El Vagón Precintado. El grupo socialista de Suiza, encabezado por Lenin, ardía en deseos de regresar a su país. Pero Europa estaba todavía en guerra y para llegar a Rusia era preciso pasar por Alemania, oficialmente en lucha contra el ex-imperio. Fracasadas unas gestiones realizadas para obtener el pase por Francia e Inglaterra, tal vez debido a gestiones del ministro de Asuntos Exteriores del gobierno provisional, Miliukov, Lenin encontró una gran ayuda en un socialista suizo, Platten, quien se prestó a conseguir del gobierno alemán el tránsito por este país del grupo de exiliados rusos. Alemania consideró atentamente el asunto y prestó su conformidad, con ciertas condiciones. En verdad, le interesaba extraordinariamente que aumentara el caos en que ya parecía sumida Rusia con la inyección de aquellos nuevos agitadores, lo que permitiría el definitivo derrumbamiento de aquel frente, dejando en libertad unidades para atender al cada vez más comprometido frente occidental donde llegaban a ritmo acelerado las tropas norteamericanas. Se estipuló, que el grupo de 30 refugiados sería trasladado en un vagón precintado a través del territorio alemán, con la condición de dejar en libertad igual número de prisioneros alemanes cuando llegaran a su país. El día 15 de abril de 1917 salía de la estación de Zurich, el grupo de desterrados que viajaban junto a su valedor Platten. Tres días después llegaba el tren al pequeño puerto de Sassnitz, en el Báltico, desde donde embarcaron los viajeros en un vaporcito hasta Trölleborg (Suecia) y de allí, en tren, hasta Finlandia. Al llegar a su país se cuenta que Lenin dijo “que la fruta estaba madura y no había más que sacudir el árbol”.
Las Jornadas de Julio de 1917. Apenas llegado a Petrogrado, Lenin se puso en comunicación con todos sus correligionarios que iban llegando desde el destierro o las cárceles, y reclamó enérgicamente todo el poder para los “soviets”. Pero el gobierno provisional planeaba otras cosas, quería hacer honor a los compromisos contraídos con los Aliados, y Kerenski, ya ministro de la Guerra, inició en la mañana del 1º de julio una ofensiva contra los alemanes. Victoriosa al principio, pronto cundió la desmoralización, promovida por los bolcheviques, y lo que se suponía una acción defensiva para la marcha de la guerra se trocó en desbandada de tropas. En Petrogrado, una manifestación reunida el día 17 de julio, renovó el movimiento revolucionario de 1905 y de marzo de 1917. El gobierno provisional naufragaba por todas partes. A la derrota en el frente se unía la hostilidad del proletariado de la capital, en tanto que empezaba la secesión de los territorios dominados por Rusia. Se declaraban independientes Finlandia, Letonia, Lituania, y hasta Ucrania. Aunque dominada la insurrección en Petrogrado, la revolución provocó la caída de Lvov y el ascenso de Kerenski a la jefatura del gobierno. La cuestión iba a dilucidarse desde ahora entre éste y Lenin. Kerenski intentó jugar fuerte y puso en la jefatura de las fuerzas armadas a los generales Kornilov y Denikin, a pesar de la amenaza de golpe militar que ello suponía.
La situación no mejoró en agosto. Por un lado, Kerenski intentó reunir una especie de representación de todas las fuerzas políticas del país, con excepción de los comunistas. Por otra, fracasó la ofensiva iniciada por Kornilov en Riga, que cayó en manos de los alemanes. Kerenski trasladó a la familia imperial desde Tsarkoie Zelo a Tobolsk, en Siberia, temeroso tanto de un golpe de fuerza de los extremistas, como de una tentativa de liberarlos por parte de fuerzas de derecha. Los “Soviets” habían sido expulsados de la Duma y se reunían en un palacio llamado Instituto Smolny, donde, en el mismo mes de agosto, un Congreso del Partido nombraba un Comité de 21 miembros que serían prácticamente los autores de la Revolución de Octubre, nombres todos ellos conocidos: Lenin, Sverdlov, Kamenev, Zinoviev, Dzerjinski, Alejandra Kolontai, Trotski, Uritski, Bubnov, Bukharin, Smilga, Sokolnikov, Chaumian, Noguin, Artem, Berzin, Krestinski, Miliutin, Muranov y Rikov.
