Sobre el sectarismo y el régimen sectario en Siria

Siempre ha sido importante reflexionar y discutir sobre el problema del sectarismo en Siria, y es aún más importante hoy en el contexto de la revolución siria, si tenemos en cuenta los cambios que puede provocar en la composición social y política siria, cambios que cada sirio recibirá de distinta manera.

La composición social y política parece siempre expuesta a importantes cambios, que acaloran las reacciones relacionadas con la cuestión sectaria, mientras las posturas políticas y culturales revelan los miedos y presuposiciones que lo rodean. Ya pasó eso en 2005 cuando el régimen parecía amenazado y ya se pudo observar en el contexto de “la crisis de los ochenta”, además de en la década de los sesenta del siglo XX tras el primer golpe del Baaz.

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Sin embargo, la variedad de posturas que hay hoy poco ayudan a establecer los mecanismos para acercarse de forma adecuada a la solución del problema sectario, ya sea en el nivel de la comprensión y aclaración del asunto o en el nivel de la resolución práctica. Algunos tendemos a reducir, con buena intención, el factor sectario, incluso negando que tenga algún efecto general. Otros lo consideran una constante natural de las muchas constantes sociales y culturales de su estructura, y que es imposible de cambiar. Pero, en el primer caso, fracasamos en el tratamiento del problema porque lo negamos y en el segundo también porque lo consideramos como una realidad natural fija y hasta que se produzca un cambio en dicha “naturaleza”, que bien podría decirse que es algo que necesita siglos, no habrá más remedio que vivir con esta permanente discapacidad.

Además de la contraposición que se establece entre tales orientaciones y la posibilidad de tratar el problema, dicho tratamiento es imposible desde otra perspectiva: ambas posturas ignoran el principal lugar de conformación del problema, que es la política y el Estado, el enclave más adecuado para desarrollar un tratamiento efectivo del sectarismo. El sectarismo es una enfermedad política y estatal en primer lugar, y no se trata de una enfermedad de las religiones o las sectas más que en un plano secundario. La multiplicidad de religiones y en la sociedad no provoca el sectarismo, sino que este se produce cuando se utilizan tales diferencias sociales como valores políticos generales en el contexto de la lucha de las élites sociales y políticas por el poder y la influencia. Las diferencias en sí están presentes en todas las sociedades sin excepción, pero pueden diseñarse políticas en las que las diferencias religiosas y sectarias limiten su peso al ámbito social sin influir en el Estado. Esto es así en más de un estado occidental que no tiene nada que envidiar en cuanto a pluralidad religiosa y sectaria se refiere, a nuestras sociedades, pero cuyas diferencias relacionadas con la religión y la secta han perdido su valor político general en gran medida y donde las diferencias sociales han sido heredadas solo culturalmente. A algo así aspira la lucha por la construcción nacional correcta en nuestros países.

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Lo que obvian las discusiones sirias es en concreto el sectarismo del régimen político en el país y el hecho de que este constituye la fuente efectiva de todas las apariencias llamadas sectarias. Pero, ¿qué queremos decir con un régimen sectario?

Hablamos de un régimen sectario cuando se dan las siguientes condiciones: 1) Para reproducirse, se basa en la reproducción ampliada de las diferencias sectarias, 2) los grados de identificación de los ciudadanos con él se diferencia según las diferencias sectarias y religiosas y se relaciona con la formación de una élite de poder y sus prácticas y 3) su estructura o las prácticas de la ´élite del poder van en consonancia con el desarrollo de la conciencia sectaria de todos en detrimento de la conciencia y la unidad nacionales. Estas son realidades palpables en la “Siria de Al-Asad”. Durante los gobiernos de los dos Asad, la integración nacional ha retrocedido en vez de avanzar y ha aumentado la cohesión “de las sectas” en vez de reducirse. Además, el régimen ha alimentado, con políticas conscientes, la crisis de confianza nacional entre los sirios que se temen y desconfían unos de otros, mientras él se convierte en árbitro de sus potenciales enfrentamientos y en el origen de su composición como seres humanos y como sociedad y no en el origen de políticas generales. Por tanto, el régimen sectario no es el régimen de una secta ni el protector exclusivo de sus intereses, sino el que hace del sectarismo un instrumento de poder; es decir, aquel que ve en la provocación de divisiones sectarias un interés intrínseco para él. Y aún más, cuando hablamos del régimen sectario, hablamos de un régimen y no de una secta. Es necesario insistir en este punto incesantemente, no para evitar susceptibilidades ni malentendidos gratuitos que nos corroboren las situaciones sectarias, sino para demostrar que el sectarismo no es una cuestión de “sectas”, lazos familiares ni diferencias religiosas o sectarias heredadas, sino que es una cuestión de poder general, relacionada con su estructura, prácticas y tipo de prioridades, además de con las posiciones de preferencia a las que pueden acceder sus miembros en tema de servicios generales. Más delante diremos que lo principal en la cuestión del poder no es quién gobierna, sino cómo gobierna: ¿lo hace según reglas establecidas sin discriminación y con una clara perspectiva de lo que representa el interés general, o su gobierno es personal y aleatorio, apoyado en su libre y cambiante albedrío?

