El 20 de abril de 2010 comenzó lo que ya se está entendiendo como la mayor tragedia ecológica producida hasta hoy por el hombre en el planeta. La plataforma de extracción petrolera “DeepWater Horizon” de la British Petroleum Company en el Golfo de México colapsó, hundiéndose y dejando un saldo de 11 muertes y el más grande derrame petrolero de la historia.
Se ha escrito mucho hasta ahora y hay mucho más para decir y hacer respecto al crimen ecológico y sus consecuencias para nosotros y las próximas generaciones, pero lo que nos interesa ver aquí es que podemos analizar este suceso como ejemplo (excepcional por su muy buena difusión en los medios corporativos, dada la magnitud de sus dimensiones) del poder y la impunidad de las grandes corporaciones que hoy manejan el planeta.
Hablamos generalmente de neoliberalismo para nombrar al capitalismo de nuevo cuño que a partir de los años 70 y 80 del siglo pasado maneja el mundo. Siempre he pensado que el nombre más adecuado que podemos darle es el de neocapitalismo corporativo, ya que una de sus más destacadas características (además de la propuesta de libertad absoluta para el capital, maximización de ganancias y la depredación de todos los recursos mundiales) es la concentración del poder global en un grupo de grandes compañías (cuyo número no pasa de 300) de capital anónimo.
Lo más difícil de percibir, por su carácter de semisecreto y por el anonimato de los capitales, es quienes son los que realmente manejan las riendas del planeta, y como es el entretejido de interrelaciones existente entre este grupo de corporaciones, que constituye una red de intereses compartidos y de acciones comunes.
Posiblemente podamos colaborar en desentrañar algo de esa compleja red, estudiando este ejemplo concreto. La BP es una de las mayores compañías del planeta (puesto octavo según la revista americana Forbes y la tercera empresa más importante dedicada al petróleo y gas después de ExxonMobil y Royal Dutch Shell. Tiene diseminados por el mundo la friolera de unos 100.000 empleados. Hasta 1976 era la representante de los intereses económicos de la Corona Británica, a partir de ese año pasó a convertirse en otra corporación de capital anónimo, aunque manteniendo estrechos vínculos con el gobierno de Su Majestad. BP es una de las principales firmas en las que invierten muchos fondos de pensión británicos y es una empresa emblemática de la industria británica.
Cualquier pensaría, con la imagen de la seriedad británica por delante, que esta empresa sería más sensata y responsable en su trabajo que el resto de sus empresas hermanas, pero este es uno de los mitos que primero ha caído, con el conocimiento público de los detalles de este accidente. Aparentemente, no sólo la BP nunca estuvo en condiciones de afrontar un accidente de este tipo -accidente previsible dadas las complejidades tecnológicas de la extracción del petróleo a profundidad en el lecho marítimo- sino que además en este caso el ahorro de costos en las instalaciones y tecnología usada fueron parte de las razones del suceso. La Halliburton (otra de las grandes corporaciones involucradas) habría instalado además allí una válvula de contención que también colapsó, aparentemente por no ser adecuada, y que fuera colocada en ese lugar por ser más barata. La prensa internacional ha afirmado también que las demás compañías petroleras funcionan en las mismas condiciones de descuido, siguiendo el precepto de máxima ganancia a mínimos costos (aún a costa de la seguridad de todos y de la vida de sus empleados).
Públicamente la BP defendió muy bien sus intereses
1. En sus declaraciones, la BP intentó confundir al público desde el principio, Tony Hayward, su presidente ejecutivo, en una entrevista concedida al diario inglés The Guardian realizada alrededor de veinte días después del accidente, cuando ya empezaba a percibirse la magnitud del desastre, decía “…el golfo en cuestión es un gran océano y la cantidad de petróleo derramado es relativamente pequeña…la compañía no sabe cuándo podrá controlar el derrame…”
2. Desde el primer momento, BP minimizó las cifras de la cantidad de crudo que estaba derramándose, hasta que científicos norteamericanos mostraron que el volumen real era por lo menos cuatro o cinco veces mayor que el que la petrolera anunciaba. En promedio sus anuncios hablan de llegar hasta 25.000 barriles recogidos y /o quemados por día, mientras los científicos afirman que el volumen de petróleo que se está derramando es del orden de los 100.000 barriles diarios.
