Mientras Estados Unidos y Europa inician su invasión militar en Libia para derribar a Gadafi, hecho que producirá miles de muertos como en Irak o Afganistán, Hugo Chávez y los países del ALBA-TCP propusieron una comisión internacional para negociar y evitar el conflicto armado.
Como decía la cantautora argentina Mercedes Sosa, en una de sus canciones, “todo cambia”, y las relaciones internacionales también lo hacen. Durante la Guerra Fría (1945-1989) existían dos bloques armados – la OTAN del campo capitalista liderada por los Estados Unidos y el Pacto de Varsovia del campo socialista encabezado por la Unión Soviética – que intervenían en algunos países en desarrollado, como Vietnam, Angola o Cuba,... apoyando unos los gobiernos de convergencia ideológica contra las guerrillas enemigas que financiaba el otro bloque, o al contrario. Con la caída del bloque socialista los conflictos armados no han desaparecido sino que, tipológicamente, la dialéctica internacional entre capitalismo y comunismo se volvió a transformar entre imperios y colonias. Estados resistentes a la globalización neoliberal de privatizar sus recursos, como Irak, Afganistán o la Yugoslavia de Milosevic, se convertían en enemigos de la hegemonía de los Estados Unidos y la OTAN, sin posibilidades de aliarse a un nuevo bloque de resistencia internacional. El Presidente de Libia, Muamar el Gadafi, después de la Revolución de 1969, inspirada en el socialismo islámico del expresidente egipcio Gamal Abdel Nasser y expresada en su obra El Libro Verde, para hacer frente al imperialismo de los Estados Unidos fortaleció las relaciones con la URSS justamente en la crisis del petróleo de 1973 declarándose “el Che Guevara del Oriente Medio” tras la nacionalización de empresas petroleras norteamericanas y el cierre de la base militar de los Estados Unidos más grande del norte de África, Wheelus Air Base. Gadafi, consecuentemente, en 1981 fue etiquetado de terrorista por el presidente ultraconservador de los Estados Unidos, Ronald Reagan, definiéndolo como el “perro rabioso del desierto”, y posteriormente, la revista Newsweek presentó el plan de la inteligencia norteamericana, la CIA, para derribarlo. Todavía Libia disponía del respaldo del bloque socialista como defensa. Con la reforma política de la URSS liderada por el expresidente soviético Gorbachov en 1985, la Perestroika, el campo socialista empezaba a desaparecer y dejaría de ser un socio para algunos países periféricos, como Libia, que luchaban contra el imperialismo. Seguidamente, en 1986, Reagan ordenó bombardear los edificios gubernamentales de la capital de Libia, Trípoli, intentando asesinar a Gadafi e incitar a la sublevación popular contra el gobierno. En este atentado murió una hija menor de Gadafi, Jana.
La desaparición de la URSS
generó un cambio político en Libia, abriéndose Gadafi al capitalismo
internacional, sobre todo con gobiernos europeos neoliberales como el
del español José Maria Aznar o el del italiano Silvio Berlusconi,
convirtiéndose así en el principal exportador de petróleo a Europa.
Además, apoyó la lucha contra el “terrorismo” que lideraba Estados
Unidos después de los atentados a las Torres Gemelas el 11 de Septiembre
de 2001, saliendo Gadafi, explícitamente, del “Eje del Mal”. Todo y su
giro, Gadafi continuaba siendo una meta del imperio americano para
derrocar las barreras del capitalismo de estado de Libia a favor de la
absoluta privatización y la entrada abierta de las transnacionales
petroleras, dado el crecimiento del precio del crudo por la reducción de
la oferta en base a la creciente demanda internacional.