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Mientras puede que la protección del régimen y su continuidad en Siria exija el apoyarse en las personas cercanas o aquellos dignos de confianza, lo que hace más fácil que sean los alauíes los que se identifiquen con él, lo importante es el régimen y su continuidad, y no la vida muelle de los alauíes. Así, el asunto queda como algo relacionado con el régimen, es decir, con una estructura de poder, una influencia, una riqueza y un encumbramiento, y no con está, por tanto, ligada a un grupo religioso o sectario Por tanto, la expresión régimen sectario en Siria no equivale a decir que el régimen es alauí, mientras que al hablar de un régimen sectario, nada tiene ello que ver con los alauíes. No hay una “secta”, sea cual sea, que sea la mala de la película siria ni hay, en contrapartida, una secta que pueda ser el héroe. El bien no nace de las sectas (grupos religiosos y doctrinales a los que se ve como actores políticos), el bien viene de fuera de ellas y en su contra.

Si miramos en un contexto histórico más amplio, que se extienda desde antes de la era asadiana y llegue hasta la etapa post-Asad, tal vez veamos que los alauíes son las primeras víctimas del régimen, el escudo que utilizan los hombres que aman el poder y el dinero y a sí mismos de tal manera que ello es lo único que les importa. El régimen no está en manos de los alauíes, los alauíes están en manos del régimen.

En cualquier caso, hay un una constate en la valoración que se hace del sectarismo, y es que “las sectas” no son unas mejores que otras, no hay en ellas cosas buenas y cosas malas, cosas progresistas y cosas retrógradas. La realidad es que todas ellas se acercan a lo que se entiende por retrógrado porque estrechan los horizontes de aquellos que a ellas se adscriben y no permiten la ampliación de los márgenes de desarrollo moral e intelectual o político. Esto no va dirigido contra los suníes, los alauíes, los drusos, los ismailíes, los cristianos ni los judíos, ni contra las creencias religiosas de estos grupos, sino a las “sectas” suní alauí, etc., en su calidad de potenciales formaciones políticas. Entre las características del sectarismo y sus señas de identidad está la creencia en la supremacía sectaria, ya la justifiquen por medio de su superioridad sobre las ideologías modernas o basándose en la antigüedad de sus raíces.

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Antes de la revolución, todo esto era patente, pero hoy lo es aún más. Basta con reunir una serie de datos y hechos recientes para caer en la cuenta de que el régimen se apoya en el sectarismo y la división sectaria, que utiliza como instrumento importante de gobierno. Puede que lo único que sea más crucial aún que el uso del sectarismo sea su dependencia de los servicios de seguridad conocidos por su crueldad. La unión es estrecha entre ambos pilares, en cualquier caso, como sabe todo el que conoce la estructura de los aparatos de seguridad sirios. En el instinto del régimen, se ha conformado desde los primeros días de Hafez al-Asad, la idea de que solo está seguro (y la seguridad y la perduración son sus dos obsesiones desde el inicio) en manos de quienes son considerados dignos de confianza: la familia primero y después, la secta. Así, no hizo ningún esfuerzo para ganarse la confianza de la mayoría de los sirios o para fortalecer la confianza entre ellos.

Sus aparatos de gobierno y sus ideólogos trabajaron para encubrir esta situación fabricada hasta que el sectarismo y la división y la desconfianza entre los sirios se convirtiera en una realidad natural, nacida espontáneamente de la composición de nuestra sociedad como ya se ha dicho, y no de una práctica del poder y de las prioridades de las élites del poder y sus prácticas políticas.

