Ha terminado la primera fase del juego: el régimen asadiano sigue bebiendo del mismo pozo que le ha llevado a pensar que el régimen de hierro y fuego instaurado por Hafez al-Asad se mantendrá hasta el fin de los tiempos y más allá. La situación ha llegado a un punto de inflexión determinante y, tras los múltiples intentos de los países árabes de lanzar una cuerda de la salvación al régimen sirio, la Liga Árabe se ha visto enfrentada a la pared y se ha hecho inevitable anunciar el fin de la validez del régimen. La familia siria gobernante ha rechazado todos los intentos de maquillar su régimen dictatorial y se ha comportado con la mentalidad del “o todo o nada”, pensando que puede aniquilar al pueblo sirio con sangre como ha hecho durante las últimas cuatro décadas, olvidando que el tiempo ha cambiado y que las reglas del juego también.
La decisión árabe no significa que el régimen dictatorial asadiano haya caído, pues ante el pueblo sirio se erige aún el terror de la violencia que continuará hasta que el régimen llegue a su ocaso y se desmorone. Sin embargo, esta decisión indica que los mecanismos para dicha caída se han puesto en marcha de verdad y que la marcha atrás se ha vuelto extremadamente complicada. El nuevo punto de inflexión en el que ha entrado siria es emocionante y determinante, pero conlleva importantes temores. La oposición siria ha de encontrar la manera de evitarlos para que la labor de derrocar al régimen no sea más cara de lo necesario y para evitarle a Siria probar la copa de la desintegración de la estructura del Estado en el curso del desmoronamiento de la dictadura.
Los temores son fundamentalmente resultado del sinuoso camino de las revueltas árabes. En vez de estar Túnez y Egipto a la cabeza de los dirigentes de la Liga Árabe y en vez de fundarse un eje democrático árabe en contra de la dictadura, se ha dado autoridad a la bandera del liderazgo absoluto del Consejo de Cooperación del Golfo, quedando la plataforma de la Liga Árabe aparentemente convertida en un dúo saudí-catarí. ¿Acaso la ausencia de un eje democrático es resultado de las dificultades inherentes a la etapa de fundación de la democracia, ya que Túnez se enfrenta al reto de cimentar el pluralismo político y Egipto al peligro del retorno a una dictadura militar enmascarada? ¿O es también resultado de la incapacidad de las fuerzas democráticas de materializar su proyecto político para el futuro y por ello no logran acabar con el monopolio que el liderazgo petrolero ejerce sobre la acción árabe conjunta? A la luz de esta ausencia, la diplomacia catarí juega el papel de líder, un papel que ha tomado un cariz militar sorprendente en Libia, sorprendente porque las limitadas capacidades militares cataríes no permiten que ejerza tal papel, a no ser que Catar se haya convertido de forma premeditada en el agente internacional. Podría decirse que esta situación es fruto de una realidad internacional coyuntural, pero esto solo es cierto en tanto en cuanto demuestra la incapacidad de los demócratas de Túnez y Egipto, donde el régimen o parte de él han caído sin caer el Estado, de materializar una nueva política árabe nueva que rompa con la etapa anterior que se acerca a su ocaso. Este miedo legítimo es fruto de las aspiraciones del eje del Golfo de acabar con la actividad democrática por completo, y como indicio está el aplastamiento de la revolución de Bahrein con las balas de la Fuerza Escudo del Golfo.
Responder a estos temores es responsabilidad de la oposición siria y los comités que llevan a cabo las labores de coordinación diarias. Es cierto que derrocar al régimen y liberarse de la dictadura, con las mínimas pérdidas posibles, es la misión central a cuya consecución deben dirigirse todos los esfuerzos. También es cierto que el pueblo sirio ha recibido calurosamente la decisión árabe porque aísla al régimen y acelera su caída. No obstante, esto no puede ocultar los peligros que acechan a la revuelta siria y que pueden venir de distintas maneras.
