El Arado y el Mar

A la política venezolana le hace falta una alta dosis de aventura

Una Revolución, un salto positivo en la evolución de la sociedad, está precedido de una alta dosis de aventura. Se puede afirmar: sin aventura no hay revolución. Entendiendo la aventura, siguiendo la definición del Diccionario de la Real Academia Española, como “Empresa de resultado incierto o que presenta riesgos”. Es así, la Revolución no admite red de seguridad, el resultado es incierto, riesgoso.

La Revolución, el salto social, es un hecho principalmente educativo. Se trata de sustituir, fundamentalmente, los valores, la ética, la espiritualidad de un sistema social. Y esto sólo se consigue con sucesos políticos, rebeldías, que impacten, fracturen la psiquis social osificada.

Eso fue el 4 de febrero, eso fue la toma del Moncada. Ese relámpago de rebeldía, que puede o no ser violento, lleva una fuerte carga moral que impacta la ética, la moral, las costumbres establecidas. Los jóvenes oficiales que se rebelaron el 4 de febrero tenían un futuro próspero asegurado, una vida confortable asegurada, y todo eso lo pusieron en riesgo por objetivos altruistas, llevados por el impulso del bien colectivo por sobre el egoísmo.

Ese hecho de rebeldía, de aventura contra lo establecido, fractura la unanimidad de la ética; presenta, como en una clase magistral en la acción, unos nuevos valores, una nueva espiritualidad. Se inicia el proceso educativo revolucionario. Se demuestra que otra manera de relacionarse, de comportarse, es posible, existe. Se siembra la reflexión por el mundo nuevo posible, se cuestiona todo lo establecido.

Y así, sigue la Revolución, dando lecciones en la acción, pequeñas o grandes, pacíficas o violentas pero todas con una gran carga, en la práctica, en la acción, demostrando nuevos valores éticos. La rebeldía, disentir, es la materia principal de la educación revolucionaria, ninguna acción rebelde se pierde, son semillas que se siembran en el alma popular y darán su fruto tarde o temprano, contribuirán a la formación del gran bosque revolucionario. ¿Quién puede negar que de la rebeldía, de la aventura, de las guerrillas del 60, 70 nace el frondoso Samán del 4 de febrero? Chávez lo reconoció siempre. ¿Quién puede negar que el ejemplo, las aventuras, de Fabricio, de Argimiro, de Américo Silva influyeran en aquellos jóvenes oficiales? Pensemos en José Leonardo Chirinos, Gual, España, como rebeldías que precedieron a grandes saltos revolucionarios.

La mesura, la cordura, el moverse dentro de lo establecido, no cuestionarlo en su raíz, en su espiritualidad, es la manera de apoyarlo. Cuestionarlo en la acción es, como dijo Rosa Luxemburgo, la chispa que incendia la pradera. Sospéchese de los cuerdos, de los que condenan la aventura revolucionaria, esos son efectivos defensores de lo establecido.

Hoy en esta política venezolana, y quizá del continente, del mundo, hace falta una alta dosis de aventura, correr riesgo, enfrentar lo establecido. No es fácil, el madurato sabe aplastar los ejemplos. Con su maquinaria de desinformación, transforma mercachifles en émulos del Che, y luchadores revolucionarios probados en corruptos. Esta situación, del madurato haciendo lo que le sale del forro, impunes, se sostiene en gran medida sobre la cordura, el confort de las oposiciones. Damos vueltas en un mismo sitio, no damos los pasos para romper la unanimidad política, y lo que es peor la unanimidad espiritual. Que el mundo sepa, que Venezuela se haga consciente, que este desastre del madurato, esta deshonrosa traición a Chávez, tiene quien se le oponga en la acción, pequeña o grande, no importa, un grito, una pinta, un atravesarse a los tanques, como aquel chinito, un negarse a respetar la segregación, como aquella negra en Alabama, todo cuenta.

¡CHÁVEZ, REBELDÍA!



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Toby Valderrama Antonio Aponte

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