Esta teoría, muy extendida, es la teoría del régimen sectario (sus ideólogos son miembros orgánicos del mismo), que nada tiene que ver con el sectarismo. Dicha teoría tiene dos cosas buenas desde su punto de vista: la primera es que exime al régimen, como forma de ejercicio del gobierno y como élite del gobierno, de toda responsabilidad en lo que a este fenómeno se refiere, y la segunda es que le exime también de la necesidad de elaborar políticas generales para controlarlo, limitar sus efectos y poder así aplazar su tratamiento hasta un futuro indefinido. Es necesaria una generación o más para “las reformas”, según dijo Bashar al-Asad en su entrevista con el Wall Street Journal en el primer mes del año pasado. De hecho, la crueldad relativa con la que el régimen trata a los opositores alauíes se ve como algo que va en esa línea. Pero la cuestión es que el régimen no trata a los sirios como ciudadanos sin importar sus circunstancias religiosas o sectarias, sino que los encadena fuertemente a dichas circunstancias y no les da la posibilidad de soltarse de ellas.

De esta forma, el régimen político, en vez de trabajar por reducir las diferencias ente los sirios y restringir sus diferencias religiosas, sectarias y étnicas al ámbito privado, trabaja como factor de división y sectarización.

El objetivo de esta situación es el acaparamiento del poder general en manos particulares, gracias a lo que ello puede conllevar de división entre los gobernados para debilitarlos al darse preferencia a unos para garantizar su fidelidad. Esto es para decir que el punto de partida en el análisis de la cuestión sectaria no es una secta, sea cual sea, ni las sectas, sino cuestiones de poder, riqueza y preferencia. El sectarismo, insisto, es un instrumento de poder efectivo, que se distingue por ser barato debido a que somete el interés lógico de las personas y grupos a la solidaridad sectaria de la que se benefician las élites sectarias, sin que reporten beneficios particulares a todos los que pertenecen a la secta. Precisamente por esto, el sectarismo es un fenómeno peligroso porque incita a los desposeídos de las distintas sectas los unos contra los otros, y establece una unión ilógica ente la élite de la secta y el resto de los que pertenecen a ella en las mentes de aquellos.

Si queremos ser más precisos, las sectas en sí mismas no existen más que en política y en la lucha política sectaria. Lo que sí hay son diferencias sociales y culturales que no tienen ninguna connotación política general determinada por su existencia. Y si existen, existen como “sectas en sí mismas”, es decir, como unidades políticas de un régimen político concreto, creadas por medio de la lucha política e ideológica. La construcción de las sectas, es decir, su unificación política, es el objetico de la lucha sectaria, y ello pasa siempre por una lucha dentro de cada secta, que puede ser cruenta, pero no una lucha contra otros grupos religiosos o sectarios.

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Echar la vista atrás debe aclarar más de un factor político general que ha dado lugar al fenómeno sectario en Siria . La usurpación del poder por parte de Hafez al-Asad en 1970 no encontró ninguna oposición relacionada con su adscripción sectaria. Lo cierto es que en Damasco y Alepo fue bien recibido. El recibimiento en Damasco se formuló en clave religiosa: “Pedimos a Dios ayuda y nos envió a Hafez al-Asad”, según decía un cartel que levantaban los comerciantes damascenos en la entrada del zoco de Al-Hamidiyyeh dando la bienvenida a su golpe. En Alepo su coche fue levantado en brazos en una pronta visita a la ciudad. Ningún grupo político ni figura religiosa suní emitió declaración o comunicado alguno que indicara una postura contraria a él o su golpe. Lo cierto es que el golpe se enfrentó a la oposición de los sectores izquierdistas, baasistas y comunistas, que le atribuyeron algunas inclinaciones “de derechas”. La clase y la ideología eran más fuertes, sin duda, en la determinación de una postura frente al golpe asadiano que la realidad sectaria.

