El ejército sirio ha invadido el barrio Bab Amro de Homs el pasado 1 de marzo tras un mes de asedios y de bombardeos. La resistencia de la población no se ha hecho esperar en todo el país.
La oligarquía en el poder ha presentado la destrucción de Bab Amro como una gran victoria contra “los terroristas”. Por su parte, el coronel desertor Riad Alassad, refugiado en Turquía, ha hablado en nombre del Ejército Sirio Libre de una “retirada táctica”. Los dos mienten.
En efecto, no hay motivo de enorgullecerse del aplastamiento de una población asediada y bombardeada desde hace un mes, defendida por algunos centenares de personas ligeramente armadas. La respuesta de las masas en revuelta no se ha hecho esperar: al día siguiente de la caída de Homs, Siria ha conocido 619 convocatorias de manifestaciones civiles.
El “comandante” exiliado en Turquía también ha mentido, pues la caída de Homs es una derrota. La retirada no era ni táctica ni estaba organizada por él. Esto plantea la cuestión de la necesaria unificación de los grupos de soldados desertores y de los civiles armados bajo un solo mando militar sometido a una dirección política de las coordinadoras revolucionarias sobre el terreno. No deben seguir más tiempo ligadas a un “comando” virtual aislado en Turquía o al Consejo Nacional Sirio (CNS) en el exilio que ha apostado hasta la frustración por una hipotética intervención militar exterior, en ausencia de toda estrategia de cambio, salvo la consistente en seguir las demandas de sus tutores (Qatar, Turquía, Arabia Saudita y Francia). Los “tutores” del CNS no tienen todos los mismos planteamientos. Qatar y Arabia Saudita presionan para armar a la “oposición”, a saber las fracciones duras y yihadistas del sector de influencia integrista; mientras que Francia, Turquía y los Estados Unidos consideran estos sectores peligrosos para la estabilidad de la región y la seguridad del estado de Israel, y prefieren debilitar Siria, sociedad y estado, impulsando una “transición organizada”, es decir un cambio en el seno del propio régimen.
El régimen dictatorial no se ha hundido. La deserción política en su seno es casi inexistente y la deserción de los militares sigue siendo muy limitada. ¿Cuáles son los pilares de este régimen, fuera de su ejército, de sus múltiples servicios de seguridad y de algunos partidos acólitos?
La protesta es débil en las dos grandes ciudades del país, Damasco y Alepo, donde vive un poco menos de la mitad de la población. La dictadura concentra en ellas sus fuerzas de represión, pero esta calma es también debida a la concentración de la burguesía “privada”, que apoya al régimen. Los casos que nos han sido contados de apoyo financiero de ricos (que intentan lavar su conciencia) a los revolucionarios son anecdóticos. El “contrato” de esta burguesía orgánicamente ligada al poder y a la dictadura era y sigue siendo: dejadnos gobernar y os dejamos enriqueceros sin límites.
El 29 de febrero, una delegación del poder se ha reunido con los representantes de la burguesía de Alepo para responder a sus demandas de seguridad y de prosperidad. Dos días más tarde, la dictadura decidió crear una comisión de política económica que incluía a los representantes de esa burguesía, que por otra parte participa en la financiación de milicias fascistas pro régimen y al encuadramiento socioeconómico de la población.
La clase media ha conocido una caída en los infiernos en el último decenio a causa de las políticas neoliberales aplicadas implacablemente. Una parte ha tomado posición por la revolución, en particular las capas inferiores y excluidas, y la otra ha permanecido indecisa o a favor del régimen, bien porque, en la mayor parte de los casos, su patrón es el propio estado, bien por sus temores a la incertidumbre y al cambio.
Desde 1970, la dictadura de los Assad ha animado a las instituciones religiosas islámicas y cristianas a dejar desarrollarse corrientes apolíticas cuando no fieles al poder y relativamente hostiles a los Hermanos Musulmanes. De 1970 a 2000, alrededor de 12.000 mezquitas fueron construidas por instituciones religiosas oficiales y fueron inaugurados 1.400 institutos Assad para aprender el Corán.
La jerarquía religiosa islámica (sunita, chiíta y drusa) ha tomado posición a favor del régimen.
Las iglesias (oriental, occidental y anglicana) han hecho una declaración común a favor del poder. El patriarca maronita Alra´ai ha afirmado su apoyo en numerosas ocasiones. Lo mismo las jerarquías chiíta y drusa. Esto no ha impedido a religiosos de base sumarse a la revuelta, pero no borra el papel negativo y contrarrevolucionario de sus jerarquías.
La revuelta popular se enfrenta con la contrarrevolución (la dictadura, sus aliados internos y externos y los países reaccionarios árabes y sus aliados) y debe responder a la cuestión de la resistencia armada creciente, integrándola en la estrategia revolucionaria de las masas.
La organización de las masas por abajo debe articular los dos niveles. Estas formaciones de abajo deberán ser elegidas democráticamente y asumir a la vez un papel de organización de las luchas pacíficas, de autodefensa y de gestión de la vida cotidiana de las masas en revuelta. En otros términos, hay que ayudar a crear las condiciones de formación del contrapoder. Todas las fuerzas de la izquierda revolucionaria siria son llamadas a implicarse en ello.
