La barbarie anda suelta

Desde que la humanidad comenzó a agruparse en comunidades con número creciente de individuos, tuvo que resolver el problema del poder. En comunidades pequeñas tribales, generalmente asociadas al matriarcado, el poder se distribuía entre los individuos o los núcleos familiares, surgiendo generalmente las decisiones colectivas del consenso. Aunque también otras organizaciones tribales practicaron el liderazgo y la jefatura, dejando en manos de un individuo o un grupo de individuos las decisiones que comprendían al colectivo. A partir de las primeras formas de civilización (Súmer, Babilonia) y en adelante, el último sistema es el que se convierte en el vigente. Un individuo, o un grupo de individuos ejercen la capacidad de decidir por todo el resto. Tal como lo mostrara Eric Fromm1, el grueso de la población cede a ese individuo o grupo su propia capacidad de decisión (su poder) a quien o quienes lo ejercen en nombre de todos.

Y desde tan temprana época, a casi seis mil años de nuestra realidad, la acumulación y el ejercicio de poder por un individuo o grupo se ha mantenido en la sociedad a través de dos métodos diferentes: la fuerza y la persuasión. En todas las culturas humanas, estos dos sistemas han coexistido, predominando uno u otro, o combinándose de diferentes maneras.

En sociedades como el Imperio Romano, el primer Kanato Mogol o el Imperio Asirio, la cohesión social y la obediencia de los grandes grupos humanos estuvo asegurada sobre todo por el ejercicio y el despliegue de la fuerza, y la imposición del miedo y el terror. En otras sociedades, como el Imperio Egipcio o la Edad Media de la civilización occidental, la participación de todos los estratos de la sociedad compartiendo un sistema de creencias (generalmente asociadas a una propuesta religiosa) ha servido como amalgama social y ha permitido la aceptación “natural” de la existencia de individuos o clases dominantes.

A los efectos de lo que queremos mostrar, podemos establecer como categorías, que cuando en una cultura predomina el uso de la fuerza, el miedo y el terror como forma de asegurar el poder, nos encontramos ante la “barbarie”, y cuando el método tiene que ver con la persuasión (el convencimiento de las mayorías en un sistema de ideas que justifique, explique, interprete o naturalice el status quo de los individuos o clases dominantes) estamos en una cultura más “civilizada”. Por supuesto que estos nombres de categorías son absolutamente arbitrarios, pero sirven para establecer un nexo emocional con situaciones reales. Y como decíamos, las diferentes culturas humanas han oscilado entre los dos extremos y diferentes combinaciones de ambos sistemas.

La situación en nuestra Civilización Occidental

Nuestra civilización utilizó en forma preponderante la persuasión durante la Edad Media, a través de una Religión Católica que proporcionó durante más de 1000 años un sistema de creencias que fue vigente para todos los estratos sociales, desde el señor feudal al siervo de la gleba, y que explicaba el lugar y rol de cada uno en la sociedad a partir de la voluntad divina. En el renacimiento la sociedad se seculariza y el uso de la fuerza, así como el surgimiento de la ideología que desarrollará primero el mercantilismo y luego el capitalismo se van combinando a lo largo de dos o tres centurias en Europa para mantener el sistema de dominación. En entre el siglo XVII y el XVIII la burguesía emergente que va a desplazar como estrato dirigente a la aristocracia europea, desarrolla su propio sistema de creencias a partir del Iluminismo. Derechos humanos, democracia, estado de derecho, humanismo en general van a ser de allí en adelante parte de la propuesta “ideológica” que intenta convencer al grueso de la sociedad y perpetuar el nuevo esquema social y la nueva clase dominante.

En lo que nos concierne más de cerca, en el Siglo XX, y sobre todo luego de la Segunda Guerra Mundial, el impresionante desarrollo del sistema de medios de comunicación de masas va a ser el vehículo ideal para imponer en forma globalizada las propuestas de un sistema occidental capitalista (que está evolucionando desde el capitalismo industrial al neocapitalismo corporativo). Y el sistema de persuasión pareció tener éxito. Las grandes masas sobre todo de los estratos medios de los países centrales parecieron funcionar muy aceitadamente con las propuestas del tipo “american way of life” o del “welfare state”. Desde la década de los 50 hasta los años finales del siglo XX, estas propuestas mantuvieron el status quo imperante, con una acumulación creciente de capitales en una cima de la pirámide cada vez más estrecha (cada vez más capital y poder en manos de menos personas a nivel global) y con una producción constante de excluidos de todo el sistema, abandonados a su propia suerte. En ese período, el uso de la fuerza, el miedo y el terror, aunque no dejaron de estar presentes, representaron un proceso de menor importancia en el esquema de poder global.

