Colón: sí descubrió el continente que llamaron América

A los quinientos dieciséis años de haber llegado Colón a esta tierra se continúa polemizando, discutiendo, indagando sobre si él fue o no el descubridor del continente que se llama América. Raro es encontrar, ahora, alguien que escriba y hable, con argumentos convincentes, de descubrimiento, porque la mayoría de las reacciones van derechito a reducir ese acontecimiento de la historia sólo a la terminología conquista y colonización.

Recuerdo que participé en varias reuniones de la insurgencia colombiana –especialmente dirigidas por el ELN- en 1992, cuando se preparaba un extenso operativo político y militar para sabotear toda actividad que fuera posible sobre la celebración en Colombia de los “Quinientos años del descubrimiento”. Para la insurgencia eso no había sido un descubrimiento, sino un genocidio histórico. Eso mucho me llamó la atención. Desde allí también creí en los argumentos expuestos por los camaradas elenos sobre la materia. Y desde allí he escuchado y leído esos argumentos que vienen de la mano o de la boca de muchísimas personas que, incluso, no tienen absolutamente nada que ver con el ELN o que lo desconocen por completo.

Hace pocos años el gobierno bolivariano de Venezuela, interesado en que el pueblo venezolano conquiste y se arme de memoria histórica y de conocimientos, editó y distribuyó gratuitamente una pequeña pero inmensamente rica –desde el punto de vista de la ciencia social y de las artes- “Biblioteca Familiar”, donde se encuentra una obra titulada “La aventura de Cristóbal Colón” escrita por una eminencia del conocimiento, don Paolo Emilio Taviani, caracterizado por científicos cubanos partidarios de la Revolución Cubana, como un científico, estudioso, investigador, biógrafo excepcional al servicio del conocimiento de la verdad histórica. Por lo demás, don Paolo Emilio Taviani fue comandante de guerrilla contra el fascismo y senador vitalicio de la República Italiana. Y llama mucho la atención que el prólogo a la obra “La aventura de Cristóbal Colón” lo haga, nada más y nada menos, que esa lumbrera del conocimiento que nadie `pone en duda, el cubano don Eusebio Leal Spengler.

Los estudiosos de descubrimientos geográficos no tienen ninguna duda que los vikingos llegaron primero a esta tierra, conocida ahora como América, que Colón y sus tripulaciones. Sostienen que en el año 982 de nuestra era, Erico el Rojo, atravesó el trecho de mar que separa Islandia de América. Luego Bjarni y otros vikingos siguieron la ruta de Erico y le pusieron el nombre de Groenlandia a la tierra verde por haber encontrado laderas de montes cubiertas de líquenes. Ciertamente, los vikingos informaron sobre la nueva tierra pero no se instalaron en ella. Siguieron avanzando y llegaron a otra tierra sin hierba, rocosa y helada que denominaron Hellunland que también es conocida como Terranova o el Labrador. Continuaron viajando y llegaron a una tierra plana y repleta de bosques, con una playa sin peñascos cubierta de dunas de blanca tierra. Le pusieron el nombre de Markland por ser tierra de bosques. Estudiosos dicen que era seguro la Nueva Escocia en Canadá sudoriental. Los investigadores islandeses también hablan de la Vinland, por ser tierra de vides. Se dice que ésta es un trecho de la costa del norte de América.

No queda duda, pues, que los vikingos, con sus propios pies y sus propios ojos, pisaron y vieron parte del territorio del continente que aún no tenía un nombre que lo identificara internacionalmente. Sin embargo, de acuerdo a los científicos geográficos, los vikingos no descubrieron América. Si lo hubiesen hecho, tal vez se llamaría con un nombre del lenguaje vikingo. Por lo demás, los estudiosos de la materia señalan que los vikingos eran marineros y no exploradores. Razones exponen para ello, entre las cuales se pueden destacar: visitaron lugares que ni siquiera recuerdan en sus crónicas como el caso de Vinland; era un pueblo inculto, los jefes analfabetos, no poseían conocimiento geográfico y creían que la tierra era plana; no encontraron en lo que luego se llamó América ninguna civilización superior, no habían príncipes ni personas opulentas para asesinarlas despojándolas de sus pertenencias, no precisaron riquezas para expropiarlas y trasladarlas a sus lugares de origen.