El No a la Guerra del ALBA
El actual conflicto de Libia es
una similitud con el conflicto actual de Irak, dos países con gran
reservas mundiales de crudo. Después de las movilizaciones sociales
contra los gobiernos socios de los Estados Unidos, en Túnez, Egipto y
Argelia, dudosamente el fenómeno se expandió rápidamente a Libia, pero
convirtiéndose en movilizaciones armadas opositoras. Estados Unidos
aprovechó este contexto regional en el norte de África para atacar,
implícitamente, al gobierno de Gadafi. En su plan bélico, Estados
Unidos, como primera fase, incitó la “protesta popular” creando una
desinformación a la opinión pública internacional donde los medios de
comunicación anunciaban centenares de muertos civiles por represión del
gobierno sin ofrecer fuentes de verificación. Como segunda fase, según
el diario británico The Independient, el imperio norteamericano ha
armado a rebeldes libios de la oposición con respaldo de Arabia Saudita,
que ya participó en los años 80 en la Guerra de Nicaragua armando a los
“contras” o apoyando a los Talibanes en la Guerra de Afganistán contra
el gobierno prosoviético, ocultando, entonces, la injerencia de los
Estados Unidos. Así, estratégicamente, con la aceleración del conflicto
armado interno y el nacimiento de una supuesta Guerra Civil, organismos
internacionales como el Consejo de Seguridad de la onU, y la OTAN,
acabaron aceptando el jueves 17 de marzo una intervención militar contra
el gobierno de Gadafi. Detrás de este plan, la comunicación ha jugado y
juega un papel trascendental. Rusia, país que junto con China al
principio intentaron boicotear la intervención militar internacional
pero finalmente se abstuvieron en el Consejo de Seguridad de la onU –
seguramente por intereses económicos -, afirmó, según fuentes propias de
sus satélites, que nunca sucedieron los ataques aéreos de Gadafi el 22
de febrero contra la población civil de Tripoli y Benghazi. Todo ha sido
una estrategia de comunicación que ha liderado el gobierno de los
Estados Unidos y han reproducido medios como la BBC para justificar la
intervención militar como “acción humanitaria” en defensa del pueblo de
Libia.
Antes de iniciarse la invasión
de los Estados Unidos en la segunda Guerra de Irak, en marzo de 2003, el
movimiento de protesta internacional por la paz movilizó a millones de
personas. Actualmente, antes y tras la firma de aceptación de la
invasión de las tropas occidentales, además de 48 muertos de civiles en
el primer ataque de la OTAN a Libia, ningún fenómeno social masivo de
protesta se está realizando. Parece que la estrategia de desinformación
de los gobiernos de la OTAN y las transnacionales de la comunicación ha
convencido a la opinión pública de participar militarmente en “defensa”
del pueblo de Libia. Todo y esto, algunas resistencias gubernamentales
si se han realizado, transformando la defensa militar que hacía antes la
URSS para sus gobiernos amigos por las estrategias diplomáticas y
contra-hegemónicas que dirigen, actualmente, algunos gobiernos del sur.
Hugo Chávez, el presidente venezolano, rompiendo la campaña de los
medios sobre su “respaldo” a Gadafi propuso el 28 de febrero un plan de
mediación para evitar el conflicto armado y la intervención militar
extranjera. La propuesta, que fue aprobada por el mismo Gadafi y el
Presidente de la Liga Árabe, Amr Musa, consiste en crear una comisión
internacional con países de América Latina, Europa y Oriente Medio, para
iniciar una mesa de negociación entre el gobierno de Libia y la
oposición. Los cancilleres de los 8 países de la Alianza Bolivariana
para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) se reunieron en Caracas el 4
de marzo para condenar la violencia, solucionar el conflicto
pacíficamente, y generar una respuesta social mundial. Como dijo el
Canciller de Bolivia, David Choquehuanca, “es importante generar un
movimiento internacional que defienda la paz, la autodeterminación y la
convivencia pacífica de los pueblos”. Soñemos un poco. Esperamos que
el espíritu mundial de la paz se active como en 2003 y la propuesta de
Chávez sea ejecutada para frenar el ataque y evitar los miles de muertos
civiles que van a producir las tropas de invasión de la OTAN en Libia.