POBRE JOAQUÍN, EN MEDIO DEL SILENCIO
Desde aquellos días, que ahora parecen muy pretéritos, pero que en realidad no alcanzan el lustro, cuando los presidentes Álvaro Uribe y Hugo Chávez daban vía libre al gasoducto binacional y se abrazaban en Punto Fijo, Venezuela, o en Cartagena de Indias, Colombia, cualquiera con dos dedos de frente sabía que en esa amistad aspaventosa, de vereda tropical, iba a pasar algo. Y pasó.
Presidentes, cancilleres, ministros,
asesores y afines de los dos países iban y venían, fungían y fingían,
lucían y se lucían, pasaban y posaban. Por ahí quedan las fotos,
engavetadas y llenas de borrones digitales y re encuadres a la brava.
Los opositores venezolanos las usan de cuando en cuando para burlarse
de Chávez, los uribistas de acá las manosean para destacar las virtudes
dialogales de su mesías.
Se dijo de puentes colgantes para arriba
y de oleoductos enterrados para abajo. De aquí para allá
y de allá para acá. ¡Puentes con doble vía!
Se conversó de la carretera marginal
de la selva, un salvaje megaproyecto neoliberal enmarcado dentro de
la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana,
IIRSA, por el cual ponían la cara el BID y la CAF (1), que en realidad
promovían el Departamento de Estado de los Estados Unidos y las grandes
transnacionales, y que entre muchas otras cosas inútiles y de expoliación
para los pueblos servía para despellejar las calvas cabelleras de los
indígenas apacentados durante siglos en su ruta. Una técnica de los
viejos pueblos indios de la pradera, que los puritanos blanquitos de
hoy dominan bien.
Se discutió sobre la integración
férrea, con imaginarios trenes bala desperdigados por las geografías
y confundidos entre el fragor de las balas de verdad de la guerra colombiana.
De otras obras magnas de infraestructura
también se debatió, como el puente entre La Chinita y La Fría, para
bien de la vida de los miles de colombianos y venezolanos de la frontera
común, que facilitara su comercio ancestral y de paso el contrabando
legal que permite que el vivo viva del bobo y el bobo de Papá
y Ma’…
Ambos presidentes hablaron de cooperación
fronteriza, energética, económica y comercial. Vicisitudes serias.
Nadie sabe si la obra tipo entremés se la creían; eso sí, todos sabían
que las obras nunca serían.
Pelea cantada
Ya en diciembre de 2004, Uribe se inauguró
como nuevo presidente vecino con el secuestro de Rodrigo Granda, jefe
de la guerrilla colombiana de las FARC, en pleno centro de Caracas.
El hecho, perpetrado por un comando asalariado del Ministerio de Defensa
colombiano, perturbó las relaciones entre ambos países. (2) Pero
los melindres concluyeron poco después, en febrero, con un fraterno
abrazo entre los dos mandatarios. Todo no fue más allá de una
alteración gastrointestinal y una ligera laberintitis de Uribe. La
una causada por las mentiras que dijo y la otra por las que oyó.
Casi un año después, la retórica
y los buenos modales hicieron su agosto en pleno diciembre de 2005.
Volvieron y jugaron el gasoducto, el oleoducto y ningún reducto ideológico
de ninguno ni de nadie.
2005 acabó para los dos países
en la Quinta de San Pedro Alejandrino, Santa Marta, Colombia, hacia
las 16H37 (21H37 GMT) del 17 de diciembre; 175 años, 3 horas y 30 minutos
después de la muerte de Simón Bolívar en la misma estrecha habitación.
(3)
La temporada navideña de aquel año
fue animada con dos muñecos, “Made in China”, vendidos como pan
caliente: Uribito y Chavecito. (4) De Chavecito se supo que alcanzó
los 60 centímetros. De Uribito se confirmó que por la divina gracia
del modelo original llegó a ser pre candidato presidencial del partido
de la U y derrotado por la opositora más bruta que país alguno haya
tenido en una historia que brilla justamente por la escasez de lumbreras,
sean del sexo que sean. De destacar que dicha contrincante por lo menos
podría llegar a ser presidenta de un equipo de fútbol, en tanto que
el muñeco Uribito corre el riesgo de ir a la cárcel.