Don Paolo Emilio Taviani señala algo digno de prestarle atención. Dice que los vikingos imponían miedo a los francos y a los sajones, a los bizantinos y a los árabes, a los eslavos y a los latinos, pero no a los aborígenes del norte del continente luego denominado América. Eso hizo, según don Paolo, que más bien los vikingos se preocuparan por los aborígenes debido a que no les motivaba atacar y vencer a gente pobre, que vivían como bestias, y, mucho menos, les podía crear pasión por instalarse a vivir en esos territorios. El último viaje procedente de Islandia a Groenlandia o a este continente sin nombre en lenguaje de los europeos se produjo en 1408, cuatro años antes de la llegada de Colón.

¿Qué elemento debe ser imprescindible para cumplirse el requisito de “descubridor”?

Para los científicos de la geografía se tiene por el término “descubrir” el no llegar primero a un lugar, sino en que luego de conocerlo, de andarlo, de verlo, debe narrarlo, darlo a conocer a otros que no lo hayan conocido pero que sean capaces de divulgar la experiencia de quien lo haya narrado o contado. Y, para bien o para mal, las experiencias de navegantes de los vikingos, en sus llegadas al continente, no produjeron consecuencias importantes de conocimiento alguno. Sus visitas fueron ocasionales y sus narraciones no tuvieron eco, por lo cual, según don Paolo Emilio Taviani, los “… así llamados vestigios de los vikingos en Norteamérica son todos –con exclusión de los groenlandeses- con seguridad falsos”.

Colón, el día jueves por la noche del 11 de octubre de 1492, observó, en medio de la oscuridad, una luz como una, según él mismo lo acotó, “… candelilla de cera que se alzaba y levantaba”. Llamó a Pedro Gutiérrez, quien igualmente la mira. En cambio, Pedro Sánchez de Segovia no la vio por estar colocado en otro sitio que le dificultaba la visibilidad. Sin embargo a las dos horas de comenzar el día 12 de octubre, estando la luna en su último cuarto, todo parecía observarse mejor. Fue, entonces, cuando Juan Rodríguez Bermejo (conocido como Rodrigo de Triana), desde el castillo de proa de La Pinta, miró una duna blanca de tierra, luego otra y, posteriormente, una masa oscura de arrecifes. Vino el grito “¡Tierra!”. Efectivamente allí estaba la tierra a sólo seis millas de distancia de la carabela ubicada a 74º20’ de longitud oeste y a 23º57’ de latitud norte. Eran los arrecifes de High Cay y de Hinchingbrooke Rocks, extremo sudoriental de la isla Guanahaní, como la llamaban los aborígenes. Colón se lo cambio por San Salvador.

Colón decide bajar a tierra. Lo hace en una barca armada en compañía de los hermanos Pinzón. Pisa tierra, besa esa arena fina y blanca, alza los ojos al cielo y da gracias a Dios y, dicen, que lloró de emoción al frente de una multitud de personas de ambos sexos desnudas y asombradas. Dice don Paolo Emilio Taviani que eso pareció más un encuentro que un descubrimiento. Encuentro, sostiene don Paolo, porque “… no era la humanidad que descubría una tierra nueva y desierta. Eran dos partes de la humanidad, dos mundos que se encontraban, aquella mañana, en Guanahaní”. Sin embargo, ese encuentro sería narrado, comentado, contado y con pruebas humanas en España luego del regreso de Colón, y transmitido a las nuevas generaciones. Eso es lo que, según los geógrafos, le da textura de descubrimiento.

¿Dónde comenzó la conquista y dónde empezó la colonización?

