“Los deportistas actúan por el placer de jugar, lo que es importante. Ruego a Dios para que los jugadores no pierdan ese placer, pues, en los últimos años, ellos vienen siendo condicionados apenas para ganar, lo que resulta en más dinero. No apruebo esa identificación del balón como fuente de lucro”. No hay nada más acertado con la realidad del futbol actual que esa precisión de Eduardo Galeano.
En la finalizada Copa América, el Comité Organizador tuvo que eliminar el alargue reglamentario de treinta minutos cuando al culminar los noventa de juego hubiese empate, en los partidos de cuartos de finales y en las semifinales. Argumentaron que como se había adelantado un mes el inicio de la Copa y recién terminado los campeonatos de clubes, los jugadores estaban cansados. Más claro no canta un gallo: la vorágine de la maquinaria empresarial para hacer plata a costa del balón pie, reconoció que los jugadores son humanos. Un reconocimiento para ellos necesario y no gratuito, pues en el fondo interesaba que los jugadores exhibieran durante el torneo sus cualidades impecables cual “vitrina”, que permitiera evaluarlos y luego comprar o venderlos para insertarlos en los campeonatos que de inmediato empezarían, como en efecto sucedió.
Se trata del emporio empresarial deportivo más grande que se haya conocido cuyo núcleo es la FIFA, que por cierto, vaya usted a saber por qué a estas alturas apenas se lanzó el saltapericos que habla de la corrupción de algunos de sus altos funcionarios. ¿A qué reacomodo responderá? Muchos intereses bullen en la correlación de fuerzas de esa estructura de poder mundial.
El fútbol que interesa a los empresarios no es el del “jogo bonito” del Pelé de los sesenta-setenta, les interesa ganar-ganar, para amasar fortuna. Y no sólo en las canchas, sino también, y en mayor cuantía, mediante el posicionamiento en el imaginario de nuestras juventudes y de los aficionados en general, de los atributos reales o inventados de los jugadores “estrellas”; atributos que van desde sus buenas jugadas, hasta sus gustos, su formas de vestir, sus carros, fundaciones, en fin, el inventario de lo mucho que tienen. El jugador es convertido en un excelente medio para publicitar y vender cosas, y lo peor, para vender formas de ser…
¿Qué aficionado no se enteró que después de salir expulsado Neymar, al finalizar el partido de Brasil y Colombia, abandonó su selección y se fue petulante, escoltado, en un jet privado a Sao Paulo? ¿Qué joven no quiere emular a Vidal o a Guerrero por su excelente desempeño en la Copa? ¿Y qué de sus múltiples tatuajes…también los querrán llevar en sus cuerpos? ¿Será posible que de esta aberrante práctica que destruye la piel e identidad étnica de nuestros jóvenes no se diga nada? ¿Quienes están detrás de ello, a qué intereses responden?
Estás interrogantes en torno a esta realidad imponen urgente discusión política, sociológica o filosófica, como bien quiera abordarse, para ver con claridad hacia donde los manejadores del futbol mundial podrían llevar a los actores de ese deporte, y con ello a nuestras presentes y futuras generaciones.
Lo cierto es que la Copa América Chile 2015, nos dejó una muestra interesante de cómo los clubes europeos y consecuentemente latinoamericanos han ido creando una generación de futbolistas alejados de los principios de hermandad y solidaridad entre las naciones, y de aquellos valores individuales que hacen que el desarrollo físico crezca en armonía con el espiritual para ser mejores personas.