El Fracasado Golpe de Kornilov. Como era previsible, Kornilov se preparó para dar el golpe de Estado que acabaría con el desorden reinante disolviendo los Soviets y estableciendo una dictadura militar que daría fin a la vacilante revolución. El día 8 de septiembre Kornilov hizo llegar a manos de Kerenski una especie de ultimátum en el que se exigía la implantación de la ley marcial, con severas penas para los soldados que desertaran del frente, la dimisión de todos los ministros y el establecimiento de un gobierno regido por él mismo. Para corroborar mediante la fuerza la rigurosidad de ultimátum, Kornilov envió a Petrogrado una división en la que tenía plena confianza, al mando del general Krimov. Pero la pronta acción de los bolcheviques, que se armaron en la capital, y las declaraciones de los marineros de Kronstadt, a favor de la revolución hicieron que los hombres de Krimov vacilaran. Antes de llegar a la capital, la división enviada por Kronilov se había disuelto, y Krimov llegaba sólo a presencia de Kerenski. Allí declaró que todo lo había hecho por disciplina militar, y aunque puesto en libertad vigilada, el mismo día, 12 de septiembre, se suicidaba. Dos días después era detenido Kornilov y encarcelado al tiempo que Kerenski proclamaba la República en Rusia y se titulaba generalísimo de las fuerzas armadas. Al fin se iba dando cuenta el liquidador de la revolución de que se encontraba prácticamente solo frente a todos. La burguesía reaccionaria, los latifundistas y los restos de la oficialidad zarista le habían ayudado pensando en el triunfo de Kornilov. Pero su propio partido, el menchevique, le abandonaba. Kerenski estableció un Directorio de cinco miembros y se dispuso a actuar todo lo enérgicamente que pudiera para defenderse de los dos fuertes enemigos, de la derecha y de la izquierda, al tiempo que continuaba pensando en la prosecución de una guerra ya ilusoria. Para legalizar de alguna manera su situación convocó a una Asamblea formada por representantes de todos los partidos, los cuales eligieron a su vez otra de 555 miembros encargada de preparar unas elecciones que asentarían, en el pensamiento de Kerenski, la legalidad democrática.
La Revolución de Octubre. Mientras Lenin se mantenía refugiado en Viborg (Finlandia), el día 20 de octubre de 1917 se reunía en Petrogrado la Asamblea preparatoria bajo la presidencia de Kerenski. De los 555 componentes de la misma había 66 bolcheviques, cuyo portavoz fue, en esta ocasión Trotski. Se había acordado que este expusiera el punto de vista del Partido y que, terminado su discurso, se retiraran todos los miembros del mismo. Y así se hizo: Trotski denunció al gobierno de Kerenski como contrarrevolucionario y declaró las consignas que repetían los comunistas: “todo el poder para los Soviets”, “paz inmediata” y “la tierra para los campesinos”. Pocas dudas quedaban ya sobre el desenlace de la situación, salvo para Kerenski, todavía convencido de que la misma podría salvarse con un actitud enérgica disimulada bajo formas democráticas. Pero Lenin volvía ya a Petrogrado, y el 23 de octubre, en una reunión del Comité Central se sentaban las bases de la insurrección armada. Trotski quedó encargado de prepararla en los Soviets del Instituto Smolny. Lenin, en su papel de intelectual del Partido, como siempre, redactará la famosa proclama que abrirá una nueva era en la historia de Rusia y del mundo en general:
[A los ciudadanos de Rusia:
El Gobierno provisional ha sido derribado. El poder del Estado ha pasado a manos del Soviet de Petrogrado y del Comité Revolucionario Militar, que está a la cabeza del proletariado y de la guarnición de la capital.
La causa por la que ha luchado el pueblo, la inmediata propuesta de una paz democrática, la abolición de la propiedad rural de los terratenientes, el control de los obreros sobre la industria y la formación de un Gobierno de Soviets, esta causa ya está asegurada.
