¿El fin de las ideologías?

A principios de la década de los 90, en pleno auge del neoliberalismo, Francis Fukuyama escribió su libro El fin de la Historia y el último hombre en el que planteaba dos ideas básicas para justificar el supuesto predominio inevitable de la “democracia liberal”. Estas dos ideas eran El fin de la historia y el Fin de las ideologías, y suponían la demostración de la inevitabilidad de la hegemonía del pensamiento único. Menos de una década después, los porfiados hechos del proceso social se encargaban de desmentir su propuesta, a tal grado que el autor ha declarado recientemente que no sólo ha abandonado la visión neocom, sino que reconoce que su tesis sobre la historia estaba equivocada.

El fin de la historia era realmente una idea bastante trasnochada, intentaba constreñir el dinamismo del proceso histórico en el chaleco de fuerza de un sistema único capaz de perdurar indefinidamente, lo cual ya sonaba a despropósito desde su propia enunciación, aunque había sido ya una aspiración de otras derechas (entre ellas la nazi). Sin embargo Fukuyama, aunque sea un representante de la nueva derecha, no es un estúpido. Su tesis del fin de las ideologías estaba apoyada en una media verdad.

Dentro del marco del fenómeno de progresiva pérdida de valores que la sociedad occidental venía presentando a partir del renacimiento, y que hiciera eclosión en el siglo XX, sobre todo después de la Segunda Guerra mundial, fue relativamente fácil enunciar el fin de la utopía y la instauración de la Era Neoliberal. La “posmodernidad” se presentó como una época en la cual “todo se vale” porque en ella ya no existían marcos de referencia trascendentes para el hacer humano. Pero el problema de la pérdida de los sistemas de valores, según nuestro punto de vista, no es algo que ataña inexorablemente a la humanidad, sino tan solo un síntoma de la crisis de la Civilización Occidental.

Creemos que esta pérdida de valores es el principal problema que hoy tenemos que vencer para conquistar un mundo mejor. Que la tarea está en la búsqueda, educación y promoción de nuevos parámetros de vida para nuestras gentes y nuestros pueblos, parámetros que por supuesto saldrán de su seno y no podrán ser impuestos desde arriba.

El vacío

Creemos como Arnold Toynbee1, que las distintas civilizaciones que la humanidad ha generado durante casi ocho milenios, se han organizado y estructurado a partir de lo que ese autor define como una propuesta espiritual. La idea no se refiere específicamente a una religión –aunque en varias de las civilizaciones que Toynbee estudia, esa propuesta espiritual sí se organiza en una institución social religiosa– sino que es aquella que define la existencia de un sistema de valores trascendentes que el grueso de la sociedad comparte.

Nuestra sociedad occidental ha perdido su credibilidad en cualquier sistema de valores trascendentes, y ha tratado de sustituirlo con propuestas “pragmáticas” (el culto al hombre, los distintos materialismos, el positivismo y finalmente la sociedad del entretenimiento y el consumo) que no son capaces de llenar el espacio que en las almas de las gentes ocupa el sentido de lo que es trascendente y común entre los iguales.

Este vacío y sus implicaciones fueron analizados en profundidad por Castoriadis2 y revelan en alta medida las razones de la neurosis característica de nuestra cultura. Explican además la confusión de un mundo posmoderno donde no existen valores colectivos institucionalizados, donde todo da lo mismo, y dónde hombres y mujeres van alternando los parámetros de su sistema ético en la medida de su conveniencia del momento. En pocos períodos de la historia conocida de la humanidad esta tendencia ha sido tan generalizada como en nuestra contemporaneidad.

Reflexiones particulares sobre el problema

Ahora queremos enfocar esa perdida de valores, enlazada al problema de las ideologías, a partir de una de las múltiples facetas con las cuales este fenómeno se presenta en la sociedad y que siempre se me ha aparecido como fascinante. Me refiero a la deserción de los valores y acciones de izquierda en individuos y grupos políticos.