Pero él no gobernó el país por medio de la ley, sino según sus caprichos personales, los lazos de parentesco y la fuerza, y durante la mitad de su gobierno más o menos, su hermano Rifaat, un hombre criminal y corrupto, fue el brazo duro de su régimen. Para la seguridad de su régimen se apoyó en secciones militares y aparatos de seguridad dirigidos por aquellos en los que confiaba y los que tenían parentesco con él. Después coronó sus tres décadas de gobierno dejándoselo en herencia a su hijo Bashar al-Asad, sin justificaciones de ningún tipo. Ello sucedió después de que la muerte le robara a su hijo mayor y primer candidato a heredarle en 1994. El gobierno de la ley debería haber reducido la importancia de las circunstancias de los individuos, sus orígenes, sus clases, sus circunstancias y sus linajes, como paso hacia la formación de una mayoría social por encima de las diferencias sectarias. Se creía que Hafez al-Asad sería el origen de esta nueva mayoría, por no decir su fundador y símbolo. Sin embargo, prefirió un gobierno de larga duración frente a una sociedad unida que pudiera levantase y dicha duración exigía encorsetar a sus gobernados y debilitarlos. En vez de leyes generales, se elevó como rey de Siria y la gobernó de forma personalista, apoyada en “la pasión y el dolor” y la solidaridad de clan. Así este gobierno personal revivió las diferencias heredadas, y llevó a los individuos a definirse por su linaje y sus orígenes, mientras aplastaba cualquier organización política independiente que pasara por alto las sectas.

Aún más, el desarrollo de una oposición a su gobierno años después de su golpe no se debe a que Hafez al-Asad fuera alauí de nacimiento, sino esta se conformó cuando comenzó a parecer más alauí porque no gobernaba con justicia, es decir, que no gobernaba por medio de la ley. Esto hizo que la manera más fácil de oponerse a él fuera de tipo sectario desde finales de los setenta. Si el gobernante hubiera sido suní de nacimiento y hubiera gobernado por capricho y con discriminación, se habría incidido sobre otra cosa que no fuera el origen sectario, tal vez la tribu o el área de la que procedía, o tal vez la riqueza. El sectarismo es un instrumento potencialmente utilizable en la lucha política, más allá de ser un instrumento de gobierno. Esto es así cuando no se le da a la sociedad instrumentos políticos más adecuados, y cuando el nivel de la élite política deja bastante que desear. No sorprende que las élites políticas sirias no tengan un nivel alto, como ha demostrado la revolución durante 11 meses, pero no hay duda de que su nivel político, moral y de pensamiento, registrará una mejora continua cuando los sirios se liberen del régimen.

Naturalmente, el sectarismo no podría haberse utilizado como instrumento político si no hubiera diferencias religiosas y sectarias heredadas. Sin embargo, estas diferencias específicas no tienen tanta importancia si no es por medio de la política y el Estado en concreto. El Estado, por definición, es la sede nacional general. Así, si se gobierna por medio del sectarismo, se convierte en una fuerza de división nacional de la forma que bien conocemos en Siria. Lo que deducimos de lo anterior es que para deshacernos del sectarismo es necesario implantar el gobierno de la ley (y la generalidad de la misma es la esencia del Estado según Hegel), es decir la separación de los gobernantes de sus circunstancias y su parentesco. No es necesario eliminar los parentescos ni las solidaridades parciales, pero no hay lugar para ellas en el Estado y sus instituciones.

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Esta es una primera cuestión importante para la revolución siria post Asad, o más bien, supone la definición de su política. Se trata de una manera de creación de un pueblo de los ciudadanos, de habitantes que han sido convertidos durante medio siglo del gobierno del partido único y de más de cuarenta años del gobierno del líder absoluto en seguidores de sus sectas. En un país joven, creado hace menos de un siglo, que no había vivido siquiera dos décadas de independencia, es muy probable que no sirva para conformar al pueblo sirio, una política negativa que mantenga las sectas en el plano personal y evite que entre en el ámbito público y general. El sectarismo seguirá amenazando al Estado y la política si no se le opone resistencia a dicho sectarismo social y cultural, es decir a la creencia en que hay sectas preferentes o que nuestra secta es mejor que la de otros. Sera imperativo abrir el pensamiento religioso a los valores de la igualdad, la tolerancia, el respeto mutuo y el sentimiento de relatividad. La soberanía de la Ley no es suficiente, aunque sea necesaria para elevar la identidad nacional general. Las instituciones políticas democráticas no bastan tampoco. La enseñanza y la cultura son determinantes en el nivel social y de valores. Tras la revolución política se abren los horizontes de la revolución cultural y moral. No es en absoluto temprano para pensar en estas cuestiones.


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