3. La compañía usó sistemáticamente un dispersante conocido como Codexit, en la fuente del derrame, para evitar que el petróleo saliera a la superficie. Con ello no sólo ocultaba la magnitud del derrame, convirtiéndolo en mucho más agresivo contra el sistema ecológico marino al dispersarlo, ya que se mantiene a profundidad y no forma una mancha homogénea al emulsionarse en el agua, sino que además estaba ahorrando mucho dinero en la contratación de barcos pesqueros para recoger la mancha de crudo.
4. De la misma manera, toda la capacidad comunicacional de la BP fue dirigida hacia resaltar los “avances” que iba logrando para controlar el desastre. Algunos de sus propios ejecutivos declararon que la empresa mostró que “comunicacionalmente estaba preparada para enfrentar los hechos”.
En forma más oculta, la compañía ha sido protegida por sus relaciones con los factores de poder, cuya punta visible del iceberg la constituyen, sólo en los EE.UU. y según la revista Newsweek, el actual director de la CIA, Leon Panetta; el enviado de Obama a Medio Oriente, George Mitchell; el actual Ministro de Salud Pública, Tom Daschle, y la ex administradora de la EPA, Christine Todd Whitman, siendo éstos sólo algunos de los personajes influyentes que mantienen vínculos con la empresa en ese país.
Desde la época de Reagan el gobierno norteamericano comenzó a regalar a las petroleras una legislación que les permitió bajar costos gracias a menores exigencias en su política de seguridad y medio ambiente. El punto culminante de esta tendencia política lo llevó a la práctica George W. Bush en el 2000, en cuya administración se le puso un techo legal de 75 millones de dólares a las indemnizaciones que las empresas del sector deben pagar ante eventuales catástrofes ecológicas. Ante semejante desatino, la política de BP habría sido simple: para qué gastar fortunas en seguridad si una catástrofe cuesta centavos en indemnizaciones.
En el terreno financiero, si bien las acciones de BP fueron sufriendo una fuerte caída en la medida que el desastre continuaba (que las llevó en principio a casi la mitad del valor que tenían antes del accidente), las presiones de los inversores en las bolsas para evitar esa caída, y en los últimos tiempos algunos anuncios tales como que esas acciones (que en algún momento perdieron unos 100,000 millones de dólares en valor de mercado) han logrado nuevo apoyo y están en ascenso, por rumores de que la compañía es un objetivo de compra y que se ha acercado a algunos fondos soberanos con ofertas de una participación, como formas de protegerse contra ofertas hostiles. En este mismo orden, la petrolera dijo en estos días que esperaba recaudar 10.000 millones de dólares en ventas de activos este año, como parte de su plan para financiar un fondo de limpieza de 20.000 millones de dólares que estableció bajo presión de las autoridades de Estados Unidos. El Royal Bank of Scotland elevó la acción de BP a "comprar" desde "mantener", diciendo que el mercado ya había descontado una opinión pesimista sobre el derrame. El diario Times reportó que Gran Bretaña estaba diseñando planes de contingencia por si BP colapsaba, pero no dio detalles. En definitiva, el capital se defiende bien a sí mismo.
En lo que respecta al poder político, si bien Barak Obama ha realizado múltiples declaraciones respecto a la tragedia ecológica que está afectando las costas de varios estados norteamericanos, y ha declarado la emergencia nacional, preguntando incluso que traseros debía patear frente a esta tragedia; la acción de su parte con respecto a BP no ha ido mucho más allá de las declaraciones. Su única consecuencia real ha sido el levantamiento del límite de 75 millones de dólares impuesto durante el gobierno de su antecesor para la indemnización de daños ecológicos y el acuerdo con BP de que constituirían el fondo de 20.000 millones de dólares del que hablábamos antes. Aún esta medida, debió tomarla con presiones en contra por parte del Senado norteamericano, algunos de cuyos integrantes advirtieron al presidente que debía tener mucho cuidado de no afectar a la empresa petrolera. Esto es una muestra evidente de hasta que punto los gobiernos de las grandes potencias desarrolladas son absolutamente dependientes de los intereses de las grandes corporaciones. Lo que era transparente durante el gobierno de George W. Bush, en el que los propios integrantes del gobierno (Cheney, Rice, etc.) eran representantes directos de las grandes corporaciones, sigue haciéndose evidente en un gobierno demócrata cuya diferencia real con el anterior no es más que de fachada. Al respecto, hace poco tiempo el presidente alemán debió renunciar, entre otras razones por unas declaraciones “demasiado” sinceras respecto a que las tropas alemanas en Afganistán “estaban defendiendo los intereses de las compañías alemanas”.