¡Viva la Revolución de los obreros, soldados y campesinos!]
La revolución en sí duró muy poco y costó escaso número de víctimas. En la noche del 25 al 26 de octubre (8 de noviembre del calendario gregoriano) fueron tomados los palacios donde se reunía el Parlamento (el de María) y el de Invierno, residencia del gobierno provisional. Todos los ministros fueron detenidos salvo Kerenski, que había huido a Pskov, con objeto de reunir fuerzas para resistir. Colaboró eficazmente en la acción el crucero Aurora, que iluminó con sus reflectores el escenario de la lucha y disparó sus cañones contra la residencia gubernamental. En la noche del mismo día 26 se celebró una nueva reunión de los Soviets del Instituto Smolny. Lenin, con la impasibilidad ya habitual en él, proclamó: “Y ahora, pasemos a la edificación del orden socialista”. Ocho días después caía Moscú en manos de los bolcheviques. Kerenski hubo de arrojarse en manos del reaccionario Krasnov, el único que encontró para defender los ilusorios derechos del gobierno provisional, pero en la noche del 30 al 31 de octubre (12 y 13 de noviembre), el ejército rojo alcanzaba una señalada victoria sobre las tropas de Krasnov, que aseguraba la revolución. Kerenski huyó disfrazado de marinero a una isba en las cercanías de la capital, donde permaneció algún tiempo hasta que salió definitivamente de Rusia, también disfrazado.
La Revolución de Octubre quedó coronada con el nombramiento de un gobierno.
A propuesta de Trotski este gobierno tomó el nombre de Consejo de Comisarios del Pueblo y quedó formado del siguiente modo: Presidente, Lenin; Comisario del Pueblo para Asuntos Interiores, Rikov; de Agricultura, Miliutin; de Asuntos Exteriores, Trotski; de Trabajo, Chliapnikov; de Instrucción Pública, Lunacharski; de Nacionalidades, Stalin; de Hacienda, Stepanov; de Justicia, Lomov; de Abastecimientos, I A. Teodorovitch; de Correos y Telégrafos, Glebov; de Comercio e Industria, Noguin; de Guerra y Marina, un triunvirato constituido por Ovsenko, Krilenko y Dibeno. A Sverdlov se le confería la Secretaría General del Partido y la Presidencia del Comité Central.
Ante el Congreso de los Soviets, Lenin leyó los dos primeros decretos del nuevo gobierno, en cumplimiento del compromiso contraído ante las masas de sus seguidores. El primero decía: “El gobierno obrero y campesino salido de la revolución del 25 de octubre de 1917, y apoyándose en los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos, propone a todos los pueblos en guerra y a sus gobiernos iniciar inmediatamente negociaciones con miras a una paz sin anexiones “es decir, sin conquistas de países extranjeros, sin incorporación violenta de países extranjeros y sin indemnizaciones”. El segundo decreto ordenaba: “La gran propiedad agraria queda abolida inmediatamente sin indemnización alguna. Las fincas de los terratenientes, así como todas las tierras del patrimonio de la Corona, de los conventos, de la Iglesia, con toda su cabaña viva o muerta, sus edificaciones y dependencias, pasan a disposición de los Soviets campesinos hasta que la cuestión sea regulada por la Asamblea Constituyente. Todo deterioro de los bienes confiscados, que en adelante pertenecen al pueblo, es declarado crimen grave, punible por un tribunal revolucionario... Las tierras de los simples campesinos y de los simples cosacos no quedan confiscadas”. En Moscú, la actividad política del Comité Central del Partido fue agotadora: decidió adoptar el nombre de Partido Comunista; estableció la dictadura del proletariado como medio de acabar con los enemigos interiores y exteriores; constituyó un Politburó, como instrumento supremo de dirección del nuevo partido, formado inicialmente por Lenin, Stalin y Sverdlov; creó un organismo policíaco de represión, la Checa, cuyo primer jefe fue Dzerjinski, y que pronto tuvo ocasión de ejercer sus actividades con el asesinato del embajador alemán Robert von Mirabach en el mismo local de la embajada; instituyó el “ejercito rojo”, y creó un Consejo Superior de Economía que inmediatamente nacionalizó la Banca, los ferrocarriles y las industrias cuyo capital excediera de medio millón de rublos, así como el comercio interior y exterior.