El primer miedo es que el país caiga en el abismo de las luchas sectarias. El régimen dictatorial, que se ha cubierto de un discurso nacionalista, ha apoyado su sistema de protección fundamentalmente sobre estructuras clánico-confesionales, desde las Brigadas de Defensa [1] que tan mala fama tenían en tiempos del padre hasta la Cuarta Brigada [2] en el tiempo del hijo. El régimen tal vez piensa que puede jugar la baza de la instigación de las luchas sectarias, como hizo en Líbano, para alargar su vida. Esta carta a la que se acoge el régimen solo será efectiva si las fuerzas de la sociedad siria caen en su trampa y llevan a cabo reacciones similares.
El segundo temor es que el Estado se desplome. La dictadura ha promovida una total identificación entre en régimen y el Estado, de forma que los aparatos del Estado y sus distintos poderes, desde la seguridad, pasando por el poder judicial y llegando hasta el poder legislativo no son más que una montura a la que se sube el poder. Además se han destruido todas las instituciones de la sociedad civil y política y el régimen se ha convertido en el instrumento para gobernar el vacío y dominarlo.
Es de ahí de donde sale el miedo de que el Estado se desmorone: no puede mantenerse más que mediante la capacidad de la oposición democrática de atraer a la mayoría de las élites intelectuales, políticas y militares para llevar a cabo una transición democrática que salvaguarde la unidad nacional y las fuentes de su fuerza.
Estos dos grandes temores, unidos a una realidad árabe repleta de ambigüedades y de bolsas de aire no pueden contrarrestarse más que por medio de la capacidad de la oposición siria, representada por el Consejo Nacional sirio, los comités de la revolución y los dirigentes democráticos, de construir un nuevo discurso político unificador que sea el marco del proceso de cambio. En este punto no debe obviarse el terrible suceso que tuvo lugar en El Cairo cuando algunos manifestantes opositores agredieron a los miembros de la Comité de Coordinación Nacional. Hoy se pide un horizonte democrático real y un discurso nacional unificador que dirija a Siria en la difícil y dura etapa de transición y que amplíe los horizontes de la libertad y la democracia, rompiendo con este tipo de imprudentes acciones infantiles. Para enfrentarse el régimen dictatorial que gobierna Damasco y que el gran novelista español Juan Goytisolo describió como “la paz de los cementerios” no hay más que una solución: la apuesta por el pueblo sirio que ha escrito durante los últimos ocho meses una de las más grandes y heroicas epopeyas de la historia árabe contemporánea.
Siria, el centro del Bilad al-Sham [3], el cordón umbilical del Oriente árabe, es la esperanza de que el eje democrático recupere su impulso para que comience con su amanecer democrático la nueva historia de los árabes y funde su despertar.
La pregunta ya no es si el régimen caerá, sino cuándo.
La decisión árabe no significa que el régimen dictatorial asadiano haya caído, pues ante el pueblo sirio se erige aún el terror de la violencia que continuará hasta que el régimen llegue a su ocaso y se desmorone. Sin embargo, esta decisión indica que los mecanismos para dicha caída se han puesto en marcha de verdad y que la marcha atrás se ha vuelto extremadamente complicada. El nuevo punto de inflexión en el que ha entrado siria es emocionante y determinante, pero conlleva importantes temores. La oposición siria ha de encontrar la manera de evitarlos para que la labor de derrocar al régimen no sea más cara de lo necesario y para evitarle a Siria probar la copa de la desintegración de la estructura del Estado en el curso del desmoronamiento de la dictadura.
Los temores son fundamentalmente resultado del sinuoso camino de las revueltas árabes. En vez de estar Túnez y Egipto a la cabeza de los dirigentes de la Liga Árabe y en vez de fundarse un eje democrático árabe en contra de la dictadura, se ha dado autoridad a la bandera del liderazgo absoluto del Consejo de Cooperación del Golfo, quedando la plataforma de la Liga Árabe aparentemente convertida en un dúo saudí-catarí. ¿Acaso la ausencia de un eje democrático es resultado de las dificultades inherentes a la etapa de fundación de la democracia, ya que Túnez se enfrenta al reto de cimentar el pluralismo político y Egipto al peligro del retorno a una dictadura militar enmascarada? ¿O es también resultado de la incapacidad de las fuerzas democráticas de materializar su proyecto político para el futuro y por ello no logran acabar con el monopolio que el liderazgo petrolero ejerce sobre la acción árabe conjunta? A la luz de esta ausencia, la diplomacia catarí juega el papel de líder, un papel que ha tomado un cariz militar sorprendente en Libia, sorprendente porque las limitadas capacidades militares cataríes no permiten que ejerza tal papel, a no ser que Catar se haya convertido de forma premeditada en el agente internacional. Podría decirse que esta situación es fruto de una realidad internacional coyuntural, pero esto solo es cierto en tanto en cuanto demuestra la incapacidad de los demócratas de Túnez y Egipto, donde el régimen o parte de él han caído sin caer el Estado, de materializar una nueva política árabe nueva que rompa con la etapa anterior que se acerca a su ocaso. Este miedo legítimo es fruto de las aspiraciones del eje del Golfo de acabar con la actividad democrática por completo, y como indicio está el aplastamiento de la revolución de Bahrein con las balas de la Fuerza Escudo del Golfo.