No voy a entablar una discusión sobre sistemas teóricos. La propia posmodernidad y las nuevas propuestas del siglo XXI se han encargado de volver muy confusas las visiones de cambio que surgieron en el siglo XIX y sobrevivieron casi todo el siglo XX, algunas hasta nuestro presente. Creo que basta establecer, visto las múltiples definiciones de “izquierda” de la actualidad, dos (o tres) posiciones básicas para definir nuestros parámetros.

Cada miembro de nuestra sociedad tiene una posición definida (conciente o no) respecto al futuro de ella. Existen quienes creen que es posible y necesario cambiar la sociedad y es un deber de cada persona actuar para lograrlo; y existen quienes creen que la sociedad debe permanecer tal como está, porque eso es lo natural y lógico. Entre los que pertenecen al segundo grupo hay también una división importante. Están los que van a actuar para defender a toda costa el status quo, y están también aquellos que son indiferentes al problema y con su inacción se suman de hecho a los anteriores. Estos son, para poder realizar el análisis, los parámetros básicos que vamos a usar, al primer grupo podemos definirlo como la “izquierda”, al segundo grupo (sobre todo a los que lo encabezan) podemos llamarles en adelante la “derecha”, para no inventar nuevos términos y darle contenido a algunos que han venido perdiéndolo.

Ya desde muy temprano (la segunda década del siglo XX) el socialismo obrerista que había tenido en Europa un importante papel en la organización de los estamentos obreros, conquistó un poder político que se tradujo en su participación en algunos gobiernos (sobre todo en Francia). Ese parece haber sido el principio del fin para las ideas y acciones socialistas de transformar el mundo. Casi un siglo después (con honrosas excepciones como la experiencia de Chille con Allende) las socialdemocracias en general no están dispuestas a transformar nada. Se han integrado totalmente al sistema y exceptuando por algunos pinitos de mejoras a los ciudadanos, no se distinguen de los gobiernos de derecha. El caso actual de las socialdemocracias europeas, protegiendo con sus medidas de gobierno a los grandes capitales y haciendo pagar el grueso de la crisis a las clases medias y obreras, es el más descarnado ejemplo.

También la deserción apareció en otros ámbitos. Algunas de las manifestaciones del llamado socialismo real cayeron en sistemas altamente autoritarios y burocráticos, que llegaron a estar bien lejos de toda aspiración de cambio social. Más bien se transformaron en sistemas defensores de su propio status quo.

Este es el fenómeno social, que evidentemente está emparentado con la pérdida de valores. Será interesante abordar en el nivel personal el fenómeno de esa pérdida de valores.

Winston Churchill, un brillante hombre de la derecha conservadora inglesa, dijo alguna vez, considerando desde su óptica como natural el abandono de las ideas progresistas “El que llega a los 20 años y no es liberal, no tiene corazón y el que llega a los 40 y no es conservador, no tiene cerebro.”

En casi medio siglo de estar del lado del cambio, hemos visto, conocido y vivido el fenómeno de hombres y mujeres abandonando sus ideales de izquierda y cayendo en la aceptación del status quo. A nivel humano, aunque no se comparta, parece ser fácil de entender. El cansancio o la indiferencia, o aún la flojera son razones muy humanas para adoptar la línea del menor esfuerzo. Ir contra la corriente significa un siempre un trabajo constante, una tensión, de la cual es comprensible que alguna persona (o grupo) quiera en algún momento deshacerse. Además, en un mundo donde el lucro y el consumo son la propuesta constante, es posible entender también la compra y venta de actitudes.

Si embargo esa comprensión, por lo menos en mi caso tiene sus límites.

Hay una diferencia entre deserción y traición. ¿Qué sucede con aquellos que no sólo abandonan la utopía, sino que se alían a (o se convierten en) sus tradicionales enemigos? ¿Cuál es el mecanismo interno (dejando de lado a los que siempre fingieron y considerando a aquellos que un día fueron honestos consigo mismos y sus valores) que hace que se abandonen conceptos como la solidaridad, el antiimperialismo, la pertenencia o la necesidad de justicia social, para abrazar las propuestas de individualismo, lucro, consumo, poder económico y supervivencia de los más fuertes?

