Las grandes empresas y sus accionistas

Así como se ha comentado mil veces de la competencia mercantil, mil veces también se han expuesto sus desastrosas consecuencias más aparentes que reales. No es cosa de repetir una vez más las razones de unos y de otros, ni de describir la guerra económica. Baste decir que en Norteamérica, que es donde mayor acritud alcanza la competencia interna y donde la especulación mercantil llega a términos de mayor agudeza, se ha calculado en 99% el número de los fracasos. En las anteriores épocas históricas encontramos por todas partes una completa división de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la sociedad política reinaba en un principio el régimen de la libre guerra individual, la venganza, el tomarse la justicia el ofendido por su mano y perseguir personalmente al ofensor. Más tarde fue viéndose obligado el individuo a ceder su primitivo derecho de guerra al Estado o nación, y ya apenas quedan más restos importantes de la guerra privada que el bandolerismo y los llamados lances de honor. De las tropas mercenarias que levantaba un señor, se ha pasado a los ejércitos nacionales. Y las naciones, más fuertes que los individuos, han hecho y hacen las guerras más destructoras y terribles.

Lo mismo empieza a suceder con la guerra económica. No sólo se convierte en guerra de tarifas nacionales, sino que va la concurrencia de capitalistas individuales cediendo a los sistemas de asociaciones corporativas. Todos los progresos técnicos y mercantiles acrecientan la importancia de los grandes capitales y hacen cada vez más desesperada la vida de los pequeños. Para escapar a los efectos de una dura competencia suspenden los pequeños capitales las hostilidades, firman un armisticio tácito y se combinan entre sí. Todo el mundo sabe cómo van aumentando las sociedades anónimas por acciones y todo sistema de cooperación capitalistica. Más la guerra vuelve a renacer más violenta, más dura, aunque acaso más callada, entre las grandes compañías. La lucha entre las gigantescas empresas es importante; la llevan a cabo sin consideración alguna entre sí, pero no hacia el público consumidor. Anuncios, adulteraciones, reducción de precios y de beneficios... miles de medios. Saben bien que las crisis debilitan al fuerte, es verdad, pero como matan al débil, se encuentra aquél solo dueño del campo, pasada la tormenta, y tiene ocasión de reponerse con creces.

Más también esta guerra, que tiene no poco parecido con la de los Estados de la Edad Media, acaba por ser ruinosa a los combatientes, concluyendo éstos por firmar una tregua y acuerdo y unirse en una especie de paz armada. De aquí nacen lo que los ingleses llaman trusts, las grandes mafias, los acuerdos tácitos. Y como la paz armada es una verdadera y continúa guerra al contribuyente, las grandes mafias son una continua guerra económica al consumidor. Los Estados Unidos nos presentan notabilísimos ejemplos de estas vastas asociaciones o Grandes Corporaciones, una de ellas la famosa Standard Oil of New Jersey. (EXXON MOBIL)

La terrible maquinaria guerrera de los armamentos nacionales, hacen que aumente el temor, el sentimiento de responsabilidad de los más débiles. Una cosa parecida pasa con la guerra económica. Y así como a medida que se dejan sentir los incalculables males de la salvaje paz armada, se oyen voces, en un principio aisladas y cada vez más concordadas, a favor del desarme y del arbitraje internacional, se oyen también voces de desarme y arbitraje económico. Estos serían beneficiosos a la causa del socialismo que, en contra de lo que creen los que no lo conocen sino muy superficialmente, se desarrolla mejor a la sombra de la relativa paz económica que con la guerra. Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, las grandes empresas arrastran a la corriente del consumismo a todas las naciones, hasta las más atrasadas. Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el consumismo burgués, las constriñe a introducir lo que llama su civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una palabra: se forja un mundo a su imagen.

El gran capitalista, aunque siempre maneja más dinero ajeno que propio, trabaja por su parte en obra de adaptación del capital a la producción y en mil otras formas; los más de los accionistas ofrecen el verdadero ejemplar del vago. Es mucho más cómodo poner su fortuna en acciones de una compañía que tener que trabajarla. Sucede, además, que las “personas compasivas y de principios” se sacuden así de ciertos remordimientos, haciéndose voluntariamente ignorantes de los medios de explotación, merced a los cuales cobran sus dividendos. El trabajador oprimido, por su parte, y esto es natural, guarda su odio para el que directamente le oprime, el cual suele ser a su vez, no pocas veces, un oprimido. El capital va concentrándose, combinándose, formando Corporaciones, dejando de combatir entre sí para formar un solo ejército que combata por el mayor dividendo posible, en pro del mantenimiento del interés. Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo toda la sociedad a su propio modo de apropiación. Los venezolanos no podemos conquistar las metas de las fuerzas productivas socialistas sino aboliendo el modo de apropiación que nos atañe particularmente y, por tanto, todo modo de apropiación en vigor hasta nuestros días. Los venezolanos tenemos que salvaguardar los recursos naturales de nuestro subsuelo; pero tenemos que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada individual existente.

A los camaradas revolucionarios:

Las discrepancias de criterio deben ser discutidas y resueltas en el partido. Rogamos a todos los militantes que a partir de ahora dejen a un lado todas las escisiones, si alguna existiera entre nosotros; tenemos que estrechar nuestras filas para luchar contra el enemigo común y no perder nunca de vista que la unidad hace la fuerza. Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El pueblo excluido, capa inferior de la sociedad actual, no puede levantarse, enderezarse, sin hacer saltar todas las capas que constituyen la superestructura de la sociedad burguesa. De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo los socialistas somos una clase revolucionaria. Las demás clases las llamadas “social demócratas” y “social cristianas” van degenerando y desaparecen; no son, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarias, ya que pretenden volver atrás el carro de la Historia y están siempre dispuestos a venderse a la reacción para servir sus intereses. En este momento en que el oposicionismo “democrático” está oprimido por todas partes, ellos predican en general al pueblo la reconciliación y paz; le ofrecen la mano y hablan de construir una gran unión de la oposición que abarque todos los matices “democráticos”; en otros términos, intentan alistar al pueblo en una organización de partidos donde dominan ellos los lugares comunes generales de su “democracia social condicionada” que sirva de mampara a sus intereses particulares y donde está prohibido, para no turbar la buena armonía, poner en un primer plano las reivindicaciones sociales precisas del pueblo

Salud Camaradas.

Hasta la Victoria Siempre.

Patria. Socialismo o Muerte.

¡Venceremos!

manueltaibo@cantv.net


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Manuel Taibo


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