguardia de esa lucha deberá ser asumida por la clase obrera.
Sin embargo, debemos preguntarnos, si el hecho de que se hayan producido cambios en el seno de la clase obrera desde que Marx postuló su teoría, cambia en algo la esencia de esta tesis. A nuestro juicio, no. En especial los cambios originados por el impacto tecnológico no hubieran sorprendido a Marx, quien los ponderaba en términos bien elevados, como quedó reflejado en sus escritos. Obviamente, se han producido no pocos cambios, algunos significativos, en cuanto a la composición de la clase obrera, su grado de concentración en empresas, su calificación, los niveles de desempleo, sus conocimientos, la tecnología que maneja, en algunos casos, incluso, en cuanto a su calidad de vida, etc. No obstante, a la luz del capitalismo del siglo XXI se constata la vigencia de las tesis centrales del marxismo: los que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo, los que dependen del trabajo asalariado para subsistir -esencia del concepto de obrero en el capitalismo-, constituyen la mayoría de la sociedad, es decir, que se ha ampliado la escala de explotación capitalista, la cual adquiere nuevas formas de expresión; los trabajadores asalariados siguen constituyendo los generadores de las ganancias de las corporaciones multinacionales y del capital en general; estos obreros del siglo XXI siguen siendo sometidos a un trabajo alienado; ellos permanecen excluidos del disfrute pleno de la riqueza social. ¿Alguien puede negar seriamente esta realidad?
Que los cambios en el seno de la clase obrera implican dificultades en la lucha política de esta clase social, introducen modificaciones en los patrones de comportamiento de los trabajadores y exigen mayores esfuerzos para las fuerzas del cambio social al desaparecer bastiones del proletariado organizado y de elevada conciencia para sustituirlos por otros destacamentos de menor organización y cultura política. Eso es cierto, pero no cambia la esencia de la explotación capitalista ni los objetivos históricos de la clase obrera.
En definitiva, no se puede renunciar al marxismo, si se quiere sustituir el capitalismo por el socialismo. Se tiene que nutrir la fortaleza ideológica del marxismo con concepciones liberadoras profundamente arraigadas en la historia y cultura de nuestro pueblo, pero no se podrá excluir el enfoque marxista. Con buenas intenciones y creencias sentimentales no podremos construir el socialismo (ni siquiera el del siglo XXI). El pueblo trabajador, protagonista insustituible de los procesos históricos, sabrá comprender lo imprescindible de una doctrina científica que plasma sus intereses históricos en términos de un programa de trasformación revolucionaria de la sociedad.
Es tarea de los marxistas sembrar en la conciencia de los obreros y trabajadores, en general, la doctrina que encarna sus intereses históricos, su visión particular del mundo. Vamos a transformar las ideas en fuerza material, como diría Marx.
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