Para legalizar en cierta medida todas estas disposiciones, se convocó en Moscú el V Congreso Panruso de los Soviets, que sancionó la Constitución del nuevo Estado el 10 de julio de 1918 mediante una ley según la cual se enunciaba una “declaración de los derechos del pueblo explotado y trabajador”. Estos derechos comprendían la abolición de la explotación del hombre por el hombre, el establecimiento del trabajo y del servicio militar obligatorio, el sufragio universal de todos los hombres y mujeres del que quedaban excluidos, sin embargo, aquellos que hubieran explotado a sus semejantes, los miembros de la familia imperial y del clero, los antiguos policías y los que percibieran rentas no obtenidas mediante el trabajo. El poder pertenecía al Congreso Panruso de los Soviets, que se habría de reunir por lo menos dos veces al año. Este Congreso nombraba un Comité Ejecutivo que elegía a su vez al Consejo de Comisarios del Pueblo. Pero, en realidad, la dirección de la política quedaba en manos del equipo del Politburó del Partido.
Ejecución de la Familia Imperial. Dejamos a la familia imperial rusa camino de Tobolsk, por orden de Kerenski. Allí permanecieron hasta el 22 de abril de 1918, cuando un delegado del Consejo de Comisarios del Pueblo, Yacovlev, se presentó en la residencia de Nicolás II y le ordenó que hiciera los preparativos necesarios para un traslado urgente. El mismo día salía la familia del ex-zar en trineos en dirección hacia el Oeste. La medida había sido dictada por la peligrosa proximidad de los “blancos”. La expedición llegó a Ekaterimburgo, ciudad de los Urales que en 1924 cambió su nombre por Sverdlovsk, ocho días después, alojándose en la casa de un comerciante llamado Ipatiev, bajo una severa vigilancia del Soviet local. Componían el grupo el ex-monarca Nicolás, su esposa Alejandra, las cuatro hijas del matrimonio; Olga, Tatiana, María, Anastasia, el heredero de la corona, Alexis, que había sufrido una recaída en su enfermedad, un médico, una doncella, un cocinero y el criado del ex-zar. Pero las tropas blancas reforzadas con unos batallones checoeslovacos, se acercaban a los Urales y ante la necesidad de evacuar la ciudad y la dificultad de transportar prisioneros tan peligrosos, el Soviet local decidió la eliminación de todo el grupo. La sentencia fue leída a los condenados en la noche del 16 al 17 de julio de 1918, y a continuación les obligaron a descender del primer piso donde residían, a la planta inferior, en la que todos los miembros, los once que quedan reseñados anteriormente, fueron ejecutados por disparos de revólver. Los cadáveres, previamente despojados de sus vestidos, pero no, de sus joyas, fueron transportados a un bosque próximo, siendo incinerados, arrojándose después sobre los restos cal viva para consumar su destrucción.
Siete días después hacían su entrada en Ekaterimburgo las tropas blancas que comprobaron la matanza y constituyeron un tribunal militar que se entregó a las represalias en que fue fecunda la guerra civil rusa. Como suele ocurrir a lo largo de la Historia, surgieron inmediatamente las leyendas en torno al lamentable suceso, desde la que hablaba de los amores del enviado moscovita Yacovlev con la gran duquesa María, hasta la supervivencia de Anastasia, leyenda esta última que ha llegado a nuestros días. El Soviet local informó de la ejecución al Consejo de Comisarios del Pueblo, y el propio Lenin leyó la comunicación ante el Congreso de los Soviets. Fue una breve nota en la que ponía en conocimiento de los reunidos la ejecución de la familia imperial, tras lo cual propuso que se continuase con el orden del día.
Salud Camaradas Revolucionarios.
Hasta la Victoria Siempre.
Patria. Socialismo o Muerte.
¡Venceremos!
manueltaibo@cantv.net