Los principios
de la organización del PSUV no deben ser los mismos que los del programa
de la antigua Social Democracia. Deben ser más explícitamente expuestos
con referencia a las cuestiones de la mujer, la familia jurídica y
de Estado. Nuestra misión debe ser espolear el movimiento y encauzarlo
en la medida de nuestras fuerzas, pues sólo de ese modo lograremos
formar un partido potente y dar la batalla victoriosamente a nuestros
enemigos. Desgraciadamente, hasta hoy no ha ocurrido así; unidos en
la aspiración de combatir el orden o, por mejor decir, el desorden
actual, no lo estamos en cuanto al modo cómo hemos de combatirlo;
no obstante, nuestras fuerzas siguen desunidas, nuestras relaciones
con la Iglesia y con la burguesía radical no se han puesto en claro
todavía; aún es la hora en que no se ha levantado una sencilla profesión
de fe socialista que pueda servir a todos de norma, y así nos encontramos
con que, en vez de ayudarnos eficazmente unos a otros, nos estorbamos
recíprocamente. Pues bien, es necesario a todo trance poner remedio
a este mal.
La Iglesia,
interpretando sus propios intereses de casta y los privilegios de las
clases explotadoras, ante la radicalización del pueblo oprimido, viene
a jugar su papel de clase, tratando de manipular el movimiento revolucionario
para impedir que se aparte de los principios de la Iglesia. Queremos
la revolución, social, filosófica, económica y política, con el
objeto de destruir el orden de cosas actual fundado sobre la propiedad,
la explotación, la dominación y sobre el principio de la autoridad,
sea religiosa, sea metafísica y burguesamente doctrinaria, sea igualmente
revolucionaria; que no quede piedra sobre piedra, al grito de paz al
pueblo, libertad a todos los oprimidos, abajo los dominadores, los explotadores
y a los tutores de toda clase. Convencidos de que el mal individual
y social reside mucho menos en los individuos que en la organización
de las cosas y en las posiciones sociales, nosotros seremos humanos
tanto por sentimiento de justicia como por cálculo de utilidad y debemos
destruir las posiciones y las cosas a fin de poder, sin ningún peligro
para la revolución, ahorrar los hombres. Negamos el libre arbitrio
y el pretendido derecho de esta sociedad corrompida a castigar. Esta
solución tan deseada, el ideal de todos, es la libertad, la moralidad,
la inteligencia y el bienestar de cada uno por la solidaridad de todos.
Todo ser humano
es el producto involuntario de un medio natural y social en el seno
del cual ha nacido, donde él se desarrolla y del cual sigue soportando
la influencia. Las tres grandes causas de toda inmoralidad humana son:
la desigualdad, lo mismo política como económica y social; la ignorancia,
que es su resultado natural, y la esclavitud, que es su consecuencia
necesaria.
La organización
de la sociedad ha sido siempre y en todas partes la única causa de
los crímenes cometidos por los hombres, es hipocresía o absurdidad
evidente si esta sociedad castiga a los criminales creados por ella
misma, ya que todo castigo supone la culpabilidad y los criminales no
son nunca culpables. La teoría de la culpabilidad y del castigo ha
salido de la teología, es decir, del casamiento de lo absurdo con la
hipocresía religiosa.
El único derecho
que no se le puede reconocer a esta sociedad en su estado actual de
transición es el derecho de castigar los criminales producidos por
ella misma en el interés de su propia defensa, ellos no tienen autoridad
moral ni para juzgarlos y mucho menos condenarlos. Ese derecho, incluso
dentro de la acepción estricta de la palabra, será más bien un hecho
natural, triste pero inevitable, signo y producto de la impotencia y
la estupidez de la actual sociedad, y cuanto más la sociedad sepa evitar
la utilización de ese derecho tanto más se acercará a su emancipación
real. Todos los revolucionarios, los oprimidos, las sufridas victimas
de la actual organización de la sociedad y cuyos corazones están,
naturalmente, plenos de venganza y de odio, deben recordar bien que
los gobernantes anteriores, los opresores, los explotadores de toda
suerte son tan culpables como los criminales salidos de la masa popular;
son malhechores, intencionados, porque ellos son también, como los
criminales ordinarios, productos de la actual organización de la sociedad
que ellos crearon. No hay que extrañarse si, en el primer momento,
el pueblo sublevado expropia la propiedad privada. Será una desgracia
inevitable, tal vez tan fútil como los destrozos que causa una tormenta.
Las revoluciones
se producen con el empuje del pueblo, por ellas mismas, surgen por la
fuerza de las cosas, por el movimiento de los acontecimientos y de los
hechos. Se preparan durante largo tiempo en la profundidad de la conciencia
instintiva del pueblo; después estallan suscitadas, en apariencia,
por causas fútiles. Todo aquello que debe hacer una sociedad bien organizada
es, en primer lugar, ayudar al nacimiento de la revolución extendiendo
en el pueblo la idea que corresponde a los instintos del pueblo y de
organizar una suerte de estado mayor revolucionario compuesto de individuos
adictos, enérgicos inteligentes y sobre todo amigos sinceros del pueblo
y no ambiciosos ni vanidosos, capaces de servir de intermediarios entre
la idea revolucionaria y los intereses de las clases pudientes y del
imperialismo. El partido nos exige una entrega total y completa. Que
los oposicionistas sigan buscando su individualidad en el vacio; para
un revolucionario darse enteramente al pueblo significa encontrarse.
La fidelidad a la causa de nuestro pueblo nos exige la mayor devoción
hacia nuestro partido. El partido, por supuesto, también puede equivocarse.
Con el esfuerzo de todos corregiremos los errores. Se pueden infiltrar
en sus filas elementos poco valiosos. Con el esfuerzo común los eliminaremos.
Las miles de persona que entren a sus filas probablemente carezcan de
la preparación necesaria. Con el esfuerzo de todos elevaremos su nivel
revolucionario. Pero nunca olvidaremos que nuestro partido es ahora
la mayor palanca de la historia de nuestro país. Alejados de esta palanca,
cada uno de nosotros no es nada, el oposicionismo y el imperialismo
nos barrería. Con esta palanca en las manos, somos todo, somos invencibles.
Salud Camaradas:
Hasta la Victoria Siempre.
Patria. Socialismo o Muerte.
¡Venceremos!
manueltaibo@cantv.net