La última pieza del rompecabezas es como los grandes medios corporativos han manejado toda la información respecto del problema. Si bien ha habido un despliegue de información (algunos dirían que bastante menor del que corresponde a la magnitud de los hechos) es curioso como se ha ocultado en la mayor parte de las noticias (manipulación por invisibilidad) la verdadera responsabilidad de la BP y de la Halliburton, su socia en el desastre. Se ha preferido destacar la espectacularidad del suceso, o la reseña de las declaraciones políticas, antes que los verdaderos parámetros del problema.
La impunidad
¿Qué nos muestra todo este panorama? Sobre todo la impunidad de que gozan las grandes corporaciones. Si el responsable de este monstruoso desastre hubiera sido, pongamos por caso, un pequeño o mediano país, (sobre todo alguno de esos que intentan actuar soberanamente) es muy posible que a más de 70 días de haberse producido la fuga de hidrocarburos, ya llegando a costas norteamericanas y que no sólo no estuviera controlada por parte de quienes eran responsables, sino que además no existiera un plazo confiable para lograr la solución, y se hubiera mentido y manipulado públicamente sobre sus acciones y motivos; ya ese país hubiera sido invadido por alguna fuerza militar de los Estados Unidos, de la OTAN, o de cualquier otra coalición de los países centrales, en nombre de la defensa de la ecología, de la defensa de la humanidad, de la defensa de la libertad, etc.
Pero como vemos en este caso, el costo mayor para la BP consiste sobre todo en crear un fondo de 20.000 millones de dólares (cifra bastante inferior a sus declaradas ganancias anuales), en seguir realizando esfuerzos baratos e infructuosos por detener el flujo de petróleo, y hace pocos días en el “alejamiento” de su presidente Tony Hayward (sí, el mismo de las graciosas declaraciones que transcribimos al principio) de la conducción del problema, hacia “otras tareas”, ya que ni siquiera ha sido despedido. O sea, no existe responsabilidad frente a nadie, no solo por maximizar ganancias hasta el límite de crear perjuicio a millones de seres humanos, sino además por alterar de tal manera el sistema ecológico, que no existe aún la menor evaluación real de sus últimas consecuencias para toda la humanidad a mediano y largo plazo.
Es desenmascarando esta impunidad, cuando se percibe el entramado del poder oculto en la red corporativa mundial. La compañías petroleras supuestamente rivales, las corporaciones mediáticas internacionales, los poderes financieros, los poderes políticos de las naciones centrales, todos han aunado sus esfuerzos en la protección a rajatabla de uno de sus integrantes, que en este caso metió la pata en forma mayor. Este es el verdadero poder que maneja el mundo, el que hace posible que así sucedan las cosas.
Y lo más escalofriante es que este poder es anónimo. En la época de la aristocracia era muy fácil señalar a los reyes, emperadores, zares, y a sus adláteres cercanos como quienes manejaban el poder (La Primera Guerra Mundial comenzó a partir del asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa, en Sarajevo el 28 de junio de 1914). Igualmente, en el capitalismo industrial existieron siempre los reyes de la industria, los zares de la producción, que construían una nueva aristocracia siempre reflejada en individuos destacados. Pero el neocapitalismo corporativo no tiene más que “altos ejecutivos” que manejan las corporaciones, pero que no son sus dueños, son sólo representantes provisionales (que pueden ser cambiados como peones de ajedrez, tal como el presidente de BP) del verdadero poder oculto en el incógnito corporativo. Aún en casos excepcionales, como el de Microsoft y Bill Gates, el fundador y director de la gran corporación ha pasado a cuarteles de invierno, porque hace mucho tiempo que no es el dueño (accionista principal) de la compañía.
Sin caer en teorías de conspiración, lo que sí parece suceder es que en el siglo XXI la verdadera clase dirigente no es precisamente aquella que reseñan los medios corporativos, sino que ella, de la misma manera que oculta su poder, oculta su rostro. Podemos ver en las revistas y semanarios “importantes” (Newsweek, The Economist, Fortune, etc.) las cambiantes caras de los grandes ejecutivos, pero no estarán allí los verdaderos amos del capital, que tienen hasta ahora no sólo anonimato sino también, al igual que sus corporaciones, absoluta impunidad.
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