“Bateman: un misterio sin final”, con ese título publicó hace treinta años –mes de octubre de 1983- el gran escritor y Premio Nobel de Literatura don García Márquez una crónica sobre la incógnita o incertidumbre que circulaba en algunas regiones de Colombia sobre la desaparición del famoso comandante general del M-19. Nadie como el escritor García Márquez podía describir o narrar en crónica los misterios que rodeaban esa desaparición pero, además, los últimos días vividos por el célebre guerrillero en su Santa Marta querida y hasta la celebración de su cumpleaños número cuarenta y tres (43). Sin duda alguna, leer esa crónica, aunque mucho dolor cause la muerte del comandante Jaime Bateman, es como degustarse un exquisito buffet. Sencillamente, lo que he hecho es tomar prestado el título de la crónica publicada por don García Márquez hace treinta años. Cuentan que una vez en Bogotá, cuando don García Márquez se proponía escribir una crónica sobre el célebre sacerdote guerrillero Camilo Torres, se encontró con Bateman y el escritor le dijo: “Yo a ti te conozco, tú estabas en la casa de Teodoro Petkoff en Caracas una vez”. Cuentan también que el flaco comentó: “¡Que memoria la de este tipo! De esa reunión no podía saber nadie”.
Siempre, desde que he leído textos sobre la vida y obra del comandante Bateman y escuchado comentarios de algunos que lucharon bajo su mando, he sentido una profunda admiración por él que la he acrecentado con la lectura de la crónica de don García Márquez hace unos poquísimos días. Bateman llegó a ser el guerrillero más buscado por los organismos de seguridad colombianos. Los golpes sensacionalistas y, especialmente, el apoderamiento de más de cinco mil armas de guerra sustraídas de una Guarnición Militar (Cantón Norte) en Usaquén a través de un túnel, dieron mayor celebridad al M-19 pero también despertaron un gran odio de militares, oligarcas y políticos acostumbrados a victorias rápidas y contundentes sobre sus adversarios sin ellos sufrir grandes fisuras. Esa operación de las armas fue como un golpe mortal para la moral y la seguridad de las Fuerzas Armadas de Colombia. Cuando la mayoría de la sociedad colombiana disfrutaba de las festividades de fin del año 1978, el M-19 le produjo un golpe en pleno corazón llevándose ese abultado cargamento de armas. Eso no lo perdonaría jamás el Estado colombiano a los principales comandantes del M-19 prácticamente casi todos asesinados luego.
Los periodistas se desvivían por entrevistar al flaco. Conocían de su inteligencia, su audacia y su enorme capacidad para enfrentar los riesgos de la lucha armada. Pero, además, sabían de su gran humanismo, su apego por lo caribeño, su humorismo, el afecto cariñoso por sus mandos y combatientes como de éstos la inmensa admiración por sus cualidades de comandante y su gran e infinito amor por su madre. Cuentan que en la selva, de vez en cuando y de cuando en vez, el flaco solía lanzar la siguiente exclamación: “¡Ay, Clementina Cayón, qué será de tu vida!”.
Bateman hizo célebres, en la lucha política, muchas frases u oraciones. El fue quien decía que la revolución se planificaba mucho mejor si todos metían sus manos en el sancocho para rebatir esa creencia de que así ponen el caldo morado. Vinculaba la lucha revolucionaria o política a la música. Por eso decía: “Y la revolución se hace para el pueblo, por eso tenemos que nacionalizar la revolución, ponerla bajo los pies de Colombia, darle sabor a pachanga, hacerla con bambucos, vallenatos y cumbias, hacerla cantando el Himno Nacional”. Para el flaco la pasión era una clave sin la cual no es posible ninguna revolución, es como el verbo sin el cual no se puede conjugar ni el pasado, ni el presente ni el futuro.
Bateman era en demasía un camarada carismático, simpático, valiente, osado, culto que sabía combinar el conocimiento con el humorismo y los riesgos de la lucha política. Tenía su propia manera de entender una revolución. Dijo en una oportunidad: “Ahí está una de las grandes revoluciones que nosotros hemos hecho en este país: es acabar con los mitos, es acabar con los hombres perfectos, es acabar con los hombres que nunca cometen errores”. Tal vez, un error o exceso de confianza lo condujo a la muerte.
