Es evidente que las trampas todas vienen comuflageadas, si no no serían trampas. Pero la ingenuidad de la futura víctima también ¨hace¨ la trampa. En un artículo de hace algunos meses [estamos en 2008] tuve la osadía de prevenir, en estas mismas páginas, sobre lo que me parecía entonces obvio: la existencia de una burda trampa para nuestra revolución —y nuestro Presidente— en el asunto del canje humanitario. ¿Cómo creer que no había nada de sospechoso detrás del gesto combinado de Uribe y Sarkozy al implicar a Chávez como mediador? ¿No era evidente que desde su origen tal dúo no era ni podía ser un dúo sino en realidad un trio, debido a la existencia omnipresente de un virtual, imprescindible y sempiterno tercero, llamado Imperio?
Un tercero que, en realidad, nunca es tercero en nada, sino primero en todo lo relativo a la perdición del mundo. Un mundo, a su vez, que desde tiempos inmemoriales ha estado plagado de trampas.
Cuando el gobierno de Príamo tuvo que decidir acerca del significado del monumental caballo de madera dejado misteriosamente por los griegos, en ofrenda a su diosa Atenas, sobre la costa de Troya, falló en prevalecer entonces la advertencia del intuitivo sacerdote Laocoonte, quien interpretó el caballo como sospechoso y lanzó el famoso ¨desconfío de los Griegos incluso cuando traen regalos.¨ Los troyanos no le hicieron caso y tomaron el caballo como un trofeo, llevándolo al interior de la ciudad, llenos de festejos. Esa misma noche Troya ardería bajo la definitiva invasión de los griegos.
Más de tres mil años más tarde, ¿es tan difícil ver que cuando un peón ejecuta una orden, es que el mundo es un ajedrez?
En relación al canje humanitario —¿no podíamos adivinarlo a tiempo?— la trampa consistía en seducir a Chávez y acercarlo a las FARC para luego convertirlo (ante una dócil y alienada opinión internacional) en un nuevo Noriega. El plan sería tan astuto que ni siquiera un eventual triunfo de Chávez en la liberación de algunos rehenes lograría impedir al imperio alcanzar ulteriormente el objetivo establecido: la fabricación adulterada de un vínculo entre nuestro Presidente y la guerrilla colombiana. Preciso era coronarlo de narco-traficante (único título que les faltaba ponerle, pensarán ellos, para poder eliminarlo). En todo caso, se trataría de un plan concebido, como vemos, en forma simple pero muy inteligente.
¿Es puro delirio conspiracionista de quien escribe, o conspiración real, profesional y científica por parte de la CIA?
A ustedes, compatriotas, de otorgarme el beneficio de la duda, o seguir subestimando los estándares de efectividad alcanzados por los servicios de inteligencia norteamericanos.
De una manera general, nuestra ingenuidad es un elemento importante en los logros del adversario y, por consiguiente, en la lucha no nos ayuda en nada. Tampoco es benéfico en ésta seguir perdiendo oportunidades por nuestra indecisión ante evidencias probables, o ciertas circunstancias que muy bien las sugieren. Por ejemplo, no podemos evitar reconocer que el ¨timing¨ y secuencia de los acontecimientos recientes evocan la existencia de un master plan cuyas etapas se habrían venido cumpliendo con pasmosa precisión. El tipo de cosas, justamente, que sólo ocurre cuando se trata de algo muy bien pensado, mas no difícil —ni mucho menos imposible— de concebir. Si a estas alturas algo es cierto, es que no estamos —para nada— ante un cálculo imposible. Simplemente, los servicios imperiales han concebido un plan que, debido a la concretitud y solidez de sus premisas prospectivas, puede incluso permitirse ciertos lujos durante su aplicación, o incluso llegar a simularlos! La abrupta decisión del presidente Uribe en diciembre, por ejemplo, de sacar a Chávez de su rol de mediador, y que podríamos interpretar ingenuamente como una ¨pifia¨ de su parte, muy probablemente no constituye un error suyo, sino algo previsto, contemplado en el itinerario.
Hay buenas razones para suponerlo: a una cierta distancia —no muy lejana— del comienzo de la intermediación, era necesario mostrar una radicalización negativa por parte del gobierno colombiano sobre la operación humanitaria, lo cual produjese en la opinión pública el efecto de una acentuación —por contraste— de la voluntad positiva de las FARC en pro del canje. Esto aseguraría un acercamiento entre éstas y Chávez. Acto seguido, la abrupta deslegitimación de nuestro presidente como intermediario vendría a ser simplemente el empujoncito que pondría de relieve una estrecha, comprometedora afinidad existente entre lo que ya se había vendido —y continúa vendiéndose extensamente— a la opinión internacional como un cuerpo terrorista, las FARC, y el dictador marxista-leninista por excelencia del siglo XXI, Chávez.
