“…he trabajado por el establecimiento de un sistema social en que sea imposible el hecho de que mientras unos amontonan millones beneficiando las máquinas, otros caen en la degradación y la miseria.”
Georg Engel, discurso final luego de haber sido condenados a muerte
Hemos conmemorado un nuevo primero de mayo y la ocasión es adecuada para rememorar su origen y significado. Una de las formas más refinadas de la dominación es cambiar o hacer caer en el olvido la memoria colectiva de los pueblos. Por eso la fecha es hoy ignorada o convertida en una fiesta folklórica en muchos lugares, obviando la importancia de las luchas obreras y las gestas de quienes pelearon en ellas. Muchos jóvenes de hoy no tienen ni la más remota idea de la heroicidad de los Mártires de Chicago, ni de las consecuencias de su muerte.
Durante el siglo XIX, los Estados Unidos comenzaron a competir con Inglaterra en el desarrollo industrial. Junto a la instalación de cada vez mayores complejos fabriles, incorporaron también las terribles condiciones del maltrato a los obreros. Jornadas de catorce y quince horas, trabajo de niños y mujeres, condiciones absolutamente insalubres, configuraban una situación de semiesclavitud para grandes cantidades de personas que iban a ser en el motor del desarrollo económico a partir de su trabajo alienado. Pero junto a estas condiciones de trabajo vinieron también las luchas de los trabajadores. Las primeras peleas obreras nacidas en Europa, tuvieron su propia versión en los Estados Unidos.
La lucha ayer
Entre las distintas reivindicaciones que los trabajadores norteamericanos levantaron como bandera de lucha, una de las más importantes fue la conquista de una jornada de trabajo de ocho horas diarias. Si bien en los Estados Unidos se había aprobado desde 1868 la llamada Ley Ingersoll, los diferentes estados en sus legislaciones internas elaboraron cláusulas que permitían mantener la duración del trabajo diario en los parámetros anteriores. La ley no se cumplía, y entonces las luchas por su reivindicación fueron durante varios años el punto más importante.
En ese sentido, en la ciudad de Chicago -uno de los lugares de los EE.UU:;donde los trabajadores eran peor tratados- se organizó una huelga general el primero de mayo de 1886, cuyo gran éxito paralizó la ciudad los días 2 y 3 siguientes. Dentro de las protestas, en un acto realizado frente a la fábrica McCormik, dónde los trabajadores increpaban a los esquiroles que mantenían la fábrica en funcionamiento, la policía atacó y ametralló a los manifestantes, dejando un saldo de seis muertos y decenas de heridos.
En respuesta a este suceso, rápidamente fue organizado un acto multitudinario en la Plaza Haymareket el día 4 de mayo. En pleno acto, la policía volvió a atacar a los manifestantes como el día anterior, y entonces estalló una bomba que dejó un muerto y cuarenta heridos en las filas de las tropas represoras.
La respuesta del poder establecido no se hizo esperar. Una extensa represión persiguió y encarceló a todos los líderes sindicales. Se acusó en principio a treinta y un personas por la fabricación y utilización de la bomba. Finalmente la acusación quedó centrada en ocho dirigentes obreros, casi todos ellos anarquistas.
Se les hizo un juicio que fue desde el principio una parodia. Se seleccionó un jurado absolutamente convencido de que los acusados eran culpables e individuos altamente peligrosos, desde antes que el juicio comenzara. Se violaron todas las reglas procesales y penales. Se impidió la declaración de testigos que podía probar que varios de los acusados ni siquiera estaban presentes cuando estalló la bomba, y a la inversa se permitió la declaración de testigos que condenaban a los acusados, sin siquiera haber estado en el sitio de los sucesos. Se desestimaron todas las evidencias que podían liberar a los detenidos, mientras la ciudadanía, tanto de la ciudad de Chicago como del resto del país era azuzada por la prensa, que no sólo los había condenado antes del juicio, sino que fomentaba el odio hacia ellos por ser “agitadores sociales” y exacerbaba la xenofobia destacando la condición de extranjeros de algunos de los acusados.