Sin embargo, sobre todo a partir de la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI, la situación fue cambiando. La crisis general, mucho más allá del sistema económico y financiero mundial en colapso, parece marcar un nuevo período coyuntural donde los cambios se producen con gran rapidez. El sistema se retroalimenta y los sucesos que van aconteciendo aceleran el espiral descendente. El sucesivo fracaso del sistema de guerras sucesivas y el revitalizamiento del complejo militar-industrial, que habían servido para combatir la primera gran crisis económica de los años 30 del siglo pasado (al costo de una guerra mundial que dejó más de cuarenta millones de muertos) ya no resulta efectivo. El empantanamiento de la nación más poderosa militarmente del planeta en las guerras locales de Irak y Afganistán, mientras la crisis económica y financiera global continúa agravándose, parecen estar derrumbando todo el sistema, incluido el propio núcleo de creencias e ideas que sustentaron hasta la fecha la dominación.

La “muerte” de Bin Laden: un cruce de las aguas

La supuesta persecución y muerte del “terrorista” Bin Laden (no vamos a discutir aquí la realidad o no de toda la historia, nos bastará con considerar la matriz impuesta como “verdad” por el sistema de medios corporativos global) creemos que ha marcado un hito importante en la propia existencia de este sistema ideológico de dominación. Ya desde los gobiernos de George W. Bush se fue imponiendo un nuevo sistema de institucionalización de métodos y acciones absolutamente contrarios al “sistema de valores oficial” global. Las Torres Gemelas (cada vez más claramente percibidas como un autoatentado) fueron la excusa para declarar la “guerra al terrorismo”, y no sólo utilizar a nivel global la “guerra preventiva”, sino que primero con la Ley Patriota y luego con la institucionalización de las cárceles clandestinas fuera de los Estados Unidos (con Guantánamo a la cabeza) se abrió la práctica pública del avasallamiento de los derechos humanos, con el uso habitual del apresamiento ilegal, el secuestro, la tortura y el asesinato. Incluso el cerrar esta base en territorio cubano fue una de las promesas de campaña de Barak Obama.

Con esta historia de Bin Laden, arribamos a la caída final de las máscaras. Un presidente demócrata explica, sin que se le arrugue el ceño, como “el mundo a ganado en seguridad” con la muerte del terrorista, para cuyo logro fueron utilizadas la tortura, la invasión al territorio soberano de un país amigo y finalmente el asesinato. O sea, así estamos dándole categoría oficial al uso de estos métodos. Si alguien cree que esto es solo un asunto meramente formal, deberá tener en cuenta hasta que punto ha sido importante mantener fuera de toda declaración oficial aquellos sucesos y métodos de acción que constituyen siempre los lados más oscuros de la acción de los gobiernos (el Imperio Británico del siglo XIX fue experto en esta ocultación).

El reconocimiento público de Obama del uso de los más bárbaros métodos de fuerza para eliminar una amenaza a los intereses de los Estados Unidos (y del “mundo libre”) significa un cruce de aguas en las formas de control y de dominación de nuestra coyuntura.

La tortura institucionalizada

Al fin de la Edad Media, y en el proceso de transición entre los mecanismos de poder que mostramos antes, la Santa Inquisición estableció el uso de la tortura como una forma de defender los preceptos y valores de la Iglesia y el poder. “Sacar los demonios del cuerpo” y lograr la verdad de quienes se decidía condenar eran los objetivos que validaban el uso habitual de múltiples formas de violación agresiva a las víctimas.

La tortura ha sido usada así durante casi toda la historia humana, por ejemplo en la violación y el empalamiento usados por el imperio Otomano, hasta fechas tan recientes como la tercera década del Siglo XX o en períodos del Imperio Celeste Chino.

Las diferencias que queremos destacar se encuentran entre cuando es utilizada eventualmente, y cuando se la realiza sistemáticamente y la sociedad reconoce su uso en forma pública.

Los latinoamericanos sufrimos en carne propia la aplicación de la tortura en las dictaduras militares del sur del continente entre los años 60 y 70 del Siglo XX. Estos métodos, que se llegaron a practicar sistemáticamente, se mantuvieron sin embargo siempre muy lejos de las declaraciones oficiales. Los Estados Unidos fueron quienes adiestraron a las fuerzas armadas latinoamericanas en métodos y operaciones (aunque por ejemplo en el caso brasilero, la “creatividad” de sus torturadores los llevó a desarrollar sus propias metodologías originales, y en el caso uruguayo, la captura y ajusticiamiento por parte del insurgente movimiento Tupamaro del principal agente encargado del adiestramiento –Dan Mitrione– obligó a las fuerzas armadas uruguayas a recurrir a los franceses –los paracaidistas de Massu, que habían desarrollado esos métodos en Argel– para llevar adelante la sistematización de la tortura).

Ahora sin embargo, el reconocimiento por parte del presidente de los EE.UU. –dejando atrás los eufemismos usados por los gobiernos anteriores (“interrogatorios forzados”, “uso de presión fisica”)– constituye no sólo el reconocimiento público de su uso, sino que permite en adelante la “naturalización” de la tortura como un método “éticamente” válido para obtener información.

