Facundo, fecundo

De mi madre aprendí que nunca es tarde, que siempre se puede empezar de nuevo; ahora mismo le puedes decir basta a los hábitos que te destruyen, a las cosas que te encadenan, a la tarjeta de crédito, a los noticieros que te envenenan desde la mañana, a los que quieren dirigir tu vida por el camino perdido. No te quejes, recuerda que naciste desnudo,

y que ese pantalón y esa camisa que llevas, ya son ganancia. Cuida el presente, porque en él vivirás el resto de tu vida.

Facundo Cabral


En tu larga, intensa y compleja vida supiste entre otras cosas, sobrevivir y trascender al autismo, a la miseria y a la desolación de tu infancia; a la delincuencia, el alcohol y la cárcel de tu adolescencia; a la temprana, trágica y sorpresiva muerte de tu mujer y de tu hija; a tu cáncer, y a la persecución de una feroz dictadura. Y entonces este día, justamente este día sábado 9 de julio del 2011, viniste a ser asesinado absurdamente en Guatemala, por unas balas profesionales y sicarias, tal como si hubieras sido un combatiente armado muerto en combate, y no un cultor y un mensajero del arte, el humanismo y el amor a la vida.

Asesinarte así, cuando eras un anciano prácticamente ciego, cuyas únicas armas eran su pensamiento y su voz, solo parece ser un acto más de la suprema e injusta barbarie sin sentido que es el pan nuestro de cada día, en esta turbulenta época que nos toca vivir.

Escribo entonces estas líneas –que intentan darte un último saludo y un sentido homenaje– consternado y abrumado por lo absurdo e imprevisible de los hechos, compartiendo tal vez estos sentimientos con todos aquellos para los que fuiste, desde la temprana juventud, un entrañable compañero del camino. Cuando ya hace muchos años (casi cerca de medio siglo) te conocimos, y descubrimos a ese folklorista argentino de larga barba negra, que no sólo tenía un estilo original de cantar, sino que era de los pocos que denunciaban con sus canciones las injusticias y las miserias de nuestras gentes.

Y después seguiste creciendo. Saliste primero de tu Argentina natal por curiosidad, y te fuiste convirtiendo poco a poco en un ciudadano del mundo, en ese “vagabundo de primera clase” como te definiste en una de las últimas entrevistas que te hicieron.

Aprendiste recorriendo y viviendo durante varias décadas, en un largo periplo de lugares, gentes y caminos, a que te gustaran “la migración de las ballenas grises en la Baja California, los Pingüinos de la Tierra del Fuego y el Cóndor de los Andes, a sentarte en Ecuador frente al volcán Cotopaxi, a ver los amaneceres en Machu Pichu y a descansar en Chichicastenango, donde los Mayas esperan”. Conociste por ser atrevido y audaz a Krisnamurti, te convertiste en su amigo y con el compartiste ideas y afectos hasta su muerte. La Madre Teresa de Calcuta te llevó con ella a trabajar con los más pobres, miserables y leprosos de la India, cuando murió tu amada y tu hija, para que pudieras dejar fluir “todo el amor que te sobraba”. Cuando a ella le preguntaron si tenía amigos artistas, refiriéndose a ti, dijo que no eras un artista, que eras un testigo “de lo que puede hacer Dios con tu vida si te dejas llevar por él.”

Mientras tanto tus letras, tus canciones y tu poesía fueron yendo más allá de la denuncia social que nunca abandonaste y se convirtieron en mensajes universales de paz, de buen vivir y de amor. La más popular y universal de ellas “No soy de aquí ni soy de allá” nos habló de la humanidad como un todo y de lo iguales que todos los hombres son, no importa de qué parte vengan.

En los últimos años tu visión llegó a un misticismo que incluía a Jesucristo, a Gandhi y a la Madre Teresa. A pesar de que eso te alejó de muchos compañeros de lucha que no creen en la preeminencia de lo trascendente, mantuviste y continuaste desarrollando ese mensaje tanto en Buenos Aires, donde finalmente sentaste residencia, como en tus constantes viajes. "Lo recuerdo como un buen amigo, que de pronto se volvió místico. Ese misticismo lo transmitía a la gente, y la gente lo aceptaba con muchísimo gusto" dijo Alberto Cortez en Madrid, al enterarse de tu muerte.

Solo me quedan por decirte los lugares comunes –que no por ser tan comunes dejan de ser verdaderos– de que tu vida, tus obras y tus canciones pertenecen ya al patrimonio colectivo de nuestra Latinoamérica y del resto de la Humanidad. No sólo los jóvenes de hoy, sino probablemente muchas otras futuras generaciones se formarán mejor con tu aporte y tu legado.

Entonces querido amigo –y estoy seguro que siempre lo supiste– tu vida no habrá terminado este 9 de julio, persistirá en aquellos que te conocimos, recibimos tu mensaje y él nos hizo mejores, y en aquellos que lo conocerán en el futuro y que también crecerán con él.

Una vez dijiste que lo único que querías para el día de tu muerte, era estar vivo, y estoy seguro que así ha sido.

Hasta siempre, Facundo.


miguelguaglianone@gmail.com



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Miguel Guaglianone

Comunicador, productor creativo, investigador, escritor. Jefe de Redacción del grupo de análisis social, político y cultural Barómetro Internacional.

 miguelguaglianone@gmail.com

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