Foro Social Mundial de Túnez

Vendedores de causas perdidas

El Foro Social Mundial 2013 se cerró el sábado 30 de marzo en Túnez con una marcha en solidaridad con Palestina, la única causa del mundo -aparte ese vago “otro mundo es posible” de la convocatoria- que une sin diferencias a todos los movimientos sociales, partidos y organizaciones del espectro rebelde, incluidas algunas de derechas o de extrema derecha, como es el caso de los salafistas que hacían ondear sus banderas negras, barbas al viento, en medio del tumulto. Fuera de ese puntito de dolor compartido, el Foro ha sido sobre todo el campo paradójicamente festivo de un crepitar de forcejeos, tensiones y rivalidades territoriales. Un campo de batalla, si se quiere, donde se libraban escaramuzas de muy diversa índole y en muy dispares niveles de visibilidad.
¿Qué es el FSM? Nunca había asistido a ninguno antes y no puedo comparar, pero en el nivel más superficial, que es también el más “humano”, llamaba la atención enseguida su dimensión “mercantil”: el campus de la Universidad del Manar en la capital tunecina se ofrecía a la vista como una inmensa, alegre, bulliciosa feria de vendedores de causas perdidas. Logos, banderas, eslóganes, panfletos, chapas, pancartas, desde las jaimas y los stands se intentaba despertar el apetito de justicia de los visitantes, cada uno en su especialidad y desde su organización: los inmigrantes, los enfermos, los prisioneros, los desaparecidos, los torturados, la naturaleza, los bienes comunes, las minorías, los pueblos oprimidos, todos los dolores y agravios de la tierra buscaban de buen humor un altavoz en la plaza. Se puede juzgar con severidad esta vertiente publicitaria como una banalización de la política, e incluso como una prueba del fracaso de los Foros, pero eso sería, me parece, un exceso de puritanismo. El mercado tradicional, el mercado ambulante de las aldeas, donde los pequeños se intercambiaban y se intercambian sus cosas pequeñas, no sólo no colinda, ni siquiera de forma embrionaria, con lo que llamamos “mercado capitalista” sino que lo contradice íntimamente. Lo malo del “mercado capitalista” es que no hay en él nada de lo que pretende: intercambio entre iguales, información cuerpo a cuerpo, manifestación de la demanda, negociación en el espacio. Todo eso estaba presente, en cambio, en las plazas antiguas y todo eso ha estado presente también en el Foro de Túnez. Mucho más que la actividad de los talleres, de interés muy desigual, ha sido esta construcción física de relaciones -y de conspiraciones justicieras en los pasillos- la que justifica a mis ojos la existencia de este encuentro; y la que explica que la suma de tantos dolores produzca tanta sensata alegría y agite tantas hermosas banderas.

Las causas perdidas tienen derecho a otro mercado posible. Pero debe haber sin duda algo mal planteado en el Foro cuando se deja participar también en él a otras causas: las causas -precisamente- de nuestras derrotas. Máxima pluralidad y máxima igualdad sólo hay allí donde se trata de manera indiferente, y se da acceso al mismo espacio, a verdugos y víctimas sin distinción. El Foro no debería reconocer ese tipo de pluralidad y de igualdad, que es el específico -esta vez sí- del mercado capitalista. En términos políticos era sencillamente repugnante ver yuxtapuestos en el espacio a los defensores de la autodeterminación del pueblo saharaui junto a los esbirros de la monarquía marroquí, que trataron además de boicotear la asamblea de movimientos; como era ignominiosa la presencia provocativa de los baazistas pro-Assad, los cuales agredieron físicamente a un grupo de comunistas sirios que pedían apoyo a la revolución.

Más insidiosa ha sido la intromisión económica. Foro tras Foro, el peso de los movimientos sociales ha ido disminuyendo en favor de las grandes ONGs financiadas por los poderes más inicuos del planeta. Según el conocido investigador marxista Samir Amin, estas grandes instituciones representarían ya el 75% de las organizaciones presentes en el encuentro. Produce sin duda alguna incomodidad reparar en la financiación de Petrobras, la compañía petrolera brasileña, con sus delegaciones instaladas en el lujoso hotel Africa de la capital, pero el colmo de la “contradicción” -eufemismo frecuente para una bofetada moral- ha sido la presencia en el recinto de un stand del USAID, la nefanda Agencia de EEUU para el Desarrollo Internacional, punta de lanza y anestesia del imperialismo en América Latina. Un escrache rápidamente improvisado los obligó a abandonar el lugar, aunque no, sin duda, sus maniobras en la sombra.