En consecuencia, al momento mismo en que se obtuviese como respuesta una confirmación reivindicativa y unilateral de Chávez por parte de las FARC en tanto que ¨único¨ intermediario viable (lo cual a priori sería positivo para su imagen y la nuestra), ya estaría consolidándose —por inducción mediática internacional— el fatídico ¨FARC + Chávez = misma gente.¨
Llegar a este punto requirió, es cierto, de un pequeño sacrificio por parte de Uribe, por cuanto le tocó encarnar momentáneamente el rol de aguafiestas de la libertad (que es lo que realmente es) ante los ojos del mundo. Pero era un sacrificio esencial en la evolución del plan y cuya pena pasajera le sería recompensada largamente poco después, cuando el imperio mismo viniese a apersonarse (a través de John Walters, director de la oficina imperial de control de drogas) en tierra colombiana y declarase públicamente a Chávez —con inigualable cinismo— virtual narcotraficante. En fin de cuentas, para Uribe no habría sido más que un leve sacrificio, pero clave en el recrudecimiento de la guerra que el imperio desde hace bastante nos tiene declarada. Se trata, por cierto, de un hecho muy interesante por ser a través del cual el verdadero narcotraficante del relato, que es Alvaro Uribe, logra entonces quedar escondido y protegido indefinidamente bajo el ala nauseabunda del águila imperial.
Águila cuya hacienda en latinoamérica es lamentablemente Colombia, gracias a Uribe Vélez, su capataz.
Es así como se hace posible la oficialización del conflicto, y no sin un grotesco ritual: Condoleeza Rice, epifánica, aterriza de alfombra roja sobre estepa paisa y marca caninamente —esto es, literalmente "mea"— el territorio. La escena deleznable, de inenarrable ofensa en tierras otrora libertadas por Bolívar. Un perfecto insulto a la virtud y dignidad de nuestros pueblos. Pero también algo ante lo cual no podemos, duela lo que duela, dejar de constatar que no valen de nada, verdaderamente, todos nuestros informes de inteligencia, ni los de nuestros gobiernos amigos, cuando ya el enemigo ha tomado posición y plantado bandera. Todo esto era enteramente previsible, sin necesidad de servicios secretos de ningún tipo.
Había que abrir los ojos, simplemente. Y hacer otra cosa desde el comienzo. Tenían que habérsele exigido directamente al imperio una serie de condiciones previas a la participación de nuestro país en la negociación humanitaria, y hacer que fuera el mismo Uribe quien llevara el recado al Norte, como raso peón que es. Y luego hacer lo mismo de Sarkozy, quien no tiene mejor rango.
Aprovechar así, pues, una situación de alto impacto mediático internacional para obligar a estos bandidos sueltos a pronunciarse en forma concreta sobre otra serie de tópicos de invalorable trascendencia para pueblos enteros del planeta, y para el planeta mismo. Era esto lo que tenía que haberse planteado desde el comienzo frente a la oferta. Por otro lado, de una manera general debemos comprender que tampoco tenemos por qué limitarnos exclusivamente al tratamiento reflejo de iniciativas venidas del exterior. ¿O es que no tenemos la capacidad y el deber revolucionarios de aportar iniciativas endógenas, en la forma de ofertas alternativas con carácter político, relativas a la solución de tantas formas de injusticia social globalizada en las que la bandera bolivariana tendría mucho que decir?
Tendríamos que preguntarnos ahora: ¿hemos avanzado en alguna dirección provechosa para la revolución con nuestra participación desprendida, desinteresada y noble por la liberación de los rehenes; hemos realmente logrado algo más allá de la autoafirmación de nuestro carácter libertario, solidario y genuinamente altruista? En otras palabras, ¿lo que tenemos de sobra, nuestras tendencias y virtudes humanistas, bastan por sí solas en nuestro mundo o se requiere de mañas adicionales para hacernos avanzar en nuestra lucha por un mundo mejor?
Hoy pareciera que estuviésemos en el mismo punto que al comienzo frente a nuestro agresor, pero que entre tanto éste hubiese crecido un poco. ¿Será un efecto visual?
Qué más quisiéramos...
Entre las escasas opciones concretas que tenemos actualmente para defender nuestra patria y nuestro honor de patriotas, sin duda hay una referencia que debemos considerar con especial interés, y ello por tratarse, nada más y nada menos, que del paradigma universal y por excelencia de la Guerra Asimétrica: el episodio bíblico en que se enfrentan el gigante filisteo Goliath y el niño pastor David...
No, no se trata de una digresión, la enseñanza cosechada puede ser de una potente simplicidad:
Ante las grandes adversidades, mucha fe, pero sobre todo puntería...
xavierpad@gmail.com