¿Agotamiento del papel histórico de la oligarquía colombiana?

Encuestas recientes de favorabilidad e intensión de votos (que por más objetivas y matemáticas que se presenten estarán siempre determinadas por el tipo de preguntas y el pensamiento hegemónico que domine la conciencia social, y no somos la excepción del sistema capitalista dominante) señalan el quiebre y descrédito del modelo de gobierno de Álvaro Uribe. Cae en las encuestas, lo mismo que Horacio Serpa, siendo el único que gana credibilidad sostenidamente Carlos Gaviria, candidato del Polo Democrático Alternativo. Se confirma así, de creerles, la pérdida de credibilidad en Uribe y la fractura de su imagen frágil y deleble construida hábil y artificiosamente por un grupo de expertos mediáticos. Buena imagen que se fraguó, incluso, con la ayuda de un asesino como aquel director regional del DAS de la costa que no dudó en fabricar ataques terroristas contra el presidente. Pum!, sonaba el bombazo, y taz, subía el rating a favor de Uribe. Pero todo empezó a desvanecerse, como muchos lo sostuvimos, como la vieja película de cine. Si, la imagen de marketing del presidente se derrite, inconteniblemente, como el celuloide de las viejas películas, ante nuestros propios ojos.

Aquella escena de un presidente en pie de guerra, autoritario, despidiendo generales y comandantes de brigada incapaces de contener la ofensiva militar de la guerrilla, dando órdenes desde los consejos comunales se deshace vertiginosamente. Ante todo, por la cruel realidad que viven los millones de receptores de aquella campaña publicitaria, ampliamente divulgada por los medios de alienación masiva (M.A.M.)

¿Por qué gana acogida el candidato del Polo Democrático Alternativo, Carlos Gaviria, en medio de una sociedad sumida en la guerra y una profunda crisis histórica?

Porque ha sido claro en su planteamiento de ser defensor radical del Estado Social de Derecho como única alternativa, al momento, a la grave crisis histórica que atraviesa Colombia.

Porque no es un líder político embaucador, ni corrupto, ni sofista grandilocuente, ni asume posturas populistas, ni hace promesas vanas para ganar a esa gran franja de abstencionistas que no participan por cualquier razón en las elecciones rutinarias y formales que se llevan a cabo en Colombia.

Porque siendo un liberal progresista y humanista probado, no representa los intereses de la gran oligarquía, ni a sus partidos e instituciones caducas, como tampoco se ha prestado para ser peón de turno de los intereses militares y económicos del imperialismo en el país y el continente.

Porque ha asumido como reto presidencial, de llegar al gobierno, aplicar un programa que tiene como norte principal la dignidad, la justicia social y la democracia. Principios que no concibe como simples frases de campaña y retórica hueca, sino como el camino que tenemos que andar en Colombia si queremos reconquistar la soberanía e independencia vilipendiada por todos los gobiernos anteriores.

Porque propone someter el TLC, más tratado de anexión de Colombia a las condiciones del mercado del imperio, a una consulta popular para que sea el pueblo, constituyente primario, quien decida en este asunto trascendental para toda la nación. Y porque se opone, además, a que sea el congreso elegido el 12 de Marzo, mayoritariamente uribista y a favor de la entrega de la soberanía y la economía del país, quien lo ratifique.

Porque reconoce que en Colombia la abismal desigualdad social, la negación de derechos políticos, económicos, laborales, culturales y libertades son las causas de fondo del conflicto armado. Conflicto que hunde sus raíces en lo más profundo de la historia de la nación.

Porque sostiene, sin ambigüedades, que sino acabamos radicalmente las causas históricas que dieron origen al enfrentamiento armado, jamás podremos hablar de una paz duradera edificada con base en la justicia social, pues de lo contrario vamos a seguir sumergidos en el horror de una paz hecha a punta de miles de muertos; estrategia preferida, casi sin excepción, por todos los regímenes oligárquicos en Colombia.

Porque está de acuerdo que no es al rebelde, al delincuente político, al asaltante de bancos y al secuestrador a los que hay que acabar, lo cual es un imposible como lo ha demostrado hasta la saciedad la historia reciente, sino las condiciones materiales, sociales, políticas, culturales e históricas que hicieron posible a éstos. No es al hambriento, al sin techo, al moribundo a los que hay que acabar, sino dignificarlos con el derecho al pan, al empleo, vivienda y salud hoy convertidos en mercancías costosas y asequible solo para la minoría poseedora.

Porque fracasó, además, la política de “seguridad democrática”, principal bandera de gobierno de Álvaro Uribe y razón de ser de una minoría poseedora de ir a visitar sus haciendas, viajando “segura” por las carreteras de Colombia en medio de caravanas militares y guardada por miles de soldados. Estrategia de seguridad para la cual se destinan miles de millones de pesos del presupuesto nacional, negándosele el derecho a pan, techo, salud, trabajo, educación y cultura a una mayoría.

¿Quieren hacer con Carlos Gaviria y el PDA lo que intentaron hacer en Venezuela durante el golpe mediático-militar contra el presidente Hugo Chávez en abril del 2002?