La conquista comienza a los minutos de Colón haber pisado la tierra del encuentro entre dos mundos, dos maneras diferentes de visionar la vida. Mientras los aborígenes estaban asombrados y empezaban a creer que al frente tenían dioses venidos de no sabían dónde, Colón desplegó la bandera real, mientras que los Pinzón izaron las dos banderas con la cruz verde (una con la “F” de Fernando”) y la otra (con la “I” de Isabel). Fue entonces cuando Colón, llamando a Rodrigo de Escobedo (notario de la armada) y a Pedro Sánchez de Segovia, para pronunciar la razón de la sagrada propiedad privada de la monarquía: solicitó que dieran fe y testimonio de cómo él tomaba, ante todos y con el cinismo del mayor desprecio por los aborígenes que no consultó para nada, posesión de la isla para el Rey y la Reina. De esa manera, el encuentro se materializó despojando de la tierra y sus bienes a los aborígenes, a los verdaderos dueños desde hacía quién sabe cuánto tiempo. Eso se llama conquista.

Los aborígenes, en ese primer y último encuentro porque luego vino la guerra de exterminio para consolidar la conquista y colonización, fueron profundamente generosos, solidarios, recibieron a los extraños como si fueran dioses, brindaron hospitalidad, y, tal vez, creyeron que venían a ser buenos con ellos y no a esclavizarlos, porque no pensaban que los dioses esclavizaban aunque entre tribus sí se aplicaba el esclavismo muchos antes de la llegada de Colón.

Dice Colón que los aborígenes no conocían las armas y que cuando les mostraron las espadas muchos se cortaron por ignorancia al agarrarlas por la hoja. También sostiene que no portaban metal. Supuso que debían ser buenos servidores e inteligentes y que muy fácilmente podían ser convertidos en cristianos.  Fue, entonces, cuando, si Dios se lo permitía sin que éste conociera a los aborígenes, llevaría seis de éstos ante los ojos de las Altezas como prueba humana del “descubrimiento”.

Ya, en el segundo día, lo que más preocupaba a Colón era saber dónde estaba el oro, el metal más apreciado para el fetiche dinero. Se percató que algunos aborígenes portaban un pedacito de oro incrustado en la nariz. Sólo se despertó la codicia y no el amor por contribuir al desarrollo de esa otra humanidad –hasta ahora desconocida por los europeos- del primer y último encuentro. Con Colón, también llegó la muerte del aborigen disfrazada de ansia por el oro para la monarquía y de fe en Dios para el cristianismo. Comenzaría el dilema entre el subjetivismo cristiano de los conquistadores y colonizadores y el subjetivismo aborigen por el sol.

Colón quiso que algunos aborígenes fuesen guías para buscar el oro en la tierra que le habían señalado donde encontrarse el preciado metal. El aborigen se negó a la voluntariedad. Dice, don Paolo Emilio Taviani, que allí comenzó –a los dos días de la llegada de Colón y sus hombres a tierra, el no entenderse entre el extraño y foráneo –armado hasta los dientes- y el aborigen y natural –desarmado hasta los dientes- de la prodigiosa tierra del encuentro y –al hacerla de conocimiento público y que continuase divulgándose esa aventura, descubierta.

Fue también el momento en que con el encuentro vino el trueque desproporcionado, usurero y ventajoso del europeo con el inocente y desventajoso del aborigen. El mismo Colón dijo: “Dan todo lo que poseen por una baratija”. Posteriormente se hizo célebre el dicho de cambiar oro los indígenas por espejos traídos de España. Colón prohibió de inmediato el trueque del algodón, porque esa materia prima debía ser garantizada sólo para el Rey de España. En las visitas que hizo Colón a varias aldeas, los recibían, él mismo lo escribe, como si hubiesen llegado del cielo, como si fueran dioses.

Cuando Colón consideró que incluso no era tan necesario construir una fortaleza militar, porque los aborígenes eran fácil de capturar y someter, y señalaba “… que unos cincuenta hombres los someterían a todos y podrían hacer de ellos lo que quisieran”, empezaba hablar como colonizador. Lo que desconocían Colón y sus hombres es que los aborígenes también sabían combatir aunque estuvieran en condiciones de desventaja; igualmente tenían noción o concepción de la vida, de la generosidad, de la solidaridad, del bien pero igualmente del mal, del amor pero los enseñaron a odiar.