28 de abril de 1983. Día de la gran infausta noticia. Bateman había bajado de la selva, con varios comandantes y combatientes, a Santa Marta para celebrar su cumpleaños cuarenta y tres. Toda la gendarmería del Estado vigilaba con esmero la ciudad pensando que en algún momento Bateman llegaba a ella y sería presa fácil de los sabuesos. Bateman se paseó por todos los lugares donde antes anduvo en su infancia y juventud. Absolutamente nadie informó a los gendarmes. Demasiado lo querían. A doña Clementina, por ser la madre del flaco, le decían: “tienes una matriz de oro”. Dice don García Márquez que fue en la fiesta de su cumpleaños que cambió de idea y decidió ir a Panamá para hablar de paz con un supuesto enviado del Gobierno colombiano.
Bateman, Nelly Vivas y Conrado Marín abordaron la avioneta en la Ciénaga frente a las miradas del comandante Toledo Plata y otros miembros del M-19 que sería la última vez que verían al flaco. Bateman había dejado de fumar pero ese día solicitó a sus camaradas que le regalaran una caja de cigarrillos. La avioneta iba rumbo a Panamá pero jamás llegó a su destino. Cuentan que al ser comunicado –por teléfono- el comandante Fayad sobre la desaparición de Bateman exclamó “¡Mierda!”. Posteriormente, conversando con unos amigos les comentó que fue tanto su impacto por la infausta noticia que lo resumió así: “Se me apagó la luz”.
Algunos lo consideraron un personaje devorado por la leyenda. Otros lo reconocieron como un luchador incansable y enamorado del mar. No faltaron los que sostuvieron que Bateman nunca fue un marxista dogmático porque confiaba mucho en el poder del corazón. Alguien no se olvidó decir que era de una risa fácil como otros manifestaron que Bateman no conocía el miedo de tanto convivir con él. Hay quienes lo definieron como un político que hablaba con las manos, con los brazos y con los ojos. Otty Patiño Hormaza, excombatiente del M-19, lo tenía como un profeta de la paz, pero no como el profeta que adivina sino aquel que tiene más conciencia histórica que sus contemporáneos, aquel que tiene más capacidad interpretativa y con mejores probabilidades de comunicación. Y alguien en especial, creo que una periodista, dijo del flaco lo siguiente: “Uno puede temerle u odiarlo, uno puede no estar de acuerdo con él en absolutamente nada, pensar que es un loco perdido o simplemente un idealista que, en la lucha por conquistar su quimera, escogió un derrotero equivocado (como dijo klim de “la chiqui”), pero es imposible negar el valor y la honestidad de alguien que se juega la vida cada día y cada noche por un ideal tan noble como la patria”.
Nació un 20 de abril de 1940 para morir un 28 de abril de 1983. Abril de alegría pero también de tristeza; abril de vida pero también de muerte. Conclusión: los abriles perseguían a Bateman como el optimismo a la cabeza de los que se empecinan en llevar su ideal hasta sus últimas consecuencias. Era un tiempo en Colombia que los textos marxistas eran tan subversivos como quienes los poseían y muchos estudiantes, por evitar la tortura y la prisión, decidían incinerar sus libros de ciencia política.
Muchas veces lo mataron en la selva o en lo urbano. Siempre le llevaban la noticia a doña Clementina. Esta, matriz de oro que quiso también con sobrada pasión a su hijo, solía no más comentar: “No le ha pasado nada. Se equivocaron de muerto”. Pero, lamentable y doloroso, el 28 de abril de 1983, fuera del combate armado, el destino le hizo una jugada o una emboscada donde muere el comandante Jaime Bateman como un misterio sin final. Fue tanto el dolor causado a los mandos y combatientes del M-19 y tanto el amor que le profesaban, que cuya organización desplegó a centenares de sus hombres y mujeres a revisar palmo a palmo casi 50 mil kilómetros cuadrados durante 70 días en busca de sus restos, desde “… el universo deshabitado de la selva del Urabá, desde Montería hasta el Tapón del Darién, por el lado de Colombia. Y del otro lado, desde la frontera con el Chocó hasta la misma capital de Panamá…”, así lo narra don García Márquez. No encontraron absolutamente nada, lo que incrementó la tristeza y el dolor de quienes le amaron igualmente con pasión revolucionaria pero, al mismo tiempo, elevaron ese orgullo de haber tenido un jefe de la calidad del camarada Jaime Bateman, el flaco.
¡Viva para siempre el comandante Jaime Bateman Cayón!