¿Y Túnez? ¿Qué pinta Túnez en todo esto? Los que hemos vivido la dictadura y la revolución coincidimos sin duda con Mohamed Jmur, el vicesecretario general del partido Watad, formación del asesinado Chrukri Belaid: con independencia de sus opacidades y sus límites, la sola celebración del FSM en el país es ya la expresión de un cambio que no se puede desdeñar. Es también un empujón a los movimientos sociales locales y al Frente Popular. Nahda ha contribuido a los gastos del evento y se ha tenido que “tragar” sus manifestaciones más radicales buscando legitimidad internacional y tratando de aliviar la crisis del sector turístico, pero lo cierto es que ha tenido que entregar el espacio público a los movimientos sociales, en su mayoría laicos e incluso ateos. Las marchas en la avenida Mohamed V y los mítines y conciertos en la avenida Bourguiba, cuyas dimensiones espaciales aparecían multiplicadas por las multitudes (porque los espacios okupados crecen siempre de tamaño) han operado de entrada un interesante efecto de “pedagogía visual” muy subversivo en una sociedad conservadora como la tunecina. Además, esta fusión pública de alegría y política, con los homenajes a Chávez y los acordes de la Internacional sonando a pocos metros del ministerio del Interior, han sacado provisionalmente a miles de jóvenes de la depresión de los últimos meses y han renovado su compromiso con la revolución incompleta que las instituciones financieras tratan de robarles desde hace dos años. La imagen de fuerte promiscuidad -o, si se prefiere, de “cacao mental” o “indigestión ideológica”- ofrecida por la acumulación de signos contradictorios en las camisetas y las gorras de los tunecinos (Stalin, Trotsky, el Ché, Ghandi y Saddam revueltos) revela tanto la falta de cultura política como la ansiedad certera de sus golpes de ciego. Para muchos de ellos el Foro Social Mundial marcará sin duda el umbral individual de un paso festivo a la política; para las fuerzas de la izquierda, aisladas durante décadas, la apertura a una dimensión internacional que necesitan más que nunca para sus propias luchas nacionales.

Sólo en la capital y sólo durante cuatro días, Túnez ha sido “nuestro”. Es verdad, en la misma calle Bourguiba donde el viernes se gritaba “Chaves vivi vivi” y se cantaba al Che Guevara, hace veinte días se prendió fuego un joven vendedor de cigarrillos de 26 años, desesperado por la miseria y la indignidad. La vuelta a la normalidad será dura y la harán más dura. Pero interpretado en clave local el Foro ha sido mucho más que una tregua. Cuando el sábado por la noche, tras la clausura del encuentro, la policía multiplicó los controles y pidió los papeles a decenas de activistas, sus insultos y malos modales querían enviar una señal (“cuidado: se acabó la juerga”), pero eran también una venganza. Se trataba de evitar que los tunecinos volvieran a casa con la sensación de una victoria que, al mismo tiempo, sin embargo, esta agresión simbólica no podía dejar de reconocer.

Vendedores de causas perdidas y muñidores de lobbies socio-económicos, el Foro no cambiará el mundo. Pero ilumina los cambios ya producidos en el mundo árabe y, para hacerlo, ha tenido que repartir algunas linternas entre los que desean cambiarlo.




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Santiago Alba Rico

Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) estudió filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Entre 1984 y 1991 fue guionista de tres programas de televisión española (el muy conocido La Bola de Cristal entre ellos). Ha escrito artículos para numerosos periódicos y revistas y ha dado centenares de conferencias. Entre sus más de quince obras publicadas, se cuentan los ensayos "Dejar de pensar" (1985), "Volver a pensar" (1987), "Las reglas del caos" (libro finalista del premio Anagrama 1995), "La ciudad intangible" (2000), "El islam jacobino" (2201), "Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos" (2006), "Leer con niños" (2007), "Capitalismo y nihilismo" (2007), "El naufragio del hombre" (2009), "Noticias" (2010) y "Túnez, la Revolución" (2011), donde recoge las crónicas escritas bajo el nombre de Alma Allende durante la revolución tunecina del 14 de enero. Es también autor de un relato para niños de título "El mundo incompleto" (2000) y de dos cuentos infantiles ("El ratoncito Roquefort" en 2009 y "La estrellita Fitún" en 2012). Ha colaborado en numerosas obras colectivas de análisis político (sobre el 11-S, sobre el 11-M, sobre Cuba, sobre Venezuela, Iraq, etc.). Desde 1988 vive en el mundo árabe, habiendo traducido al castellano al poeta egipcio Naguib Surur y al novelista iraquí Mohammed Jydair. Fue asimismo guionista de la película Bagdad-Rap (2004) y es autor de una obra teatral, "B-52", estrenada en 2010 y editada por la editorial Hiru un año después. En los últimos años viene colaborando en numerosos medios, tanto digitales como en papel (la conocida web de información alternativa Rebelión, Archipiélago, Ladinamo, Diagonal, Atlántica XXII, Cuarto Poder etc.). En Venezuela ha publicado junto a Pascual Serrano el libro "Medios violentos (palabras e imágenes para la guerra)" (El Perro y la Rana, 2007). En Cuba ha publicado "La ciudad intangible", "Cuba; la ilustración y el socialismo" y "Capitalismo y nihilismo". Su último libro, "¿Podemos seguir siendo de izquierdas? Panfleto en sí menor" se ha publicado en enero de 2014 en la editorial Pol.lens.


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