Responder a estos temores es responsabilidad de la oposición siria y los comités que llevan a cabo las labores de coordinación diarias. Es cierto que derrocar al régimen y liberarse de la dictadura, con las mínimas pérdidas posibles, es la misión central a cuya consecución deben dirigirse todos los esfuerzos. También es cierto que el pueblo sirio ha recibido calurosamente la decisión árabe porque aísla al régimen y acelera su caída. No obstante, esto no puede ocultar los peligros que acechan a la revuelta siria y que pueden venir de distintas maneras.
El primer miedo es que el país caiga en el abismo de las luchas sectarias. El régimen dictatorial, que se ha cubierto de un discurso nacionalista, ha apoyado su sistema de protección fundamentalmente sobre estructuras clánico-confesionales, desde las Brigadas de Defensa [1] que tan mala fama tenían en tiempos del padre hasta la Cuarta Brigada [2] en el tiempo del hijo. El régimen tal vez piensa que puede jugar la baza de la instigación de las luchas sectarias, como hizo en Líbano, para alargar su vida. Esta carta a la que se acoge el régimen solo será efectiva si las fuerzas de la sociedad siria caen en su trampa y llevan a cabo reacciones similares.
El segundo temor es que el Estado se desplome. La dictadura ha promovida una total identificación entre en régimen y el Estado, de forma que los aparatos del Estado y sus distintos poderes, desde la seguridad, pasando por el poder judicial y llegando hasta el poder legislativo no son más que una montura a la que se sube el poder. Además se han destruido todas las instituciones de la sociedad civil y política y el régimen se ha convertido en el instrumento para gobernar el vacío y dominarlo.
Es de ahí de donde sale el miedo de que el Estado se desmorone: no puede mantenerse más que mediante la capacidad de la oposición democrática de atraer a la mayoría de las élites intelectuales, políticas y militares para llevar a cabo una transición democrática que salvaguarde la unidad nacional y las fuentes de su fuerza.
Estos dos grandes temores, unidos a una realidad árabe repleta de ambigüedades y de bolsas de aire no pueden contrarrestarse más que por medio de la capacidad de la oposición siria, representada por el Consejo Nacional sirio, los comités de la revolución y los dirigentes democráticos, de construir un nuevo discurso político unificador que sea el marco del proceso de cambio. En este punto no debe obviarse el terrible suceso que tuvo lugar en El Cairo cuando algunos manifestantes opositores agredieron a los miembros de la Comité de Coordinación Nacional. Hoy se pide un horizonte democrático real y un discurso nacional unificador que dirija a Siria en la difícil y dura etapa de transición y que amplíe los horizontes de la libertad y la democracia, rompiendo con este tipo de imprudentes acciones infantiles. Para enfrentarse el régimen dictatorial que gobierna Damasco y que el gran novelista español Juan Goytisolo describió como “la paz de los cementerios” no hay más que una solución: la apuesta por el pueblo sirio que ha escrito durante los últimos ocho meses una de las más grandes y heroicas epopeyas de la historia árabe contemporánea.
Siria, el centro del Bilad al-Sham [3], el cordón umbilical del Oriente árabe, es la esperanza de que el eje democrático recupere su impulso para que comience con su amanecer democrático la nueva historia de los árabes y funde su despertar.
La pregunta ya no es si el régimen caerá, sino cuándo.