2007 fue un año aciago. A petición
de la senadora colombiana Piedad Córdoba, Chávez se monta en el paseo
de mediar entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC buscando
un acuerdo humanitario que permitiera el canje de presos y rehenes.
El gobierno colombiano aplaudió
tal cooperación. Todo fue viento en popa mientras la barcaza no se
movió de puerto. Cuando lo hizo fue la hora llegada. Uribe, iracundo
por los avances previsiblemente imposibles, pero ciertos; Chávez de
la noche a la mañana colgado de la brocha.
La banal retórica de la paz es reemplazada
de súbito por la densa de la guerra. Ambas, al fin y al cabo, retóricas,
parrandeados culteranismos.
2007, 2008. 2009, 2010. Cuatro años
más, donde hermanos de hecho debían volverse enemigos del alma, o
donde vecinos por obligación tenían que ser extraños por elección.
Léase, mejor, por capricho.
Un tiempo en que, por lo menos, Chávez
era el malo para el gobierno colombiano y para la rancia derecha colombiana
y venezolana, como Uribe lo era para cualquier ciudadano progresista
colombiano o venezolano. Cada quien con su cada cual.
Hasta que la Corte Constitucional le
cerró el paso a la aspiración de Uribe de una nueva reelección,
y el siniestro pero hábil mandatario pasó a ser un twittero irrefrenable,
que en estos lapsos invernales desborda aún más al país con los trinos
propios de su talante.
Y mientras, engrosa el sanedrín de
la derecha continental, haciendo lo que bien se paga a los que ya no
son: dictar conferencias en universidades del Opus; reunirse en círculos
con otros pesos pasados, como Savater o Vargas Llosa; redactar ditirambos
para el imperio; lanzarle infructuosos anatemas al antiguo amigo y visceral
enemigo Chávez.
Fresco de bagazos
Se fue Uribe, pero llegó Santos.
Nuevo estilo, otro matiz, distinta manera, diferente índole, remozados
mozos de cuadra en el hípico país lleno de cagajón que dejó
el antecesor. Y nada que no sea igual.
Santos vuelve a bañarse dos veces
en el mismo río y con la misma agua. Quizás eso no era posible en
lo apartados tiempos del Oscuro de Éfeso, pero en las turbias épocas
de ahora sí.
Y Santos tampoco es claro ni es otro,
es el mismo. No juega cartas en el Country, se las juega en Palacio.
No se volvió santo varón, sólo disimula el apellido. No azuza
recuas como ministro, se aplaca a sí mismo de presidente.
Y vuelve y juega el ardid trillado:
vecino, compañero, mejor nuevo amigo. Abrazo va, sonrisa viene y la
ideología en un punto se mantiene.
Si hay algo más peligroso e inmanejable
que la franca disputa y los dientes pelados, es la devoción fingida.
Una cosa es la diplomacia, que sigue cursos legales, adecuada para la
buena vecindad, necesaria para dos pueblos hermanos. Otra la guachafita
de gobiernos que manejan las relaciones internacionales como asunto
de solares o de comadres que conferencian de postigo a postigo. Y así
estamos de nuevo.
Uribe y Chávez manejaron una vez las
relaciones cual finqueros. Ahora todo se cuadra como entre tahúres:
full sorpresa, póker que mata, deshojada Flor Imperial, ¿as bajo qué
manga? Apenas hay que apuntar que Santos juega Texas Hold’em desde
chiquito.
Antes era cuestión de tiempo. Ahora,
también. ¿Hasta cuándo será aguantado el cañazo de querer
el bien pagándolo a punta de males? Lo mismo que ningún fin justifica
los medios, ningunos medios justifican el fin. Así, el fin se vuelve
acabose.
¡Estaba escrito…!
No se trata tanto de si Joaquín Pérez
Becerra es culpable o no, de qué o en cuáles niveles. Es probable
que tendrá a cuestas más pecados de los que él mismo sepa o
llegare a mencionar, y, de seguro, es muchísimo más inocente de lo
que el gobierno colombiano lo acusa a partir de unos cacharros de pacotilla,
hurgados, invalidados, puestos a la carrera, como utilería, para ambientar
escenas en la obra sinfín que es la Colombia metida de bruces en la
lucha contra sí misma.
