Tengo 24 años de edad y la revolución tiene 11 años, eso quiere decir que mis trece últimos años han pasado en revolución. Mi vida política ha transcurrido en revolución. Y desde que mi razón social entro en juego he militado en la revolución. Esto que acabo de decir podría tomarse como algo loable y promisorio, en el sentido que se podría pensar que estoy “limpio” de todo vestigio de corrupción de atrora y que soy un digno hijo de la revolución. En el fondo es cierto. Pero solo en cuando se observa en la superficie del cuerpo. Si profundizamos mas en el pensamiento del sujeto salen algunas interrogantes interesantes.
El espíritu del revolucionario es soñador, idealista, por desagracia también es voluntarioso, sueña con defender la revolución con las armas de ser necesario y cree en eso de ser el primero en llegar, el ultimo en irse, y no darle descanso al alma hasta no ver la tarea cumplida. Ese espíritu, ese fervor revolucionario es, ciertamente, apasionante. Pero ¿lo vivirá de la misma forma aquel que ha crecido y vivido en una revolución que han logrado otros? ¿Lo será para aquel que la revolución no ha sido la sierra ni el fusil, sino los espacios institucionales burocráticos, los espacios positivos del poder? Estas preguntas afloran sin perder de vista que la lucha es en contra de un sistema, el cual se encuentra legitimado en los espacios políticos por sujetos que son producto de la ideología del mismo sistema. Es por ello que se torna necesario, en un primer momento y en muchas de las veces, la lucha o la revolución armada. En un segundo momento, ya tomado el poder político por medio de la revolución arma o pacifica, es necesario usar eficazmente todos los mecanismos que ese poder político te brinda para direccionarlos en una lucha en contra del sistema global imperante.
El Che Guevara decía que los espacios institucionales hay que irlos haciendo más flexibles, menos formales, que hay que ir erradicando la visión institucional dentro de los espacios que deben ser revolucionarios. Creo que ahí esta la raíz del problema. No atendemos a estas palabras anteriormente dichas. Y el papel de la revolución que les toca a los jóvenes emergentes no es permitido. Hacer de las instituciones entes tan eficaces que tengan que, por su misma eficacia, desaparecer para abrirles paso al poder popular, parece una tarea mas difícil que haber tomado el mismo poder político. Algunos toman esta disertación por la vía fácil e histórica de llamarla la visión trotskista o la contra visión estalinista pero no. No es este el caso. No se esta planteando aquí, siquiera, la erradicación del estado. Se plantea la erradicación de la estructura representativa de un estado burgués para erigir nuevas formas o estructuras de Estado, que yacen específicamente en el pueblo organizado, en lo que llamamos consejos comunales y comunas. Necesario es el Estado socialista y ahora que tenemos el poder político podríamos, con mucho trabajo, lograrlo. Pero el carácter positivo del poder nos esta desmovilizando y las estructuras mismas que hemos heredado nos están mecanizando y maquinizando. Corremos el peligro de perder el fervor, y con él, el espíritu y las ganas de querer cambiar todo lo que debe ser cambiado, como dijo aquel gran hombre.
Si los jóvenes mas jóvenes no pudimos participar en aquel primer momento de lucha, es hora de que tomemos nuestro papel en este segundo y, transformas las estructuras del viejo Estado. Impulsar lo que vemos que se esta deteniendo. Y señalar y expulsar a esos que vemos que se están arraigando y poniéndose cómodos en las viejas estructuras. Creo que ha llegado el momento del estudio mas profundo de las teorías revolucionaria y socialistas. Estudiar el papel del Estado burgués y como funciona es necesario para encontrar el camino de eliminarlo por otro flexible, abierto, popular, dinámico, transformador y socialista.
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