Balances y perspectivas de la economía nacional venezolana en tiempos de revolución
Las recientes transformaciones de la economía y de la vida política de Venezuela dan cuenta de un notable avance de la Revolución bolivariana en materia de nacionalización industrial; la puesta en marcha de importantísimos procesos de nacionalización así lo demuestra. Mucho se ha especulado en la actualidad acerca del verdadero alcance de la Revolución latinoamericana que lidera Venezuela: para algunos, más de lo mismo; para otros, unos cambios se han dado pero muchos aún están por darse. Lo cierto es, sin lugar a dudas, que las actuales adquisiciones gubernamentales de las empresas fundamentales del Estado venezolano por vía de las nacionalizaciones, definen la concepción que existe de una verdadera transformación revolucionaria en los albores del siglo XXI.
Efectivamente, por encima de lo mucho que se ha pensado, escuchado y creído, Venezuela avanza en la conformación de una economía socialista capaz de reasumir la deplorable carga histórica de la caída del modelo del bloque socialista, aquél que dejó amargos recuerdos, de fracasos aún no olvidados. No pensemos que se tiene la receta mágica para la construcción de un nuevo modelo de socialismo contemporáneo, pero se tiene la clara e indiscutible idea de lo que no se quiere seguir haciendo. No se quiere seguir dejando a manos de grandes corporaciones transnacionales los grandes sectores estratégicos de la economía nacional. Para ello hace una apuesta por la nacionalización de los recursos fundamentales como el hierro, el aluminio, la electricidad y el petróleo, los cuales a través de las nacionalizaciones han sido arrancados de manos de las empresas trasnacionales, para pasar a formar parte legítimamente del patrimonio del pueblo de Venezuela.
Con la nacionalización de PDVSA, la estatal petrolera y sus empresas filiales, se avanzaba así en el camino de la construcción de un modelo socioeconómico que combatiera al capital. Un modelo que, de un lado, permitiese la libre circulación de moneda en el interior de la economía del país y la generación libre y privada de capitales comerciales, industriales y laborales en todas las escalas de la vida pública; pero que, por otra parte, estableciera estratégicos controles estatales y gubernamentales sobre las empresas que constituyesen el alma de la economía nacional.
SIDOR, siderúrgica del Orinoco, fue otra de las grandes conquistas impulsadas por la mal llamada dictadura de Chávez. Durante el año 2006 y hasta 2007, grandes masas de trabajadores siderúrgicos empezaron una huelga que marcó el inicio de negociaciones con el Gobierno y con la compañía transnacional. La empresa, dirigida por un consorcio argentino llamado Ternium, que se negaba a mejorar las condiciones laborales de los trabajadores, tuvo que ser nacionalizada.
Se puede apreciar dicha nacionalización dentro de un proceso amplio que no sólo consiste en comprar empresas y dirigirlas estatalmente, sino que se trata de entregarlas a los trabajadores para que ellos mismos puedan encargarse de ellas. La nacionalización se ha dado así sin distinciones de ninguna índole, cuyo resultado ha sido que desde pequeñas empresas, sobretodo del área azucarera, hasta la todopoderosa empresa petrolera PDVSA, han sido arrastradas por el huracán revolucionario de la nacionalización. Lo más reciente se refiere a las compañías productoras de cementos, una la mejicana Cemex y otra la francesa (La Fayette) quienes vendieron al Gobierno venezolano la totalidad de las acciones de las que eran propietarias, para pasar a formar parte del grupo de empresas recuperadas por el Ejecutivo venezolano.
Es importante decir que tales nacionalizaciones se han dado de forma pacífica y enteramente sujetas a la legalidad del Estado venezolano. No se trata en ningún caso de expropiaciones forzosas ni de ocupaciones de propiedad privada, como suelen acusar muchos medios de comunicación opuestos al Gobierno. Por el contrario las nacionalizaciones se están llevando a cabo con rondas de negocios y mesas de negociación, que han terminado con un buen acuerdo entre Estado y empresarios. En todo caso se trata de cambios para transformar la economía nacional en el largo plazo. Con el único propósito de poseer una economía de interdependencia y no dependencia de los grandes capitales, tanto nacionales como transnacionales.
El debate está centrado ahora en cómo y quienes van a dirigir esas empresas, y sobre todo de cómo se hará esta gestión, en la vía de ejercer verdaderos controles administrativos y fiscales, sobre todo para evitar el riesgo de la experiencia de los países del bloque del Este, en donde la estatización significó la aparición de nuevas formas de poder que cristalizaron en unas inmensas burocracias, que excluyeron al pueblo y ahogaron la Revolución. Los gremios laborales revolucionarios todavía están en formación, pero asimismo, empiezan a aparecer los consejos comunales como un importante elemento del cambio: los trabajadores organizados en su comunidad pueden ejercer una función de contraloría de la actividad económica a la que están ligados, como trabajadores de una fábrica que a su vez dirigen.
Por lo demás, está planificar con estratégicas políticas claras, para saber cómo convertir las nacionalizaciones en potenciales desarrollos industriales, a la vez que se generan más y mayores fuentes de empleo. Las nacionalizaciones presagian buenos cambios para la economía venezolana, en tanto propuestas de nueva era para los mercados de América Latina abriendo una importante puerta a las exportaciones nacionales, al tiempo de fortalecer las integraciones regionales como el mercado económico del Sur MERCOSUR, el ALBA, así como también el Banco del Sur; este último como una arma financiera de carácter supranacional que de a nuestros países el suficiente capital autogestionado en vías de un indiscutible desarrollo económico e industrial.
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