Y hay muchas dudas en el aire, que
más que interrogantes son cuestionamientos evidentes al gobierno de
Venezuela. Es natural que muchos sectores de la izquierda hayan puesto
el grito en el ancho cielo bolivariano y que algunos otros no entiendan
adónde fueron los marcos legales, los conceptos jurídicos, los acuerdos
internacionales o la propia Constitución Bolivariana, un fajo de cosas
que ya todos los expertos están empezando a citar con parágrafos,
pelos y señales.
Ni siquiera hay que preguntarse por
la suerte de los acervos nomotéticos o de locuciones locas como coherencia,
lealtad, respeto, confianza.
La amistad de Chávez con Uribe no
dio sino sinsabores, supo a cacho y arruinó caminos de menor jolgorio,
pocas serpentinas, pero de mayor madurez y más certidumbres.
La amistad con Santos, o lo que sea
que signifique la fruslería lingüística de hacerse pasar por los
mejores nuevos amigos de la región, puede tener para el presidente
venezolano el agrio sabor de las amistades de Gadafi con Sarkosy o Berlusconi:
entrañables camaradas, socios de la alianza internacional contra el
terrorismo, que ahora mismo y muy prestos le rocían la jaima con misiles.
La frescura de Chávez, ese carácter
impetuoso, una dignidad innegable y la mollera chispeante, entran raspando
en los abrazos taimados de Santos y de toda una clase dirigente, poderosa
y calculadora, que le recrimina al presidente colombiano ese acercamiento,
pero que lo lleva a cabo sencillamente porque presidente y gobierno
son ella misma. Y ese espíritu Santos sabe bien lo mucho que gana con
lo poco que apuesta.
Con el tráfago, la voluntad se distorsiona
en llamadas telefónicas tramposas y se asfixian los avances en favores
pedidos con una prisa calculada de antaño. En acuerdos de colaboración
contra el narcotráfico, luchas contra el terrorismo y otros abominables
mandados de los gringos se enreda un camino de por sí lleno de
abrojos, en el que a veces, por demás, ya ha sido probado, también
sale el Lobo (Sosa, Porfirio).
Qué bueno que uno en estas charadas
sólo gozara. Que los arrumacos en vivo se aguaran en la tele y la monserga
de las relaciones productivas, de integración y paz saltara de los
protocolos a la vida. Que no se pagaran tan caras esas sobras de gracia
colgadas por doquier. Pero no es así.
Como dice el título del último álbum
del joven cantante chileno Santos Chávez (que no otro Santos Chávez,
el difunto pintor y grabador de origen mapuche), “Estaba escrito…”
(5)
Amistades que matan
Pérez Becerra militó en el partido
equivocado, la Unión Patriótica, dejado a la deriva por la guerrilla
de las FARC y exterminado por el tentáculo paramilitar de la derecha
colombiana. Joaquín también cometió a la sazón el error craso
de no cambiarse de bando, de no abjurar de su pensamiento, o de no volverse
político o sapo.
Al contrario, se hundió a voluntad
en el desliz de dirigir un medio de comunicación empachado de informaciones
a contracorriente, revolucionarias, más bien panfletarias. Y cometió
la simpleza de salirse una tarde del país donde vivía asilado, y se
metió de lleno en el cerco estrecho de un mundo lleno de paranoias
infundadas y de terrorismos diseñados más en los escritorios de los
gobiernos que en la realidad.
Para colmo, se embarcó cándido
en un avión rumbo a un país en el que confiaba: Venezuela. De no haberlo
hecho hubiera sido un exiliado de todo del totazo, incluso, de los suyos.
No le pasó a Joaquín por la
mente que en Maiquetía no lo recibirían amigos, sino esposas. No las
suyas, que una fue asesinada antes de que él tuviera que salir de Colombia
y la otra se quedará quién sabe cuánto sentada en Estocolmo
esperando a su Godot, sino las esposas metálicas del país que lo vio
nacer y a cuya nacionalidad, en un arrebato de sensatez, prefirió
renunciar hace una década.