Los casos cercanos

La Venezuela contemporánea es un excelente laboratorio para el estudio de estos casos. A partir del proceso de la Revolución Bolivariana, el “salto de talanquera” como se dice por estas latitudes, se convirtió en un sistema habitual. La mayor parte de la antigua “izquierda” venezolana milita hoy en las filas de la oposición.

Es comprensible aceptar que una persona de izquierda pueda no estar de acuerdo con el proceso bolivariano, que considere que no es un proceso de izquierda, y que discrepe con sus acciones y sus métodos, y hasta que esté ubicado en una posición de oposición. Hasta aquí todo muy bien, pero después viene un asunto que es muy difícil de entender tanto a nivel racional como emocional. ¿Cómo es posible que en función de no estar de acuerdo con quienes tienen el poder, militantes declarados de izquierda no sólo se alíen, sino que se identifiquen con los más rancios elementos e ideas de la derecha, sus enemigos tradicionales? Y a veces se conviertan hasta en sus más destacados voceros. Allí hay un salto cualitativo muy importante, que mi mente y mi corazón se resisten a entender. Allí aparecen involucradas más que posiciones políticas, valores y ética, motores fundamentales del ser humano.

Son numerosos los ejemplos de individuos como Américo Martín o Pompeyo Márquez, con una trayectoria de militancia y hasta de lucha armada contra el sistema, que son hoy portavoces que defienden cosas como los derechos “inalienables” de los mas ricos, o la entrega de los recursos (el petróleo en primer término) a la privatización transnacional. O el caso de Teodoro Petkoff, que de guerrillero se convirtió (intentando siempre mantener su imagen de contestatario) en ministro de economía de un presidente miembro y promotor del Opus Dei, con una gestión abiertamente neoliberal, y que hoy dirige uno de los periódicos de “oposición” financiado abiertamente por grandes capitales nacionales de la oligarquía tradicional.

Sin embargo, hay ejemplos que van, por lo menos dentro de mi entendimiento, más allá de todo límite. La historiadora Margarita López Maya, que fue siempre una persona crítica y progresista, aunque no fuera abanderada incondicional del proceso bolivariano, ha sido postulada por parte del PPT como candidata a la Asamblea Nacional en las próximas elecciones del 26 de septiembre. Tiene todo el derecho a serlo y a discrepar con la orientación del gobierno. A lo que no tiene derecho desde mi punto de vista, es a defender en una rueda de prensa el derecho a ciertas “ONG” a ser financiadas desde el exterior. No puedo concederle a una persona inteligente, el que sea capaz (en el mejor de los casos) de tener la ingenuidad de no saber quienes y con que objetivos financian a estas ONG o a “movimientos sociales”, o a supuestos “dirigentes estudiantiles”

Conclusiones

Me quedo sin respuestas acerca de los reales por qué de estos virajes. Algunos compañeros de lucha hablan de que se trata de personas que nunca fueron realmente de izquierda. Roberto Hernández Montoya dice que en Venezuela ser de oposición embrutece. La crisis de valores les da un entorno favorable a cambiar de posición política como de camisa. Sin embargo ninguna de estas razones me parece totalmente válida para explicar un fenómeno tan particular y tan generalizado. Pensar que existe un virus que ataca, carcome y vacuna contra el “izquierdismo” podría entonces ser también una hipótesis razonable.

A pesar de todo, se conservan (nos conservamos) en la lucha por un mundo mejor muchos que venimos arrastrando hace largo tiempo el peso de la contracorriente. Y lo más alentador y que nos permite soñar en un futuro mejor, es que aparecen por todas partes nuevas generaciones de soñadores que intentan tomar el cielo por asalto. Están haciendo hoy su huella en toda Latinoamérica y posiblemente sean los herederos del mañana.

Respuesta a la pregunta del título: ¿El fin de las ideologías?

Sí, el fin de las ideologías ya vacías de contenido y el principio de las nuevas visiones de futuro del siglo XXI.

miguelguaglianone@gmail.com


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Miguel Guaglianone

Comunicador, productor creativo, investigador, escritor. Jefe de Redacción del grupo de análisis social, político y cultural Barómetro Internacional.

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