Cuando Ud. esté leyendo esto, Colombia tendrá un nuevo presidente (o estarán yendo dos candidatos a segunda vuelta).
Por los vientos que corren todo parece indicar que para la sociedad colombiana la alternativa estará entre el mantenimiento (o profundización) del modelo y políticas del gobierno actual, o una sustitución de mando con diferencias fundamentalmente de imagen (del tipo Bush por Obama), que no alterará en lo esencial las condiciones actuales del manejo del poder, de la violencia y del estado de guerra de la sociedad neogranadina.
La semana anterior a las elecciones logró filtrarse al sistema corporativo de medios internacionales una noticia con los resultados de una investigación de las Naciones Unidas (ONU) sobre los sistemáticos asesinatos de civiles inocentes, presentados por las Fuerzas Armadas de ese país como guerrilleros muertos en combate, que han sido denominados como “falsos positivos”.
En un informe que tiene algún rasgo curioso, presentado en Ginebra por Philip Aston, relator especial de la ONU para este caso, se concluye que estos asesinatos fueron parte de un “patrón” seguido por los cuerpos armados oficiales, estimulados y presionados por la obtención de resultados contundentes en la lucha contra la guerrilla. El rasgo curioso del informe es que a pesar de reconocer que el comportamiento de los cuerpos militares estuvo estimulado y promovido por sus mandos, y que la tasa de impunidad respecto a la responsabilidad de estos crímenes es de “hasta un 98,5 %”, también concluye que los asesinatos “no fueron cometidos como parte de una política oficial”.
La conclusión más grave es que con todo su horror, el asesinato impune de entre 2.000 y 5.000 personas y el fraude de presentarlos como insurgentes muertos en combate (muchos de ellos campesinos o indígenas), no es más que una de las numerosas facetas de la violencia permanente en la sociedad colombiana. Una violencia que si bien aparentemente tiene su origen público hace más de medio siglo (allí nace la insurgencia armada), con en el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán en abril de 1948, está insertada en la sociedad colombiana desde las tempranas épocas de la colonia. Entre el terror y la persuasión -las dos formas tradicionales de las clases dominantes para mantener el poder en las sociedades- la oligarquía colombiana parece haber elegido muy tempranamente la primera.
Unos pocos días antes de la noticia, en declaraciones dadas en Madrid en ocasión de la Cumbre de los Pueblos, la senadora colombiana Piedad Córdoba proporcionaba algunos datos generales, además de los “falsos positivos”, bastante escalofriantes respecto a esta violencia y sus terribles resultados.
En principio establecía el numero de estos asesinatos en el orden, no de los 2000 como reconoce el informe de la ONU, sino cercanos a los 5000. Pero inmediatamente hablaba de los desaparecidos en ese país, que según sus fuentes es de un número que oscila entre los 150.000 y 239.000 en los últimos diez años. Esta cifra deja muy atrás a los 30.000 desaparecidos durante la dictadura argentina, hoy considerados como el resultado de un crimen de lesa humanidad producto del Terrorismo de Estado. Esta información, complementada con el descubrimiento progresivo de fosas comunes clandestinas, algunas de ellas hasta con 2000 cadáveres no identificados, conforma un panorama de violencia impune de una magnitud tal, que no puede darse en una nación sin por lo menos la complicidad (cuando no su promoción) por parte del Estado.
Y la cereza que corona la torta, es la información complementaria (dada también por la senadora) de que Colombia hoy tiene el triste récord de ser la nación, primera en Latinoamérica y segunda en el mundo (detrás de Somalia) en el número de personas desplazadas de sus hogares por la violencia. Este número oscila entre los tres y cuatro millones. En Venezuela conocemos bien este fenómeno que afecta al hermano país, porque parte de estos desplazados están permanentemente atravesando la extensa frontera de más de 2000 Km. que compartimos, y su presencia en nuestros estados fronterizos constituye un fenómeno migratorio que el estado venezolano debe tomar en cuenta y atender.
Qué lejos está esta Colombia ensangrentada que mostramos a vuelo de pájaro con estos datos, del idílico país modelo de desarrollo para Latinoamérica, que nos presentan, no sólo la gran prensa y el gobierno colombianos, sino el sistema de medios corporativos a nivel internacional, con el apoyo oficial de la gran potencia del Norte, que protege así su plan Colombia, sus bases militares y sus apetitos e intereses en nuestra región. Esta imagen es parte del ocultamiento, del sesgo y de la creación cotidiana de la realidad virtual que nos apabulla en esta guerra de cuarta generación.
El camino para recuperarles a las mayorías colombianas excluidas su lugar en la sociedad, para lograr una mayor justicia social, una mejor distribución del poder y la riqueza, su paz interna y en definitiva, en el decir de Simón Bolívar lograr “la mayor felicidad para su pueblo” no será fácil ni rápido.
Nuestros hermanos colombianos tienen todavía por delante una larga lucha en la conquista de estos objetivos, lucha para la cual saben que pueden contar con la solidaridad de todos aquellos que creemos en que es posible construir un futuro mejor para nuestros pueblos.
miguelguaglianone@gmail.com
Gracias. barometrointernacional@gmail.com