Pasó por alto que patrias como
la suya siempre tienen en cuenta a sus naturales cuando se trata de
apachurrarlos, sobre todo, en medio de una realidad mediática ávida
de trofeos de guerra, de carnes de cañón y de medios silenciados,
que de paso sirve para poner contra las cuerdas a un amigo que en el
fuero interno nunca dejará de ser considerado como un apestoso
enemigo.
En otras palabras, Joaquín Pérez
Becerra desairó tantas formas importantes de la estrategia rebelde
más elemental, que se le hace a uno muy difícil ubicarlo como un curtido
guerrillero transnacional, versado en negociaciones y filigranas, y
en cambio sí lo vuelven muy sospechoso de ser un comunicador nato.
Y hablando de medios, en Venezuela,
los revolucionarios por decreto ni fu ni fa. Ni tanto blablablá, más
bien ni mu. A lo sumo unos pocos dijeron pío. Poquísimos esta boca
es mía. Mi boquita un punto. Y medios de poca o menor bendición que
marcaron la diferencia, como Aporrea, los comunitarios, los barriales;
los descastados, mas no desgastados. No debió coincidir siempre
la idea de lo revolucionario con la talanquera de las directrices ministeriales.
Ante un yerro, ¡pues a “yerrar” se dijo! Y se llegó así a la
uniformidad más odiosa del mundo: la de todos los medios oficiales
mudos, la de todos los funcionarios del gobierno callados, la de todos
los versados con los oídos tapados, la de todo un país silbando y
mirando para otro lado.
En Colombia, por el contrario, clarísimo
el libreto. Los medios lo dijeron todo, desde la misma perspectiva:
Pérez Becerra, terrorista, guerrillero. No se calló nada, aunque
nunca se dejó entrever otro sesgo, alguna idea de algo más, ni
siquiera asomó el beneficio de la duda para el acusado. Grandes
titulares, variados estilos, innúmeros formatos: todo el despliegue
requerido para que todos vean lo que tienen que ver y oigan lo que tienen
que oír. Poco trabajaron las oficinas de prensa de Palacio o Cancillería.
Los medios colombianos han aprendido a ejecutar las misiones sin que
se las manden, a hacerlo todo solos, solícitos y mejor. Santos ha sabido
siempre ser jefe de redacción sin que se lo vea. De medios algo aprendió
desde antes de la cuna. Por genética, por ósmosis, y, a la final,
como medio para luego darse el gusto de causarnos la mortificación
de tenerlo donde está.
Joaquín, pues, nunca debió creer
posible que la distancia filosófica existente entre el gobierno del
país que visitaba y la del gobierno del país natal que lo perseguía
llegara a ser tan corta como los pocos metros que por más de mil doscientos
kilómetros separan una patria de la otra. ¡Quién iba a creerlo!
Joaquín quedó entonces parado
en un lugar peor que aquel que dejó atrás hace dos décadas.
Hoy, en una celda de la cárcel La Modelo de Bogotá, no tiene la zozobra
de que lo frieguen, sino la certeza de que lo jodieron.
“El hombre ya se sabe que está aquí,
condenado desde el nacimiento…
Pobre Joaquín, pobre Joaquín,
en medio del silencio”.
En febrero de 1968, el grande poeta
y compositor uruguayo Rubén Lena escribió la milonga “Pobre
Joaquín”, a la que corresponden estos versos. Lena, según cuenta
él mismo, escribió la canción a partir de una nota en el diario
sobre un hombre sin nombre que había aparecido muerto en una calle.
(6)
Joaquín Pérez Becerra está
vivo. ¿Pobre Joaquín? O pobres de nosotros, en medio del silencio.
http://juanalbertosm.blogspot.com
NOTAS:
(1) Portal de IIRSA. Áreas de acción. En: http://bit.ly/mOQWM9
(2) Ver recuento cronológico de esta
crisis, según la BBC. En: http://bbc.in/eQLC9W
(3) GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. El general
en su laberinto. Ed. Sudamericana. Primera edición. Pág. 153. Buenos
Aires, 1989.
(4) Ver artículo al respecto en Wikinoticas.
En: http://bit.ly/fX6ocv
(5) Uruguay lyrics. Pobre Joaquín.
En: http://bit.ly/moLw0m
(6) Página oficial del cantante. En: http://www.santoschavez.cl