Sobre la militarización, la violencia y la revolución

No sirve de nada discutir sobre el desarrollo de una dimensión militar en la revolución siria si no es teniendo en cuenta el contexto de 320 días durante los cuales el régimen se ha enfrentado a ella con una violencia sobredimensionada. Este desarrollo no nace de un cambio, acaecido o en proceso, en el pensamiento, la política o la psicología de la sociedad y la revolución durante estos días y meses de sangre. Las líneas generales son bien conocidas. El régimen empujó al ejército a enfrentarse al foco de la revolución y en plena calle mató a muchos de los que se negaron a disparar contra los ciudadanos (el informe de Human Rights Watch de diciembre así lo confirma). Soldados y oficiales desertaron y con ellos se formó un paraguas holgado llamado “Ejército Sirio Libre”. Ciudades y municipios de Daraa y los alrededores de Damasco, Homs, Hama, Idleb y Deir Ezzor fueron víctimas de campañas de escarmiento parecidas a las campañas coloniales. Aquí y allá los ciudadanos tomaron las armas para enfrentarse a las fuerzas del régimen a sabiendas de que este se había servido de civiles en el enfrentamiento desde el principio en muchos puntos: los shabbiha.

Estos fenómenos por todos conocidos significan que la revolución tiene un componente militar original que no puede obviarse cuando se piensa en ella o se planifica el camino político para solucionar la crisis. Por tanto, no se trata de algo que le ha venido de fuera ni tampoco está impregnada de una ideología específica previa. Este componente militar no traiciona, ni al inicio de la revolución ni ahora, su carácter pacífico general. El pacifismo de la revolución está radicado en su composición social, en el tipo de peticiones que la han impulsado y en su instrumento de protesta principal (las manifestaciones) y no en preferencias ideológicas o tácticas políticas). Las contradicciones entre las manifestaciones pacíficas que elevan consignas y gritan lemas y los grupos armados que disparan no ayudan a entender nada de lo que pasa. Solo sirven para tapar la ignorancia que aquellos que hablan haciendo valoraciones formales tienen de la realidad.

Lo cierto es que las manifestaciones no habían podido continuar teniendo lugar en muchos puntos si no fuera por la protección relativa y la contención de los brazos armados del régimen que ejerce el Ejército Sirio Libre con sus elementos militares y civiles.

Negar esta realidad no la cambia, ni permite comprenderla, ni tampoco puede influir en ella. No hay justificación nacional ni humana para la insistencia en hablar en contra de la toma de las armas y la militarización sin el más mínimo indicio de que el régimen haya puesto fin a la violencia que utiliza como. No hay duda de si uno se queda en el nivel de los valores, la resistencia pacífica es preferible a la armada, pero no estamos en una tienda en la que compramos esto o lo otro, sino en una realidad patente que ha impuesto a un mayor número de sirios que se defiendan contra un régimen de cuyo fuero interno, y no por causa de fuerza mayor o por “exigencias populares” como ha podido decir cierto ministro sirio últimamente, nacen la violencia y el odio.

No obstante, debe entenderse y tenerse en cuenta que la tendencia a la militarización puede ir de la mano, como está pasando hoy, de operaciones caóticas faltas de planificación. No se puede tratar esta nueva realidad con una lógica puritana que rechace toda resistencia armada o se oponga a la propia revolución so pretexto de lo caótico de las prácticas que están teniendo lugar. No sirve de nada mientras el régimen continúe con su propia “militarización”. Lo que sí puede ser útil es trabajar en el nivel de la revolución, y no desde fuera o por encima de la misma, con vistas a que civiles y militares se unan en un único cuerpo, o al menos un cuerpo en que se entiendan entre ellos. Todo ello para que el elemento militar de la revolución esté regulado por el interés general, pero no es fácil y nada garantiza que vaya a suceder de la forma deseada. Sin embargo, seguir canturreando sobre el pacifismo de la revolución es un factor para que no sea así en absoluto.

Al margen de la posibilidad de caos, es cierto que la violencia es elitista en su conformación y no es democrática. Para ampliar sus actividades, aunque sea de forma controlada, debe darse una ampliación del margen de identificación con la revolución y una reducción del papel de las mujeres, los niños y los mayores en ella. Pero nuestra elección no es entre la militarización sí o la militarización no, sino entre una militarización descontrolada sin normas y una forma menos descontrolada y tal vez más organizada de militarización. Una transformación política está teniendo lugar por medio de la fuerza armada, provocando muchos problemas sociales, políticos y de seguridad y que, además, parece menos encaminada al desarrollo democrático que una transformación desarrollada pacíficamente. Pero, una vez más, nuestra elección no es libre y el elemento militar de la revolución ha aparecido como un efecto secundario de la violencia intrínseca del régimen y no porque alguien, quien sea, lo ha querido y decidido.

Lo fundamental en toda esta discusión es que no hay posibilidad de volver a la inocencia original previa a la sangre ni usar palabras bonitas que hablen del enfrentamiento a la violencia del régimen “con pechos desnudos”, sobre todo cuando quienes lo dicen no participan en la revolución ni con pechos ni con nucas. En vez de una inocencia imaginaria se necesitan iniciativas y acciones para controlar lo militar, político y moral de las armas. Tenemos una realidad caótica y descontrolada que intelectuales y políticos, cuando intentan organizarla y racionalizarla, llevan a cabo su deber, deber que no cumplen cuando la intentan purificar o alejarse de la misma. Eso es una mera debilidad.

Algunas de las cosas que se dicen sobre la militarización de la revolución están movidas por una oposición a la propia revolución y no a la legalidad de las prácticas que tienen lugar bajo amparo. La revolución significa despojar al régimen de su legitimidad, negándole su calidad de nacional o incluso de ser un régimen para todos, y después considerar su violencia como algo clasista y no nacional, rechazando cualquier legitimidad de sus aparatos. Lo que fundamenta la legitimidad y la calidad de ser el gobierno de todos de nuevo es la propia revolución. Puesto que dicha legitimidad no se le confiere de forma espontánea a toda la violencia que se ejerce en su nombre, la única posición desde la que oponerse a una violencia descontrolada es desde dentro de la revolución y con ella, y no es desde fuera o en su contra. Por supuesto, la violencia de la revolución es mucho más legítima que la violencia de un régimen que mata al pueblo. De hecho, cuenta con un plus de legitimidad por ser algo a lo que uno se ve obligado y porque es de naturaleza defensiva, incluso cuando es ofensiva en el nivel táctico.

Nadie duda de la existencia de un carácter pacífico original en la revolución, que huye de la violencia incluso en defensa propia, pero la mejor defensa del pacifismo es la participación en la revolución, ya sea sobre el terreno o trabajando duro para reforzar su naturaleza civil. La peor defensa es quedarse sentado y canturrear sobre las bondades del pacifismo.

En lo referente al trabajo, es necesaria una parte legítima y que englobe a todos, que sobrepase el apoyo a la revolución en todos sus aspectos para meterse de lleno en ella, y conformar su pensamiento, política y organización de forma acorde con su desarrollo y su creciente complejidad. Una organización de ese tipo debería coordinar entre los componentes de la revolución y conducirlos al objetivo nacional deseado. Esto no lo hay a día de hoy, pero lo que más empuja al optimismo en lo referente a la revolución siria es la multiplicidad de centros de pensamiento y focos de iniciativas que hacen su trabajo sin que nadie los dirija y no deja de trabajar por el control de la militarización y el desarrollo de un carácter civil y global de la revolución


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