Sin lugar a dudas el objetivo principal de los asesores de campaña del presidente candidato es hacer hasta lo imposible porque éste siga gobernando. Para cumplir dicho propósito, no les importa las difamaciones y mentiras que difunden por los M.A.M. contra los candidatos opositores. Intentan, por su puesto, invisibilizar, desacreditar, minimizar y desconocer a Carlos Gaviria y al PDA. Al mismo tiempo desestiman o menosprecian el juicio sereno, distinto del de las encuestas de opinión, que amplios sectores sociales están haciendo. Esa es la principal preocupación de la oligarquía y sus escuderos, que la campaña mediática contra el candidato de la verdadera oposición no está surtiendo los efectos esperados, por el contrario, se está convirtiendo en un bumerang debido a la amplia acogida que está teniendo el candidato del PDA.

En Venezuela la oposición de derecha, propietaria de los grandes M.A.M., jugó la carta de dar un golpe mediático, como lo afirmó uno de los militares golpistas. Hicieron hasta lo imposible por desacreditar al presidente legítimamente elegido, acusarlo y difamarlo de cuanto se les antojó, creyendo ciegamente en el impacto que produciría en la conciencia del pueblo venezolano el sartal de mentiras y la campaña de manipulación mediática que lanzaron. Lograron, sin embargo, manipular y movilizar un sector importante de la clase media y un pequeño sector popular.

Confiados en dicha manipulación sobre la opinión pública, convencidos que habían logrado el objetivo de acorralar y destruir el movimiento y gobierno Bolivariano, se lanzaron en diciembre del 2001 al paro petrolero. Paro que apoyaron los directores y gerentes de instituciones y empresas, y que finaliza en la huelga que convocaron entre el 9 y 11 de abril del 2002. Creyeron los golpistas que se produciría la situación ideal y el mejor pretexto y contexto para derrocar el gobierno legítimo de Hugo Chávez.

Pero se equivocaron. Pues la conspiración apoyada por Washington desembocó en un verdadero enfrentamiento por el poder entre le pueblo Bolivariano y la oligarquía aliada del imperialismo. La batalla de Caracas de aquel 11 y 12 de abril, culminó a favor del pueblo insurreccionado que derrotó, como pocos creían, el gobierno de Pedro Carmona el breve quien tuvo que salir huyendo luego que asumiera, por 24 horas, poderes de facto como jefe de Estado.

Jamás creyó la oligarquía y el imperialismo que el 12 de abril del 2002 se convertiría en una derrota histórica, cuando millones de pobres bajaron de los cerros de la capital y junto a sectores leales del ejército rescataron al presidente devolviéndolo al poder. Un nuevo sujeto histórico, negado y explotado por décadas, renacía en la patria de Bolívar. Es el nuevo protagonista y dueño, junto al gobierno Bolivariano y el movimiento que lo ayudó a constituir, del destino de la República Bolivariana, lo que es igual a decir de su propio destino.

¿Momento de quiebre del proyecto histórico de la oligarquía?

En Venezuela ya lo hubo, en Bolivia también, en Ecuador se debate entre la vida y la muerte la clase dominante. Y en Colombia viene de atrás el lento y progresivo desgaste del modelo y proyecto de poder de la oligarquía. Sus partidos e instituciones son débiles recomposiciones que no aguantarán mucho.

Podemos verlo cada vez que sale a luz un gran escándalo político. Quienes gobiernan y sostienen el poder están a la defensiva, ya no encuentran como salir del atolladero. Por eso vale la pregunta: ¿será el gobierno de Álvaro Uribe el que cerrará el ciclo de poder y hegemonía de la oligarquía colombiana? Puede incluso volver a gobernar por cuatro años más, pero de serlo será en medio de un proceso acelerado de desgaste, polarización de las contradicciones y completamente a la defensiva. No tiene propuestas reales para salir de la crisis de orden histórico que vivimos. Nadie puede asegurar que otro gobierno de Uribe culminaría su mandato.

Una oligarquía que se niega a aceptar la muerte política, responde con duros coletazos tal y como lo viene haciendo durante la campaña por la presidencia. Avanzamos en medio de amenazas y difamaciones a los candidatos de la oposición, líderes de izquierda y periodistas independientes. Somos testigos de los crímenes políticos que a diario se cometen (el de Jaime Gómez, historiador y asesor de la senadora Piedad Córdoba, desaparecido y luego asesinado; Álvaro Garnica, miembro del PDA, profesor, primo del jefe de campaña de Carlos Gaviria en Córdoba, asesinado la semana pasada después de asistir a un mitin con el candidato; Liliana Gaviria, asesinada el pasado Jueves, hermana de Cesar Gaviria, ex presidente y director del partido liberal que hace oposición a la reelección de Uribe) y de los escándalos de corrupción y desplome institucional.

Se diluye, inconteniblemente, ante nuestros ojos como el celuloide de las viejas películas de cine la frágil y falsa imagen de un presidente montada con trucos y engaños.

Los síntomas de agotamiento del gobierno que encabeza Uribe son evidentes. La estrategia política de la derecha tocó techo. Se está cerrando el ciclo histórico de dominio y hegemonía de la oligarquía como clase en Colombia también. No hay razones que indiquen que ella es una excepción. ¿Quién llenará el vacío una vez destronada la oligarquía colombiana?

Con Carlos Gaviria y el PDA somos, tal y como indica la tendencia histórica, alternativa de gobierno. Y vamos a hacer que sea de poder, no solo el que aportarán los votos, necesarios, sino el que nos permitirá afianzar lo que hemos acumulado hasta el momento. Convertirnos en alternativa revolucionaria de poder, ante el vacío creado por el fin de la razón histórica de la oligarquía no es poca cosa. Es el más tenaz desafío, la más bella utopía.


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Olafo Montalban


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