El asesinato institucionalizado

Igualmente sucede con el asesinato. Ha sido usado a lo largo de la historia por diferentes regímenes para mantener el poder. Sin embargo generalmente su utilización por cuenta de gobiernos o estados ha mantenido de muy bajo perfil público.

En algunas épocas sin embargo se le ha reconocido como un sistema válido, al respecto reproducimos un jugoso texto escrito en pleno Renacimiento por Leonardo da Vinci, mientras estaba en la corte de Ludovico el Moro en Milán:

“De la manera correcta de sentar un asesino a la mesa: Si hay algún asesinato planeado para la comida, entonces lo más decoroso es que el asesino tome asiento junto a aquel que será objeto de su arte (que se sitúe a su izquierda o a su derecha dependerá del método del asesino) pues de esa forma no interrumpirá tanto la conversación, si la realización de este hecho se limita a un área pequeña de la mesa.”

También en todo el mundo, y en nuestro continente, los servicios secretos de las grandes potencias han realizado asesinatos sistemáticos (por ej, la muerte de Trujillo, las dudosas muertes del militar perunista Velazco Alvarado y del panameño Oscar Torrijos). Pero igual que en el caso de la tortura, su manejo público se ha centrado en las teorías de la conspiración o en la literatura de espionaje. En nuestra contemporaneidad, el primero que reconoce públicamente el uso del asesinato como táctica de operación oficial es el Estado de Israel, que inclusive los bautiza como “asesinatos selectivos”. Ahora el presidente de los Estados Unidos nos dice a todo el mundo que no sólo han utilizado el asesinato deliberado de alguien que consideran peligroso para su nación, sino que deja implícito que el método se considera en adelante válido para su uso.

La caída de los mitos de la Ilustración (los mitos de la burguesía)

Esto que estamos resaltando podría parecer como dijimos algo puramente formal. Sin embargo consideramos que constituye un síntoma claro del derrumbe del sistema de ideas y creencias que ha venido imponiéndose en nuestra cultura como método de dominación desde la Revolución Francesa.

Cuando el Secretario General de las Naciones Unidas funge como operador político y militar de la OTAN para el bombardeo sistemático de un país soberano como Libia, está corroborando no sólo la inutilidad de la institución que se supone representa para llevar adelante los objetivos para los que se supone fue creada, sino que su realidad es totalmente contraria a la idea que de ella se nos ha vendido.

Cuando la tortura y el asesinato, decididos por unos pocos se convierte en un método válido aceptado para ser ejercido por los Estados (por lo menos por algunos) se está dejando claro la irrealidad de un supuesto sistema de Derechos Humanos, de Derecho Internacional, de Democracia y de otros mitos de nuestra cultura contemporánea.

Esto significa que el conjunto de ideas y valores desarrollado por aquella burguesía que cortó cabezas a los Reyes y Reinas y que lo utilizó para persuadir a sus grandes masas de la legitimidad del status quo que impuso, está en franco colapso. ¿Cómo en adelante podrán venderle a alguien los paradigmas de justicia, de comunidad internacional, de valores trascendentes? Los pueblos podrán estar idiotizados o tener la memoria corta, pero no tanto. Todo parece indicar entonces que estamos en plena transición. En adelante el método de dominación imperante será el de la barbarie. La fuerza bruta, el miedo y el terror

El colapso de las civilizaciones

Sin embargo el panorama no parece ser tan negro. A pesar de que Maquiavelo explicaba en El Príncipe, que éste debía tener el amor y el miedo de sus súbditos, pero que si no lograba el primero era imprescindible que tuviera el segundo, la historia nos muestra que las cosas no son tan así. Basta pasearse por el Estudio de la Historia de Arnold Toynbee2, sobre todo en la parte del estudio relativa al Colapso de las Civilizaciones, para constatar como el uso exclusivo de la fuerza como sistema de dominación de las grandes masas de población tiene generalmente un tiempo muy corto de vida.

Y además como esta imposición de la fuerza desnuda es un sistema típico de los sistemas imperiales en plena desintegración (que constituyen la última etapa del colapso de una civilización). Aparentemente los imperios no son solamente producto de la fuerza, sino fundamentalmente de la imposición de un sistema de ideas y valores (en la propia Roma Imperial, dónde imperaba el terror, éste iba acompañado de la percepción de la grandeza de la Loba romana). Cuando a un imperio sólo le queda el recurso de la fuerza, y este parece ser nuestro momento actual, es porque ha perdido la capacidad de persuadir o encantar a los grandes grupos humanos con una propuesta de vida.

Esta parece ser hoy nuestra situación, y si no preguntémosle a esta América Latina que se levanta, o a esos pueblos del Magreb y el Medio Oriente (a los que ahora aparentemente se están uniendo los de la propia Europa continental) que hoy se alzan porque ya no creen en las propuestas de Occidente.

miguelguaglianone@gmail.com


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Miguel Guaglianone

Comunicador, productor creativo, investigador, escritor. Jefe de Redacción del grupo de análisis social, político y cultural Barómetro Internacional.

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