La oligarquía en el poder ha presentado la destrucción de Bab Amro como una gran victoria contra “los terroristas”. Por su parte, el coronel desertor Riad Alassad, refugiado en Turquía, ha hablado en nombre del Ejército Sirio Libre de una “retirada táctica”. Los dos mienten.
En efecto, no hay motivo de enorgullecerse del aplastamiento de una población asediada y bombardeada desde hace un mes, defendida por algunos centenares de personas ligeramente armadas. La respuesta de las masas en revuelta no se ha hecho esperar: al día siguiente de la caída de Homs, Siria ha conocido 619 convocatorias de manifestaciones civiles.
El “comandante” exiliado en Turquía también ha mentido, pues la caída de Homs es una derrota. La retirada no era ni táctica ni estaba organizada por él. Esto plantea la cuestión de la necesaria unificación de los grupos de soldados desertores y de los civiles armados bajo un solo mando militar sometido a una dirección política de las coordinadoras revolucionarias sobre el terreno. No deben seguir más tiempo ligadas a un “comando” virtual aislado en Turquía o al Consejo Nacional Sirio (CNS) en el exilio que ha apostado hasta la frustración por una hipotética intervención militar exterior, en ausencia de toda estrategia de cambio, salvo la consistente en seguir las demandas de sus tutores (Qatar, Turquía, Arabia Saudita y Francia). Los “tutores” del CNS no tienen todos los mismos planteamientos. Qatar y Arabia Saudita presionan para armar a la “oposición”, a saber las fracciones duras y yihadistas del sector de influencia integrista; mientras que Francia, Turquía y los Estados Unidos consideran estos sectores peligrosos para la estabilidad de la región y la seguridad del estado de Israel, y prefieren debilitar Siria, sociedad y estado, impulsando una “transición organizada”, es decir un cambio en el seno del propio régimen.
El régimen dictatorial no se ha hundido. La deserción política en su seno es casi inexistente y la deserción de los militares sigue siendo muy limitada. ¿Cuáles son los pilares de este régimen, fuera de su ejército, de sus múltiples servicios de seguridad y de algunos partidos acólitos?
La protesta es débil en las dos grandes ciudades del país, Damasco y Alepo, donde vive un poco menos de la mitad de la población. La dictadura concentra en ellas sus fuerzas de represión, pero esta calma es también debida a la concentración de la burguesía “privada”, que apoya al régimen. Los casos que nos han sido contados de apoyo financiero de ricos (que intentan lavar su conciencia) a los revolucionarios son anecdóticos. El “contrato” de esta burguesía orgánicamente ligada al poder y a la dictadura era y sigue siendo: dejadnos gobernar y os dejamos enriqueceros sin límites.
El 29 de febrero, una delegación del poder se ha reunido con los representantes de la burguesía de Alepo para responder a sus demandas de seguridad y de prosperidad. Dos días más tarde, la dictadura decidió crear una comisión de política económica que incluía a los representantes de esa burguesía, que por otra parte participa en la financiación de milicias fascistas pro régimen y al encuadramiento socioeconómico de la población.
La clase media ha conocido una caída en los infiernos en el último decenio a causa de las políticas neoliberales aplicadas implacablemente. Una parte ha tomado posición por la revolución, en particular las capas inferiores y excluidas, y la otra ha permanecido indecisa o a favor del régimen, bien porque, en la mayor parte de los casos, su patrón es el propio estado, bien por sus temores a la incertidumbre y al cambio.
Desde 1970, la dictadura de los Assad ha animado a las instituciones religiosas islámicas y cristianas a dejar desarrollarse corrientes apolíticas cuando no fieles al poder y relativamente hostiles a los Hermanos Musulmanes. De 1970 a 2000, alrededor de 12.000 mezquitas fueron construidas por instituciones religiosas oficiales y fueron inaugurados 1.400 institutos Assad para aprender el Corán.
La jerarquía religiosa islámica (sunita, chiíta y drusa) ha tomado posición a favor del régimen.
Las iglesias (oriental, occidental y anglicana) han hecho una declaración común a favor del poder. El patriarca maronita Alra´ai ha afirmado su apoyo en numerosas ocasiones. Lo mismo las jerarquías chiíta y drusa. Esto no ha impedido a religiosos de base sumarse a la revuelta, pero no borra el papel negativo y contrarrevolucionario de sus jerarquías.
La revuelta popular se enfrenta con la contrarrevolución (la dictadura, sus aliados internos y externos y los países reaccionarios árabes y sus aliados) y debe responder a la cuestión de la resistencia armada creciente, integrándola en la estrategia revolucionaria de las masas.
La organización de las masas por abajo debe articular los dos niveles. Estas formaciones de abajo deberán ser elegidas democráticamente y asumir a la vez un papel de organización de las luchas pacíficas, de autodefensa y de gestión de la vida cotidiana de las masas en revuelta. En otros términos, hay que ayudar a crear las condiciones de formación del contrapoder. Todas las fuerzas de la izquierda revolucionaria siria son llamadas a implicarse en ello.