En estos días va a ser presentada a la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) la solicitud del gobierno palestino para que sea reconocida la creación de su Estado prevista por la resolución de ese mismo organismo que ya tiene más de sesenta años y que determinó la creación conjunta del Estado de Israel y del Estado Palestino. El resultado de esta solicitud será una vez más la crónica de una muerte anunciada. Lo más probable es que la Asamblea General, por inmensa mayoría, reconozca la existencia del Estado Palestino, y sucederá también que en el Consejo de Seguridad, los Estados Unidos ejercerán su poder de veto impidiendo se cumpla la resolución.
Será una muestra más de la total inoperancia de esta organización como promotora de los intereses colectivos de las naciones. A estas alturas, la ONU es uno más de los mitos mediáticos martillados constantemente por la red transnacional de medios corporativos, que es quien determina hoy la “realidad” de nuestro planeta. Junto a otros mitos similares, como “la comunidad internacional”, “la defensa de la libertad y la democracia”, la “OEA”, etc., se trata de convencer a las grandes mayorías del planeta de la existencia real de supuestos contrarios a los hechos verdaderos, pero favorables a los intereses de los centros de poder que controlan el planeta.
En el caso de las Naciones Unidas esa realidad no es de extrañar. Este organismo multinacional nació hace 76 años signado por el engaño. Los principios esbozados en su documento base, la Carta de las Naciones Unidas, así como los enunciados de la Declaración de los Derechos Humanos (considerada un hito en la historia política de la humanidad por los sostenedores de los mitos mediáticos) que fuera emitida por la organización a los tres años de haber sido fundada, hablan de justicia mundial, promoción de la libertad, mantenimiento de la paz, seguridad y cooperación internacional, propuestas de desarme general, defensa de los valores humanos, etc., y fueron contradichos desde su propio inicio por la estructura totalmente antidemocrática establecida para la toma de decisiones en su seno.
Un Consejo de Seguridad, hoy de quince estados miembros, que tiene un grupo permanente (los otros son rotativos) de naciones con derecho a veto tanto sobre las decisiones de la Asamblea General a la que asisten todos los Estados miembros, como sobre las propias de ese Consejo, aseguró a las potencias que ganaron la Segunda Guerra Mundial (y sobre todo a los Estados Unidos), el absoluto control sobre las disposiciones finales de la supuesta “institución internacional”.
Es que la ONU fue creada por iniciativa sobre todo del presidente Franklin Delano Roosevelt, para sustituir a la fracasada Sociedad de las Naciones que había sido fundada después de la Primera Guerra Mundial y no había logrado su objetivo de impedir una nueva conflagración internacional; con la clara intención de disponer de un organismo que permitiera mantener el dominio político a nivel global.
Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde entonces, y en esa larga historia, las sucesivas desgracias e injusticias, los fracasos y éxitos de sus resoluciones según los intereses de las grandes potencias, abarcan un extenso listado capaz de ocupar varios libros.
Pero por supuesto, en los últimos tiempos que estamos viviendo, de total crisis de valores y de caída de todas las máscaras, el rol de la ONU ha llegado a ser caricaturesco. La asunción de un Secretario General (otra de sus figuras altamente decorativas, con un casi nulo poder de decisión) absolutamente fiel a los designios de los Estados Unidos y algunas potencias europeas, han convertido este cargo –que estuviera alguna vez ocupado por personajes dignos– en un mero instrumento repetidor, afirmador y promotor de las razones de los poderosos.
Así, la triste resolución del Consejo de Seguridad sobre Libia, al permitir la existencia de una zona de exclusión aérea (con la complicidad del silencio de China y Rusia) que Estados Unidos y las potencias europeas convirtieron en una guerra de destrucción total de esa nación, junto al activo papel en esas acciones de este triste Secretario General, han sido uno de los últimos actos de monstruosidad neocolonial amparada en un “mandato” de esta institución.
No es lo único que se llama hoy la atención sobre este tema. Aún la intencionada red de medios corporativos transnacionales, difunde en estos días la denuncia de que cuatro soldados uruguayos, pertenecientes a la fuerza de la ONU destacada en Haití, violaron a un ciudadano de ese país y registraron en video su “hazaña”. Esto nos lleva a considerar a los famosos “cascos azules” de las Naciones Unidas, supuestas “fuerzas de paz”, que han sido durante muchos años una herramienta militar encubierta de invasión a países soberanos. Es bien curioso que en los medios siempre se informe de las bajas que estas fuerzas de paz tienen en sus misiones en distintas partes del mundo, pero que nunca hablen de las bajas que ellas provocan.
Igualmente, si bien el gobierno uruguayo ha declarado que lo sucedido es un hecho aislado (por el cual ha pedido disculpas y prometido castigar a los culpables), y aunque muchas opiniones en ese mismo país hablan de la acción de unas fuerzas armadas que a partir de la impunidad proporcionada por una Ley de Caducidad vigente desde la caída de la dictadura, se han mantenido tan fascistas y torturadoras como en los años más negros de las dictaduras de los 70; debemos recordar que esta no es ni con mucho la primera vez que organizaciones de derechos humanos acusan a las tropas de la ONU de múltiples abusos sobre la población civil en sus “misiones”. Se han hecho públicos documentos sobre violaciones a los derechos humanos cometidas por los “cascos azules” en el Congo, Angola, Bosnia-Herzegovina, Burundi, Camboya, Congo, Costa de Marfil, Haití, Guinea, Timor Este, Kosovo, Liberia, Mozambique, Sierra Leona y Somalia.
Habría mucho más para decir, pero basten estos dos ejemplos para mostrar algo que parece increíble que sea necesario destacar, por ser tan obvio, pero esta es una muestra más del increíble poder de los medios para generar en las poblaciones escenarios de “realidad virtual”. Basta sintonizar un canal de televisión, nacional o internacional que responda a estos escenarios (la inmensa mayoría de ellos) para observar la naturalidad con que se habla tanto de los mitos que mencionáramos como de “informaciones” absolutamente falsas, como por ejemplo la “toma de Trípoli” que nunca existió.
En lo que respecta a enfrentar a esos cadáveres vivientes de instituciones internacionales creadas por las potencias centrales para ejercer dominio, la respuesta la están dando las naciones emergentes, que buscan establecer verdaderas instituciones colectivas que promuevan la integración y el progreso de los pueblos.
El mejor ejemplo de ello es la UNASUR, que mientras la ONU muestra su verdadera cara, y la OEA (Organización de las Naciones Americanas) duerme el sueño de su ineficacia, despliega una energía y un crecimiento inusitados en varios aspectos en todo el continente. En el terreno económico la Unión de Naciones Suramericanas está aceleradamente generando mecanismos de integración, tales como la búsqueda de monedas de intercambio, la creación de un Fondo Sudamericano y el desarrollo de proyectos como el Banco del Sur o la moneda común. En otro importante terreno, el de Seguridad y Defensa, está reunido en estos días en Caracas el II Seminario Internacional del Consejo de Defensa Suramericano, que es un paso más para la creación de estrategias comunes en esa área de nuestra región.
Así, la caída de los mitos no llega sola, viene acompañada del nacimiento de las nuevas realidades que estamos construyendo para un mundo mejor.
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