Sin que sean términos idénticos los de encuentro, conquista y colonización, se puede decir que llegaron a lo que se denominó América en las mismas naves, con los mismos hombres, con las mismas armas, con las mismas ideas. Ese encuentro o ese descubrimiento, para Marx y Engels –estudiándolo a más de trescientos años de haberse producido- fue producto a la sed de oro, que ya antes había “… impulsado a los portugueses a recorrer el continente africano (…) pues el gigantesco desarrollo de la industria europea en los siglos XIV y XV, así como el correspondiente desarrollo del comercio reclamaban de más medios de cambio de los que Alemania –el gran país de la plata entre 1450 y 1550- podía proporcionar…”.

El descubrimiento de América, como el de la India, vino a favorecer a la burguesía europea aportándole, como lo dijo Marx, una zona comercial mucho más extensa, y, por tanto, un nuevo acicate para su industria. En otros términos: trajo consigo progreso, desarrollo –con ventaja para unos pueblos y desventajas para otros- pero al mismo tiempo estableció miseria y dolor en los “descubiertos”. Así es la historia mientras existan las clases sociales y no el fruto de los buenos deseos y voluntades de las personas.

Con el encuentro o descubrimiento vinieron métodos extraños, desconocidos por los aborígenes, de exterminio social. Todo eso en nombre de los reyes y del Dios cristiano. Vino, de la misma manera, el alcohol, que enseñaron a destilar los árabes sin saber su destino, como arma de muerte y no de diversión. Dice Engels que “… cuando Colón descubrió más tarde América, no sabía que a la vez daba nueva vida a la esclavitud, desaparecida desde hacía mucho tiempo en Europa, y sentaba las bases de la trata de negros…”.

Encuentro o descubrimiento, conquista o colonización, la esclavitud en América, sin justificar el genocidio ni otras perversiones macabras de los europeos, significó un cambio cualitativo de progreso en el continente llamado América por la sencilla razón histórica que el esclavismo es una fase o un modo de producción superior al sistema de vida de los aborígenes, como el feudalismo lo es con relación al esclavismo o como lo es el capitalismo en relación con el feudalismo y como lo será, sin duda alguna, el comunismo con respecto al capitalismo. Esa es la dinámica de la historia y no podrá ser alterada ni detenida por voluntades filantrópicas o misantrópicas de los seres humanos, por lo menos, mientras el motor de la historia sea la lucha de clases y la locomotora la revolución.

Que hayan llegado, conquistado y colonizado las tierras de Latinoamérica los españoles y portugueses a Brasil y no los ingleses no es una ocupación que deba martillar, diariamente y por siempre, nuestras cabezas. Las hipótesis que no se pueden comprobar se desechan. Lo que sí es seguro que si los vikingos hubieran llegado a las tierras que pisó Colón y se hubiesen enterado de la enorme riqueza de oro y plata que albergaba su seno, tal vez, la decapitación y el genocidio hubiese sido superior a los que materializaron los españoles, aunque, quizá, a lo mejor, nuestras naciones serían un poco más diferentes que en la actualidad. Y algún historiador, si no lo ha dicho posiblemente lo haya pensado, sostuviera que de haber sido los ingleses seríamos más desarrollados pero estaríamos incluidos en la bandera de Estados Unidos. Y si hubiesen sido los franceses, posiblemente y es sólo una elucubración, la revolución burguesa de 1789 hubiera llegado con mayor auge y pasión a estas tierras haciendo arder varias ciudades siguiendo el ejemplo de París. Bueno, nada de eso fue cierto, por lo cual cualquier opinión al respecto resulta inevitablemente falsa en este momento. Gracias a Dios que no fueron los que aún admiraban establecer en el mundo una Inquisición política e ideológica por más de quinientos años continuados. Lo cierto es que ninguna conquista y ningún colonialismo duran eternamente como tampoco evitarán la marcha hacia delante de la historia, el desarrollo y progreso humano y, mucho menos, el socialismo.



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Freddy Yépez


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