Los ocho eran: Gerog Engel (alemán, tipógrafo), Adolf Fisher (alemán, periodistda), Albert Parsons (estadounidense, periodista, que se entregó voluntariamente por solidaridad con los otros acusados y del cual en el juicio se probó que no estuvo presente en los sucesos), August Theodore Spies (alemán, periodista), Louis Lingg (alemán, carpintero, el más joven de todos con 22 años), Samuel Fielden (inglés, obrero textil y pastor metodista), Michael Schwab (alemán, tipógrafo) y Oscar Neebe (estadounidense, vendedor).
La farsa del juicio terminó condenando a muerte a los cinco primeros y a la cárcel a los tres últimos. Se permitió a cada uno como graciosa concesión un discurso final, los que en general se han considerado como piezas maestras de documentación y doctrina en la historia de las luchas obreras. En el juicio quedó claro y transparente que se les condenaba por su lucha por los trabajadores y por su ideología anarquista, ya que nunca se pudo probar que hubieran tenido que ver con la bomba detonada en el acto.
Es que los poderes establecidos en los EE.UU. ya habían comprendido la peligrosidad de un movimiento obrero que crecía diariamente y que podía poner en riesgo los intereses y las ganancias del gran capital. Se utilizó entonces el juicio de Chicago como escarmiento y amedrentamiento a los trabajadores. Con relativo éxito, ya que constituyó el primer escalón para desmontar en adelante toda lucha en ese país por reivindicaciones laborales.
La barbarie se concretó el 11 de noviembre de 1867, cuando a pesar de las grandes protestas y presiones a nivel mundial, se ejecutó a Engel, Fisher, Parsons y Spies. El joven Lingg se suicidó en su celda antes de ser ejecutado. Fielden y Schwab fueron encerrados en cadena perpetua y Neebe cumplió una condena de 15 años.
El joven José Martí era entonces corresponsal en Chicago de La Nación de Buenos Aires, y relató así la ejecución: “...salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro... Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: "la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable...”
El primero de mayo ha constituido desde 1889, designado por el Congreso de la Segunda Internacional, la fecha de homenaje a esos hombres de Chicago que dieron su vida por sus ideales y sus compañeros; y a las heroicas luchas del movimiento de los trabajadores.
La lucha hoy
En los 126 años transcurridos desde entonces, algunas cosas han cambiado. Ya quienes protestan y se alzan contra el sistema imperante no son sólo aquellos obreros industriales convertidos en piezas de la maquinaria fabril (como tan genialmente los mostrara Chaplin en Tiempos Modernos). Hoy la lucha alcanza e incluye además a sectores que van desde las grandes multitudes de excluidos hasta los perseguidos de las culturas avasalladas por Occidente, desde los indignados en Europa hasta los “ocupa” en los Estados Unidos, desde los estudiantes chilenos y los indígenas hasta los zapatistas y los Sin Tierra.
El neocapitalismo corporativo que sustituyó al capitalismo industrial ha sido capaz de diseminar aún más extensamente la miseria, la inequidad y la injusticia a diferentes estratos sociales en todo el mundo, los que como respuesta se levantan en la búsqueda de alcanzar por sí mismos su propio destino.
Para ellos es hoy también el primero de mayo.
Y las vueltas que da la historia. Este primero de mayo en los Estados Unidos (el lugar que generó los bárbaros hechos de represión, y el único país que junto a Canadá no reconoce este día como día de los trabajadores) en ciento cincuenta y cinco de sus ciudades se produjeron protestas y manifestaciones, por primera vez en la historia de esta nación.
Es que el péndulo se está desplazando. El grito de los oprimidos y explotados, de los despreciados e ignorados, de los dominados y avasallados, se está haciendo oír estruendosamente a lo largo y ancho del planeta.
Un nuevo mundo se acerca.
miguelguaglianone@gmail.com